PUBLICIDAD

Didier Drogba, goles contra la guerra

De Costa de Marfil a hacerse un hueco en Francia. De Francia a ser en leyenda en Inglaterra. De leyenda a parar una guerra en su país. La historia de Didier Drogba

A principios de siglo fue cuando el Chelsea, ahora sumido en una crisis institucional que hace peligrar todos los cimientos del club, empezó a dar miedo por los cuatro costados. Lo daba porque tenía un portero que nunca sabremos si se pronunciaba Cech o Chec, pero que parecía imbatible con o sin casco, en cualquiera de sus evoluciones. Justo delante de él tenía al gran capitán, al líder de la zaga, John Terry. Uno de esos centrales que no te atreves del todo a encararlos, con los que preferirías firmar un contrato para que no te hicieran añicos en algún forcejeo. Luego, en la medular, el cerebro, Frank Lampard. El tipo ese de los cañonazos desde su casa, el box-to-box que se hacía amo y señor del centro del campo y de cada box. El cuarto fantástico, el definitivo, la guinda del pastel, obviamente, el encargado de materializarlo todo. El hombre que vivía por y para el gol. Un elefante que mutaba en tren de mercancías, barriendo todo lo que salía al paso en la estampida hacia la portería rival.

Todos daban miedo, muchísimo miedo, pero si alguno te hacía estremecerte sin igual, ese era Didier Drogba. Vivió en los tiempos de Wayne Rooney y Thierry Henry en la Premier League, se codeó con ellos por ser el mejor delantero del fútbol inglés, pero su inicio dista mucho del de los otros dos. A él la etiqueta de crack mundial le llegó tarde, no la llevaba colgando desde el arranque de su carrera, ni mucho menos. De hecho, todo lo contrario. Si hoy cuando al hablar de Didier Drogba nos ponemos en pie, lo situamos a la altura de los mejores de la historia de África, también en el mismo nivel que todos los depredadores de las Islas Británicas y rememoramos los días en los que el canguelo nos recorría el cuerpo cuando jugaba contra nuestro equipo un martes o un miércoles, es porque el marfileño se labró esa posición a pulso desde que abandonara su país siendo apenas un niño, con su tío, para instalarse en suelo francés.

Aquella primera estancia en Francia duró poco. Tres años después, abatido por la nostalgia y la distancia, un Didier de ocho años decidió volver a Abiyán, la capital de Costa de Marfil. “Cuando llegué a Francia lloraba cada día. No porque estuviera en Francia, podría ser en cualquier parte del mundo, sino porque estaba muy, muy lejos de mis padres. Los echaba mucho de menos”, recordaba años después el marfileño. Aunque el regreso a casa, a aquellos partidos en la calle, en los parkings de coches, no sería muy largo, la situación económica de la familia provocó que un preadolescente Drogba regresara a Francia y su familia, padres y hermanos, lo hicieran justo un año después para reunirse definitivamente.

 

“A diferencia de la mayoría de los futbolistas, Didier no se educó en ninguna academia de fútbol. Empezó a jugar todos los días cuando tenía 18 años”

 

Fue entonces cuando Drogba empezó a destacar en el fútbol. No como una estrella en ciernes, pero lo suficiente como para que clubes franceses se fijaran en él. Y del Levallois parisino pasó a las filas del Le Mans. Aunque el cambio no fue sencillo. Compaginar fútbol y estudios se convirtió en un quebradero de cabeza. “A diferencia de la mayoría de los futbolistas, Didier no se educó en ninguna academia de fútbol. Eso podría haber sido un inconveniente, pero de hecho es la razón por la que siguió mejorando. Didier solo empezó a jugar todos los días cuando tenía 18 años”, apuntó Marc Westerloppe, exentrenador suyo en el Le Mans, a quien el marfileño considera un padre futbolístico.

