PUBLICIDAD

Yo también me enamoré de Cesc Fàbregas

Mucho antes que el culebrón de Mbappé, exisitó el culebrón de Cesc, un jugador que es recordado en el Camp Nou, sobre todo, por lo mucho que se deseó que lo pisara

Hubo un tiempo en el que la vida era eso que pasaba mientras los aficionados del Barça nos enamorábamos y nos desenamorábamos de Cesc Fàbregas. Por aquel entonces, todavía era jugador del Arsenal, donde había recalado después de abandonar La Masía a los 16 años, pero los rumores sobre su regreso a casa se disparaban cada verano, y luego se apagaban, dejándonos a nosotros como esos perros que se quedan parados a mitad de una escalera, incapaces de decidir si subir o bajar los escalones. Era ridículo y, al mismo tiempo, quizá lo más bonito que nos había sucedido nunca. Aunque desgastantes, estos culebrones de fichajes que siempre parece que sí, pero al final no, pero después otra vez sí, un poco como lo de Mbappé y el Madrid, son los mejores, porque destapan nuestras debilidades como hinchas, obligados a cambiar más de opinión que de calcetines. Según el día, Cesc era el hijo pródigo o un traidor, una cuenta pendiente o agua pasada, una inversión o un capricho. En realidad, no era más que un jugador de fútbol. Uno bastante bueno, por cierto. Poco dado a las florituras, como si no supiera escribir con adjetivos, movía los hilos de su equipo con una lucidez y una calma impropios de alguien de su edad. Sus pases largos eran sexo a distancia, hacía en dos toques lo que otros en veinte y tenía llegada, porque no era el típico mediocentro que la soltaba y mantenía la posición, sino que acompañaba las jugadas sin perder el balón de vista, como esos niños que persiguen cometas en la playa. Además, casi nunca se despeinaba, lo que le daba un aire cinematográfico a sus carreras por el campo: Vincent Vega con el traje manchado de sangre pero ni un solo cabello fuera de sitio. En el Camp Nou se llegó a soñar tanto con él que cuando por fin saltó al césped con la camiseta local fue como si esa escena ya se hubiera visto unas cuantas veces, las suficientes incluso como para haber empezado a aburrirla. De azulgrana jugó 151 partidos, marcó 42 goles y repartió 46 asistencias. Lo que más se recuerda de su etapa en el Barça, sin embargo, es cuando esta todavía no había ocurrido, porque el amor es inexplicable, pero nada comparable a lo que uno siente cuando todavía no sabe si va a ser correspondido.

 


SUSCRÍBETE A LA REVISTA PANENKA


Fotografía de Getty Images.