Corría el minuto 70 de un Girona-Cádiz copero de mediados de enero cuando cayó sobre el inmaculado verde de Montilivi. Sus desoladores gritos de dolor impactaron a los pocos presentes. Procedían del alma. “Fue un dolor más mental que físico. Era todo mental. La rabia de decir: ‘joder, otra vez lo mismo, otra vez las rodillas’. Llevo dos operaciones en la izquierda y tres en la derecha. Intentas decirte siempre que no pasa nada. Pero lo que sí pasa es que ves que tu carrera se va acortando poco a poco y que el tiempo que vas perdiendo no lo vas a recuperar. Sientes que hay un número determinado de años jugando y de partidos en Primera para ti, y que todo esto te los está arrebatando para siempre. Siempre tienes el apoyo de tu familia y de tus amigos, pero al final sientes que eres el único que siente ese dolor y por mucho que te animen te sientes solo, frustrado, impotente; como cuando de niño te castigaban sin jugar, sin divertirte, y no entendías por qué. Te duele y no sabes por qué. Y sientes que nadie tiene la solución. Lo único que te queda es intentar ser positivo para sacarlo adelante y aprender de las circunstancias, sabiendo que al final depende de ti, que por mucho que te ayuden al final eres tú o tú. Trabajo o trabajo. Ahora tengo ganas de volver a disfrutar, de volver a jugar, de volver a sentirme jugador. De volver a sentir el cansancio de no poder ni moverte después de un partido”, arranca el lateral derecho del Cádiz Carlos Akapo (Elche, 1993), internacional con Guinea Ecuatorial y exjugador del Huesca con más un centenar de partidos en el fútbol profesional español a sus espaldas.
Debe doler pensar que no podrá haber público en las gradas.
Es un fastidio, tanto por ellos como por nosotros. Notamos mucho su ausencia. Cádiz y el Cádiz son únicos. Aquí palabras identidad o pertenencia tienen más sentido que en ningún otro lugar del mundo. Aquí la gente es del Cádiz. No son del Cádiz y del Madrid o del Cádiz y del Barcelona, aquí son del Cádiz, y hay gente del Cádiz y camisetas por cada sitio de España por el que vamos. Yo entre las lesiones y el coronavirus aún no he podido jugar con el Carranza lleno. Es una putada: ya no pudimos celebrar el ascenso, que hubiera sido increíble, y tampoco hemos podido disfrutar de este año en Primera. Por eso nuestro objetivo es mantenernos: para que el año que viene puedan disfrutarlo en persona.
El Cádiz ha demostrado un carácter rebelde y valiente que le está valiendo para estar, ahora mismo, a un paso de la salvación.
Lo bueno de esta plantilla es que en los momentos complicados, cuando más leía y escuchaba que no servía para Primera División, ha continuado adelante. Cuando ha habido que sacar el alma, el corazón, la garra, el orgullo, el amor propio y todo lo que había que sacar lo ha hecho. Ha tenido sus baches emocionales sus malos momentos, claro, pero el equipo está de puta madre, feliz, alegre, las cosas están saliendo y se siente a poquito de tocar el objetivo.
El objetivo ya se ha tocado con la selección de Guinea Ecuatorial, que se ha clasificado por primera vez para la fase final de la Copa África por méritos propios, tras estar en las de 2012 y 2015 en condición de anfitriona.
Es un hecho histórico que va a quedar para siempre, y del que debemos sentirnos muy orgullosos. Es impresionante. La alegría es inmensa, increíble. Es un sueño poder vivir una Copa de África. Somos una selección muy joven, en crecimiento, y en enero de 2022 iremos a Camerún con mucha hambre y muchísimas ganas de hacer un buen papel.
La gran mayoría de integrantes de la selección tienen la doble nacionalidad y/o juegan en España, como tú. En el último partido, contra Túnez, a finales de marzo, ocho de los once titulares tenían ambas nacionalidades, y de los otros tres dos juegan en España (Fede Bikoro, en el Badalona, y Marvin Anieboh, en el Cacereño), y los tres máximos artilleros históricos de la selección son viejos conocidos del fútbol español como Emilio Nsue, Juvenal Edjogo-Owono o Javier Balboa. Álvaro Cervera, entrenador del Cádiz y enésimo ejemplo de esta realidad, nació en Santa Isabel, la actual Malabo, la capital del país, cuando aún era territorio español. Guinea Ecuatorial se independizó en 1968, pero tanto el país como su selección siguen muy ligados a España.
En la selección, igual que en el país en general, se habla básicamente castellano. El país era una colonia española y en la selección la gran mayoría somos mitad guineanos y mitad españoles. Mi padre nació en Guinea, vino a España con 23 o 24 años con una beca de tres meses de militar de aviación, conoció a mi madre y me tuvieron a mí, y para mí hoy es un orgullo vestir la camiseta de su país y ser el segundo capitán de la selección. Es algo muy bonito. Me siento muy identificado con la selección y con el país. Cuando voy ahí intento nutrirme, empaparme e investigar todo lo que ha vivido mi padre, donde nació y creció. Todo esto me ha ayudado y me ha dado otra visión del mundo, de todo. En España vivimos muy bien. Aunque siempre queremos buscarle un pero a todo, porque somos así, todo es muy bonito, y luego te vas a un país como Guinea, que durante años fue saqueado por gente que fue ahí a aprovecharse de sus materias primas y de sus recursos, y descubres la pobreza. Sitios que no están bien. Y que la gente con poco puede vivir.
“En África el fútbol es mucho más que un simple deporte”, acentúa Alberto Edjogo-Owono, hermano de Juvenal e igualmente internacional con Guinea Ecuatorial, en la primera frase de Indomable.
Es diferente que aquí, sí. Ir a jugar a África es como otro mundo. La gente lo vive mucho más efusivamente que en España y que en Europa; antes, durante y después del partido, y como jugador, como persona, te pasas todo el día diciéndote: ‘joder, es increíble. Es increíble’. Todo el mundo sale de sus casas, y el país entero se paraliza cuando juega la selección. Es un momento genial para ellos. Grandioso. Ves la alegría y la ilusión en las caras de la gente, tanto en los jóvenes como en los mayores. En África, y en Guinea, el fútbol da vida, hace sonreír. Más que en ningún otro sitio. Supongo que el fútbol ahí es como una vía de escape en la que refugiarse para disfrutar, para evadirse. Es diferente que aquí. Se disfruta más porque hay menos cosas que disfrutar, y de una forma más pura.
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Fotografías de Imago y cedida por Carlos Akapo.