El hecho de empezar tan tarde, supuso, claro, que su explosión llegara mucho después. No fue hasta pasados los 20 años cuando se estableció en el primer equipo del Le Mans. Y por mucho tiempo a Drogba le ‘mató’ su irregularidad. “Estaba jugando bien un partido y luego el partido siguiente era una mierda. Esa no es la forma en que tienes que ser cuando quieres ser fuerte en tu carrera”. Aunque todo cambió con el nacimiento de su hijo Isaac, “fue un punto de inflexión”. A partir de ahí, ya nada le detuvo. En su primer año completo en la Ligue 2 con el Le Mans marcó siete goles. La siguiente temporada le frenaron las lesiones. A la tercera, como dicen, fue la vencida. Su buena primera vuelta del curso 00-01 le valió el interés del Guingamp, de la Ligue 1, y por unos 100.000 euros se cerró un traspaso que confirmaría el ascenso a la élite de Drogba. La primera media temporada ahí contribuyó con tres goles para salvar la categoría. Lo bueno llegaría en la siguiente, aunque las noticias que llegaban desde Costa de Marfil presagiaban tiempos difíciles en su tierra natal.

El 19 de septiembre de 2002 arrancaba una guerra civil en el país africano, que llevaba desde inicios de los 90 sumido en un conflicto nacional entre el sur y el norte y oeste del territorio por diferencias étnicas y religiosas. Desde que muriera el primer presidente del país, Félix Houphouët-Boigny, en 1993, con todos sus sucesores provenientes de la parte meridional marfileña, las diferencias comenzaron a ser insalvables, hasta el punto de prohibir, en el 2000, la participación en las elecciones de un candidato musulmán. Un año antes, el país ya había sufrido un golpe de Estado. Las tensiones entre los dos bandos del territorio acabaron por iniciar la guerra entre los grupos insurgentes burkibaneses -a los que no se etiquetaba con la expresión ‘ivoirité’, referente al origen marfileño de la familia- y los sureños, de religión cristiana.

Mientras el país se tambaleaba, una de las mejores generaciones de futbolistas que han surgido de entre sus fronteras se estaba gestando. Los Touré, Eboué, Zokora y compañía empezaban a establecerse en la élite. Por encima de todos ellos, un Drogba que firmaba 17 goles en su primera temporada completa con el Guimgamp. Entremedio, su debut con la selección. 0-3 a Camerún. Uno de los goles, por supuesto, obra del que estaba llamado a ser no solo en nuevo líder de la selección, sino el de todo el país. Pero antes, debía certificar su estatus en un club de mayor renombre. El Olympique de Marsella pagaba seis millones de euros por la revelación del fútbol francés. La jugada le salió redonda. Solo estuvo un año ahí. Se convirtió en el ídolo del Stade Vélodrome gracias a sus 19 goles en liga, con los que se ganó ser elegido el Jugador del Año de la Ligue 1; y a sus seis tantos en la Copa de la UEFA, donde el Olympique de Marsella se quedó a las puertas del cielo al perder la final contra el Valencia. Didier Drogba ya era una realidad y un nuevo proyecto gestado en Londres para discutir el binomio Arsenal-Manchester United pagó 38 millones de euros para verlo devorar redes en Stamford Bridge.

 

En la primera guerra civil de Costa de Marfil, fue necesaria la intervención de Didier Drogba, que, mientras marcaba goles, miraba de reojo a su país para frenar el odio entre unos y otros, para que todos fueran un único ‘elefante’

 

Llegarían 164 goles, cuatro títulos de Premier League, otras tantas FA Cup, tres Copas de La Liga y la ansiada Champions League de 2012. En esa competición, Didier Drogba, en una demostración de liderazgo, sacrificio y entrega, se quitó la espina, a él y a toda la afición ‘blue’, de una ‘Orejona’ que era deseo y obsesión del club londinense y que se había escapado en la final de 2008 y en las semifinales de 2009. “Sin él, yo no habría tenido el éxito personal que tuve en el Chelsea y el club tampoco tendría las ligas y Champions que conseguimos. Siempre apareció en los partidos importantes. Era un monstruo dentro del vestuario y un gran amigo fuera del campo. Fue un honor jugar con él”, escribió Frank Lampard en 2015, cuando el marfileño se despedía por segunda vez -tras un pequeño periodo en China y Turquía- del club que les hizo a ambos grandes, y al que los dos hicieron grande. 

