Ya han pasado un par de semanas desde que la competición doméstica femenina volviese a asomarse a los verdes de los distintos municipales. La euforia de ver de nuevo a las futbolistas vestidas de corto; desmarques; pases en profundidad; entradas; goles. “¿Ya vuelven a jugar en fútbol femenino?”, me pregunta un amigo. “Pues otra vez perderá el Espanyol”, añade él al escuchar mi respuesta afirmativa. Pobre, él. Perico de cuna que ve cómo ambas disciplinas deportivas están sufriendo las penurias a las puertas del invierno.
La Ciudad Deportiva Dani Jarque está a reventar. Los aficionados blanquiazules se han desplazado en masa para apoyar al equipo femenino en el partido que disputarán frente al Sporting de Huelva. El colista contra el decimotercero. Una nueva oportunidad para sumar la primera victoria de la temporada. Tres puntos que sería lo más parecido a una bocanada de aire fresco en mitad de un naufragio. “Tenemos peor o igual equipo que el año pasado. Lo vamos a pasar mal porque los rivales se han reforzado muy bien”, espetó Paloma Fernández, capitana del Espanyol en declaraciones a la COPE, a mediados de septiembre. “Al renovar, la dirección deportiva me dijo que daríamos un salto de calidad y no ha sido así”, concluyó.
Unas declaraciones temerarias. De las que duelen tanto como las verdades. Una premonición que, jornada tras jornada, se ha venido cumpliendo. El partido avanza en ese clásico quiero y no puedo. Ese fallo en el último pase. La portería que se empequeñece a medida que se acercan a ella. La falta de confianza. Y, a mi alrededor, los lamentos de las primeras acciones dejan paso a la resignación. A esos hombros levantados. A esas miradas que llegaron juntas a la ciudad deportiva y que, tras encontrarse, parecen decirse “siempre igual”. Lejos, muy lejos, la grada de animación no deja de animar a las suyas, pero son casi los únicos vítores de apoyo. “Es…Pa…Nyol”, grita un hombre mayor, dejando ese medio segundo entre sílaba y sílaba. Es una voz ronca que se levanta extraña entre los murmullos del resto de aficionados.
Mientras tanto, sobre el verde, surge la necesidad de marcar un gol. Elena Julve lo intenta en sus internadas por banda. Eli del Estal busca, con relativo éxito, controlar los balones que le llegan desde las otras líneas del campo. Ante ellas, el conjunto andaluz se mantiene replegado y a la espera de salir de caza. Al contraataque. A la carrera. Donde duele. Lo intentan en varias ocasiones a través de Alidou, una de las futbolistas del Sporting más destacadas, pero se encuentran con la eficacia de Altamira y Soldevilla en defensa.
Los problemas económicos hundieron al equipo femenino y solo el trabajo, compromiso y sacrificio de sus jugadoras evitaron que el Espanyol desapareciese.
Las ocasiones levantan el clásico “¡uy!” de los aficionados y, tras este, vuelve el murmullo inquieto. En el asiento de debajo, un joven que no superará su primera década de vida ni siquiera ve el partido. Sostiene un móvil de alta gama -presumiblemente de algún familiar- y observa con atención la pantalla. En ella, un vídeo de Youtube en el que otro joven juega al clásico simulador de fútbol. “¿Para qué ver un partido en directo pudiendo ver otro de un videojuego?”, me preguntó.
La realidad es que la emoción se va diluyendo con el paso de los minutos. El empate a cero comienza a tomar forma y la ilusión de ver por lo menos un gol también se desvanece. Sin la esencia de este deporte, la mañana se vuelve un poco más gris. “Se han tirado todo el partido jugando al pelotazo. Y ahora que quedan cinco minutos y tienen que ir al ataque, siguen jugando igual. No lo entiendo”, protesta otro de los aficionados que se acumulan alrededor de mi localidad. No es entrenador, o eso creo. Yo tampoco, todo sea dicho, pero la realidad es que al conjunto perico se le ve carente de ideas. El Sporting de Huelva, por su parte, tampoco parece estar por la labor de arriesgar.
Con los tres pitidos finales se confirman varios aspectos. El primero es que el Espanyol ha sumado su segundo punto de la temporada. Antes, solo movió su casillero ante un Betis Féminas que también ha tenido un inicio de liga accidentado. El segundo, que el Sporting de Huelva regresa a Andalucía con su primer punto a domicilio. El tercero y más importante, que Paloma tenía razón. Este empate, a pesar de sumar, es otra final perdida para el combinado de Salvador Jaspe. También se hace realidad aquello de que cualquier tiempo pasado fue mejor.
Nada queda de aquel Espanyol glorioso que sembraba el pánico entre los diferentes conjuntos del campeonato. Aquel que levantó la liga en la temporada 2005-2006. Que además, aquel año hizo un doblete levantando la Copa de la Reina. Un trofeo que también llevó a sus vitrinas en el año 1996 y 1997 y, tras el ya mencionado, repitió en 2010 y 2012. Aquel equipo que también compitió ante el mejor Rayo Vallecano de todos los tiempos y que fue meritorio subcampeón en la 2006-2007. En esa segunda plaza quedaría también en 2009, 2010 y 2012, años que combinarían con la consecución del torneo del K.O.
Pero de aquello han pasado cerca de 15 años. Tras la mejor época de su historia, llegó la tormenta. Los problemas económicos hundieron al equipo femenino y solo el trabajo, compromiso y sacrificio de sus jugadoras evitaron que el Espanyol desapareciese. Sumido en la crisis financiera, el club comunicó que no destinaría recursos monetarios a la disciplina y no permitió que las jugadoras buscasen patrocinadores puesto que los ingresos deberían ir a las delicadas arcas del club. Aquello provocó, como tampoco podía ser de otra manera, una desbandada. Jugadoras como Érika Vázquez, Vero Boquete o Alexia Putellas abandonaron la entidad en busca de la estabilidad de otros clubes que empezaban a invertir en sus disciplinas femeninas.
Y ese miedo a la desaparición ha sido latente hasta la profesionalización del equipo femenino con la llegada de Chen Yansheng. Mejoras económicas, becas para el fútbol base… Parecía que incluso llegaba la estabilidad al primer equipo que, tras quedar noveno en la última temporada, revertía la dinámica negativa de los últimos años. Sin embargo, ahora el miedo al descenso es más físico que nunca. Más real. El farolillo rojo ilumina con más fuerza a cada jornada que pasa y las alarmas llevan sonando desde hace semanas.
Sin embargo, a medida que avanzo junto a la riada de gente que busca las puertas de salida de la ciudad deportiva, observo los rostros de los asistentes. Algunos se marchan serios. Decepcionados. Muchos otros dibujan sonrisas. Muecas de alegría. Igual por el desconocimiento de la historia, de las alegrías y de los sufrimientos de su equipo femenino. Igual, también, por el cupón de descuento que sostienen cuidadosamente entre sus dedos para ver gratuitamente al equipo masculino. Para muchos debe haber sido la única motivación para asistir a Sant Adrià del Besos en esta matinal de sábado. La ilusión de ver a los de Machín ganarle a Osasuna. Mantienen la esperanza pero ya se sabe que a perro flaco…