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Cuando el barro sabe a gloria

Marisa Gorrotxategi y Almudena Urizar rememoran los inicios del fútbol femenino en Eibar, con Ipurua totalmente embarrado y bajo la prohibición de la dictadura

1971. Sobre el verde -por llamarlo de alguna manera- de Ipurua, veintidós futbolistas esperaban a que el colegiado hiciese sonar su silbato. El encuentro, sin embargo, estaba prohibido por orden del Gobernador Civil. En aquellos años, la dictadura franquista censuró el deporte femenino bajo la consigna de “no ser para señoritas”. El árbitro cedió a la represión y fue el linier quien dio inicio a aquel encuentro entre el equipo femenino de Eibar y el de Ermua. El resultado final fue de 1-0 para las armeras. “El fruto de aquellas pioneras que con mucho descaro y mucha inquietud social montaron aquel partido fue un equipo de chicas como el Eibartarrak”, afirmó Mikel Larrañaga, vicepresidente de la SD Eibar Fundazioa, a La Nueva España. 

“Éramos una cuadrilla de chicos y chicas que jugábamos juntos en el barrio. Así que me propuse montar un equipo, pero no era nada fácil. Eran años complicados a causa de la dictadura…”, recuerda Marisa Gorrotxategi, capitana de aquel equipo, a Panenka“¡Le dimos muchísimo la tabarra a Antonio Corral, porque nos pensábamos que era el presidente del Eibar! Tenía una tienda en mitad del pueblo e íbamos pidiéndole que nos ayudase. Y así, finalmente, accedieron a aquel primer partido”, añade Gorrotxategi.

“En el 71, yo tenía 15 años. Me dijeron que iban a montar un equipo de fútbol femenino entre algunas chicas mayores que yo y otras de mi colegio y otros cercanos. ¡Yo qué más quería! ¡Me encantaba el fútbol!”, recuerda Almudena Urizar, extremo izquierda de aquel equipo, también a Panenka. “En aquel tiempo, que jugásemos al fútbol era algo terrible. En el colegio de monjas nos decían que aquello era cosa de chicos”, confiesa la exfutbolista.

Unos pocos entrenamientos, camisetas nuevas y a jugar. “No éramos el Eibar. De hecho, no teníamos ni nombre. Nuestra camiseta llevaba la imagen de Amortiguadores Junior. ¡También les dimos mucho la chapa para que nos las hiciesen!”, nos cuenta Gorrotxategi. A pesar de que la historia había puesto en su mirilla aquel encuentro, las protagonistas que la escribieron no eran conscientes de lo que sucedió. Ni siquiera lo fueron durante los años venideros. Se dedicaron a disfrutar y correr sobre el barrizal que se había generado bajo sus pies, abrazadas por los vítores que llegaban desde las gradas de Ipurua. “Cuando llegábamos al estadio y lo vimos lleno… Imagínate. Éramos unas ‘criajas’ y nos sentimos muy arropadas. Vino bastante gente”, explica la capitana del equipo.

 

“Mi problema estaba en casa, ya que no les hacía ni pizca de gracia que jugase al fútbol. De hecho, es posible que no supiesen que yo jugué aquel partido en Ipurua”

 

En el lugar y en el momento indicado, se dieron cita las pioneras del fútbol femenino en Eibar. Vestidas de corto comenzaron a mover el balón, a filtrar balones a las atacantes, a buscar las internadas por la banda. “Recuerdo que Ipurua era un patatal y el campo lo veía enorme. Pero la sensación de coger el balón y arrancar a correr… ¡Disfruté un montón! Y así comenzamos a jugar al fútbol”, cuenta Urizar. Noventa minutos de garra e ilusión que acabaría con el balón en el fondo de la red. Con el tiempo consumido, el equipo logró una victoria importantísima en la que el resultado era, sin duda, lo de menos.

“Que el partido estuvo prohibido nos enteramos más tarde. Nos dijeron que habíamos jugado contra el régimen franquista”, reconoce Almudena. “Si te digo la verdad, no era consciente de las connotaciones políticas de todo aquello. Mi problema estaba en casa, ya que no les hacía ni pizca de gracia que jugase al fútbol. De hecho, es posible que no supiesen que yo jugué aquel partido en Ipurua”, se sincera la jugadora de banda del equipo de Eibar.