El próximo destino era Canadá, luego Estados Unidos, los últimos coletazos de su carrera. Pero durante aquel periodo en Inglaterra, en sus mejores tiempos, Didier Drogba no solo consiguió consolidarse como leyenda del Chelsea. Reducir su figura solo a eso sería no entender nada. Porque lo que hizo Drogba en aquellos años trasciende al fútbol, al deporte, a lo que únicamente suceda entorno a un balón. Mientras Drogba exprimía su fuerza, su instinto goleador, su fútbol por los céspedes de Inglaterra y Europa, también combatía para que todo un país volviera a tener estabilidad social y política. Lo hizo fútbol mediante. Porque cuando el marfileño dejaba la camiseta ‘blue’ en el perchero y se enfundaba la naranja de los ‘Elefantes’, no solo luchaba por éxitos en el terreno de juego, sino también por la unión de una Costa de Marfil agrietada, resquebrajada, en uno de los peores momentos de su historia. Hasta la generación de Drogba y compañía, aquel pueblo nunca había sentido el honor y el orgullo de poder vivir una Copa del Mundo, y solo una Copa África, conquistada en 1992, era el legado que el fútbol marfileño había dejado en el fútbol. La primera clasificación para un Mundial, el de Alemania’06, sucedió mientras el país seguía en guerra. Y Drogba alzó la voz: “Les prometimos que esta celebración uniría a todo el pueblo. Ahora les pedimos que hagamos de esto una realidad. El único país en África con toda esta riqueza no se puede hundir en la guerra. Depongamos las armas, organicemos elecciones y las cosas mejorarán”.

Aquello no fue suficiente. No hubo acuerdo para convocar elecciones en 2006. Pero, fiel a su persistencia, la que demostró durante toda su carrera, volvió a tomar cartas en el asunto un año después. Costa de Marfil se enfrentaba a Madagascar en un partido eliminatorio para la siguiente Copa de África. El líder de la selección llamó al presidente del país, Laurent Gbagbo, para que el encuentro se disputara en la ciudad de Bouaké, donde las fuerzas rebeldes dominaban. Era el evento perfecto para que uno y otro bando tendieran puentes hacia la reconciliación. Un partido de fútbol en el que todos, fueran del lugar que fueran de la nación, estaban unidos por un mismo objetivo. Y así fue. Aquel encuentro, con cinco goles a favor y exhibición de los ‘Elefantes’ incluida, reunió a gentes de diferentes bandos que se hermanaron. Tras el choque, en el que representantes de ambos bandos estaban llamados a ponerse de acuerdo y acudir al estadio, el presidente de la nación y el de las fuerzas rebeldes sellaron pactos, convocaron elecciones y, poco a poco, las armas fueron desapareciendo del día a día de Costa de Marfil. Didier Drogba, con su fútbol, con sus goles, con su compromiso, con su carisma, logró frenar una guerra civil que, desgraciadamente, tres años después volvería estallar tras no serle reconocida la victoria en las elecciones a un candidato del norte. Por suerte, esta segunda guerra civil ya terminó. En la primera, fue necesaria la intervención de un chico que sufrió al abandonar su país a los cinco años, que no lo tuvo fácil para hacerse un lugar en la élite, que brilló en Inglaterra y que, mientras marcaba goles, miraba de reojo a su país para frenar el odio entre unos y otros, para que todos fueran un único ‘elefante’. Ponerse en pie al hablar de Didier Drogba se queda corto, muy corto.

 


SUSCRÍBETE A LA REVISTA PANENKA


Fotografía de Imago.