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Cuando ya ni el fútbol se salva de estar en venta

¿Y si el fútbol moderno estuviera viviendo ahora su propio Nirvana? Dime, ¿cuántos partidos has visto esta semana? ¿Y cuántos te han llegado a emocionar?


Lo que sigue a continuación es el editorial del nuevo #Panenka115, dedicado al 1992, el año en el que todo cambió para siempre. Puedes conseguirlo aquí.


 

No sé si les suena, pero hubo un tiempo en el que existió un género musical llamado rock. Enérgico, puro, carismático, remedio contra la anestesia general, tenía la rara capacidad de comportarse como el ave fénix. Se regeneraba, y cada dos décadas resurgía de forma incomprensible aunque inexorable, con precisión matemática, de generación de veinteañeros a generación de veinteañeros.

Si al fenómeno maleducado del rock and roll de los 50 lo siguió la sofisticación artística de los 60, tuvieron que llegar los 70 y el punk para arrancarlo todo de raíz. Así que tras unos 80 en los que se imponían el sintetizador, la permanente y las hombreras, era de esperar que en los 90 el campo estuviera de nuevo abonado para que los chicos cabreados, que ya eran legión, agarraran una guitarra. Al estilo lo llamaron grunge. A la banda la llamaron Nirvana, y en enero de 1992 se sorprendió a sí misma en el número uno de las listas norteamericanas.

Se había confirmado la teoría, se había cumplido la profecía y, sin embargo, algo no iba como se esperaba. Para arder otra vez, el rock necesitaba gritar más de lo que vendía, escupir más de lo que tragaba. Pero lo alternativo era de repente la norma, y la voz rasgada y claustrofóbica de Kurt Cobain se distribuía por millones, hasta superar al mismísimo Michael Jackson.

¿Qué mundo era este en el que, pasara lo que pasara, siempre ganaba la banca, aunque fuera a costa de millones de jóvenes que, precisamente, declaraban odiar a la banca? Era el nuevo mundo de 1992, el lugar en el que ya nada se salvaba de estar en venta. La tierra que desde entonces habitamos. No lo intuíamos, porque nadábamos en la abundancia musical, pero el futuro se estaba apagando. Nada que ver en la década de 2010. Circulen. Paradoja: el agotamiento del rock se fraguó mientras cada semana se editaban álbumes memorables. El mercado no pudo evitar romperlo. ¿Y si el fútbol moderno, hijo también de 1992, estuviera viviendo ahora su propio Nirvana? Dime, ¿cuántos partidos has visto esta semana? ¿Y cuántos te han llegado a emocionar?


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Fotografía de Imago.