Tras la eclosión en Ipurua, el equipo femenino sobrevivió durante un par de años más. En aquel tiempo, las dificultades se hacían latentes en cuestiones tan cotidianas como desplazarse a localidades vecinas para disputar los partidos. Sin embargo, los escasos equipos de fútbol femenino que convivían cerca también fueron desapareciendo paulatinamente hasta que el escenario quedó prácticamente desierto. “Apenas había equipos contra los que jugar. A eso había que sumarle el problema de la movilidad… No nos dieron ninguna posibilidad”, lamenta Marisa. “Pero nosotras tuvimos un sueño. Lo logramos y no le tuvimos miedo a nada”, asegura con satisfacción.

De toda aquella aventura, además, no obtuvieron ningún rédito económico. “Nosotras, personalmente, jamás sacamos un duro de aquello. Siempre lo donábamos a alguna causa. Porque al final, nosotras lo que queríamos era jugar y divertirnos. No nos preocupaba el dinero”, reconoce Marisa. Así pues, los ingresos que el equipo obtuvo por las entradas, fue donado a diferentes organizaciones de la zona. Hospitales, conventos e ikastolas clandestinas agradecieron el esfuerzo de aquel grupo de soñadoras que a principio de los setenta se calzaron las botas en Eibar por primera vez y que a mediados de la misma década tuvieron que colgarlas.

 

Fotografía de Segundo Varela Petite

“Lo más bonito es que creamos ese concepto de grupo y de equipo que antes no teníamos las chicas. Eso me encantó. Juntarnos doce o trece chicas y jugar era maravilloso. Ese componente del compañerismo fue mágico”, rememora Almudena. En la misma línea también se posicionó Amelia Pintado, otra de las integrantes de aquel equipo. “Jugábamos al fútbol, sí, pero también íbamos al monte a por setas, andábamos en bici, corríamos juntas… Y teníamos las espaldas bien anchas para esquivar todos los insultos”, reconoció Pintado a Itsaso Álvarez, en El Correo.

Tras aquella efímera ilusión, el fútbol femenino permaneció en silencio durante los siguientes 15 años y no se reanudó hasta principios de los 90 con la entrada del Eibartarrak Futbol Taldea. En sus primeros años, el club femenino ascendió a la Liga Nacional y a finales de la década consiguieron el subcampeonato de la Copa de la Reina y se alzaron con la Supercopa. Los buenos resultados y el crecimiento de la entidad hizo que en 2003, la SD Eibar se hiciese cargo del equipo femenino, comenzase a lucir los colores del club y pasase a conocerse como Eibar-Eibartarrak.

No obstante, no sería hasta 2009 cuando, tras la modificación de la Superliga, la SD Eibar incorporó el equipo femenino a sus estructuras. Desde entonces, el conjunto femenino no dejó de crecer hasta que, en esta última temporada, ha ascendido por primera vez en su historia a la máxima división española. “No me da envidia no haber llegado a ser profesional”, comienza Almudena. “Lo que sí que me da envidia sana es que ahora los padres y las madres acompañan a sus hijas a entrenar o van a verlas a los partidos. También que vayan vestidas de futbolista por la calle. Eso sí que me da envidia”, comenta sonriente una de las futbolistas pioneras de la localidad guipuzcoana. “La verdad es que no sé si sentirme responsable en toda esta historia. Igual no he tenido ni arte ni parte”, reflexiona Marisa. “Pero me alegro mucho de que por fin las chicas puedan jugar al fútbol y tengan reconocimiento”, concluye la capitana.

Para entender el presente hay que conocer el pasado. Y, seguramente por ello, la SD Eibar Fundazioa decidió rendir un sentido homenaje a aquel equipo pionero. A finales de 2017, toda la plantilla saltó al césped de Ipurua para, posteriormente, presenciar el encuentro del Eibar frente al Girona. De la misma manera, en la tribuna este del Municipal, instalaron una de las imágenes de Segundo Varela Petite, el reconocido fotógrafo de la localidad que inmortalizó aquel encuentro casi medio siglo antes. “La SD Eibar se comportó de maravilla con nosotras”, confiesa Almudena, agradecida. “En la vida me hubiese imaginado que nos fuesen a hacer un homenaje a la docena de zumbadas que nos juntamos en aquellos tiempos”.

 


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