A Gerard Piqué las horas previas a la final del Mundial de Sudáfrica le pillaron jugando al ping pong con algún compañero de la ‘Roja’. Qué cosas. Te encuentras a poco tiempo de jugar el partido más importante de tu vida y tú estás dándole a una pelotita de plástico para matar el rato. Un poco lo mismo hizo Andrea Pirlo, que a escasas horas de la final de la Copa del Mundo en 2006 le dio por pillar el mando de la Play y echar unas partiditas. El resultado: una estrella en el pecho de cada uno.
A la selección de Dinamarca, en vísperas de la Euro 92, le pasó algo parecido. No se habían clasificado para el torneo. Empezaban las vacaciones, aunque con un ojo puesto en la Guerra de los Balcanes, que podría llevar al combinado nacional a ocupar el lugar de Yugoslavia. La leyenda cuenta erróneamente que a la gran mayoría de los convocados daneses la noticia de que se iban a la Euro les pilló en la playa. Que como tantos guiris, inundaron las playas mediterráneas y se fueron a disfrutar del mar. Plantar la sombrilla, colocar la toalla en la arena y a hacerse un bañito para refrescar el cuerpo que el calor aprieta. Y que de repente una llamada inesperada te explique que Yugoslavia está fuera del campeonato por culpa de un conflicto bélico. Recoger la sombrilla, sacudir la toalla, quitarse el bañador, calzarse las botas. Y a jugar. Como si tú mismo estuvieras en la playa y de repente, de camino al coche, te cruzaras con un campito de fútbol y alguien te invitara a entrar a darle un par de patadas al balón. Así, relajado, sin presiones, quizá saldría tu mejor versión. Nada que perder. El mito, una vez más, le ganó el duelo a la historia. Es cierto que a algunos ya les cogió de vacaciones; el resto, en realidad, simplemente no estaban preparados mentalmente para un torneo de tales dimensiones. Y puede que por eso, exactamente por esa distensión, le pasara lo que le pasó a Dinamarca. Junto con Suecia, se cargó a Francia e Inglaterra en la fase de grupos. En las semis, la suerte de los penaltis cayó en favor suyo para eliminar a Países Bajos. Esperaba Alemania en la final. La solución: prepararse del mismo modo a cómo lo habían hecho para llegar al partido definitivo.
La leyenda también cuenta que el seleccionador Richard Møller-Nielsen dominaba mucho de táctica, de estrategia, de análisis del rival. En cambio, el liderazgo y la empatía con sus futbolistas podríamos decir que no era su punto fuerte. De hecho, todo lo contrario. Así que su segundo, Kaj Johansen, lo cogió por banda y le dijo algo así como: “¿Por qué no le damos un poco de espacio a los chavales?”. No literalmente, claro, eso lo imagino yo, pero fue gracias a Johansen que en los días previos a la final el buen rollo y la harmonía reinaran en la concentración danesa. Los alemanes, en cambio, tomaron la decisión contraria. Mientras Brian Laudrup, Peter Schmeichel y compañía disfrutaban de unos cuantos hoyos de golf, alguna comida en el McDonald’s y recibir la visita de sus parejas, a Berti Vogts, seleccionador teutón, se le ocurrió que la mejor manera de afrontar la final era cerrar a cal y canto su hotel. Concentración máxima. Nada de foráneos. Solo fútbol, fútbol y fútbol. El final del cuento: Dinamarca campeona de una Eurocopa para la que ni se había clasificado.
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Fotografía de Imago.