“La vida no debería ser un viaje hacia la tumba con la intención de llegar a salvo con un cuerpo bonito y bien conservado, sino más bien llegar derrapando de lado, entre una nube de humo, completamente desgastado y destrozado, y proclamar en voz alta: ¡Uf! ¡Vaya viajecito! “
Hunter S. Thompson, escritor y periodista
“Vive rápido, muere joven y deja un bonito cadáver”. Esta frase tan atribuida, erróneamente, a James Dean sirvió para hacer todavía más alargada la leyenda del actor. Aunque la cita aparece realmente en el largometraje Llamad a cualquier puerta, de Nicholas Ray, y no fue dicha por el protagonista de Rebelde sin causa, podría haber salido de la boca de Andy van der Meyde.
A lo largo de su carrera, el canterano del Ajax no consiguió satisfacer a aquellos que depositaron sus esperanzas en él. Inter y Everton, entre otros, fueron algunos de los equipos por donde pasó el exfutbolista. El neerlandés tuvo algunos destellos en el inicio de su carrera. Se decía que podía superar a Johnny Rep, pero la testa no le acompañó. La sesera se le desligó de su cuerpo, sobre todo, en Liverpool, donde el extremo hacía más esfuerzos en disfrutar fuera del terreno de juego que dentro. No paró en ninguna parte. No encontró un domicilio fijo en el cual asentarse.
Una cabeza sin amueblar y un zoológico en el jardín
Era joven. Había proliferado en una de esas canteras que todo el mundo admira. Estaba en el equipo más laureado de Holanda. Cada fin de semana formaba parte del once que consiguió el último doblete para el Ajax. Andy van der Meyde lo tenía todo para triunfar, para que los seguidores del club de Ámsterdam vitorearan su nombre en el estadio, para que los niños se comprasen la camiseta de la franja roja con su nombre y con el dorsal número ‘7’. Pero la vida del mediocampista no es una historia que transcurra en el cielo con nubes blancas luminosas, sino que es un paseo por el infierno con el tío de la guadaña esperando a usarla en cualquier momento.
En 2002, junto a Chivu, los inseparables Ibrahimović y Maxwell, Mido y Van der Vaart, entre otros, el extremo consiguió levantar los trofeos de la Eredivisie y de la Copa de los Países Bajos. Dos torneos que el club ajacied no ha vuelto a alzar de manera conjunta desde aquel año. Y ya ha pasado algún tiempo. Todos aquellos nombres eran los encargados de hacer olvidar a la generación que ganó la última Champions League para el Ajax en 1995.
El veloz jugador marcó el gol que le dio la liga a su equipo con 23 años en aquel doblete histórico. Eso era lo que ocurría sobre el verde, pero fuera era otro cantar. “Competíamos en carreras nocturnas por el anillo de la A10 de Ámsterdam. Zlatan tenía un Mercedes SL y Mido alternaba un Ferrari y un BMW Z”, afirma Van der Meyde. La dirección del conjunto de la capital holandesa sabía de las andanzas de sus jóvenes promesas, pero estimaban que eran chiquilladas de la edad.
“Tenía dinero y podía comprar todo lo que me viniera en gana. Hacía lo que me apetecía en cualquier momento”
El fútbol descuartizó vivo al extremo. Se lo comió crudo. No tuvo miramientos con él. Tras retirase, decidió contar sus vivencias. Le puso de título a su autobiografía Geen Genade. En castellano, el encabezado significa Sin piedad. En las hojas de ese libro, Van der Meyde se deshuesa, cuenta cómo fue su vida y lo que se experimenta al ser una especie de ser superior. “Tenía dinero y podía comprar todo lo que me viniera en gana y estar con las mujeres que me propusiera. Hacía lo que me apetecía en cualquier momento, desde el día que debuté”, declara el exjugador.
Tras disputar 122 partidos con el Ajax, el Inter ofertó alrededor de 12 millones de euros por él. El club y el jugador no se lo pensaron dos veces. El extremo dejó Holanda después de haber marcado 21 goles y de haber dado 33 asistencias. A Van der Meyde le aguantaron dos años en Milán. Ni Zaccheroni ni Mancini pudieron con la cabeza desordenada del sexto neerlandés que vistió la zamarra nerazzurri. 54 encuentros y cuatro tantos anotados por el mediocampista. Ese fue el bagaje que dejó el habilidoso jugador en Italia.
“Salía los viernes y salía los sábados. Y salía los lunes, los martes y los miércoles. Era una locura, una manera de no pensar en mis problemas. Bebía a todas horas y así no pensaba”, recuerda en su alegato manuscrito. Pero no solo había eso. También existía una relación toxica entre Van der Meyde y su pareja de por aquel entonces. Ambos vivían a las afueras de Milán en un esperpento de hogar con todo tipo de animales. “Tenía un zoo en el jardín: caballos, perros, loros, tortugas”, recuerda el neerlandés.
No se le vería más por los terrenos de la Serie A. Van der Meyde tuvo una nueva oportunidad de desengancharse de la botella y de colgarse al fútbol. La Premier League fue la nueva parada en este viacrucis personal. Y más concretamente en el Everton. Al lado de su larga lista de pecados, el extremo manifiesta que “un futbolista se siente un Dios”. El holandés podía volver a sentirse como un ser superior en el Reino Unido.
“Un futbolista se siente un Dios”
La mítica ciudad de los Beatles recibió con los brazos abiertos a su nuevo huésped. “Me ofrecían el doble de lo que me pagaban en el Inter, y ni me lo pensé. Lo primero que hice nada más llegar a Liverpool fue comprarme un Ferrari y emborracharme en uno de los sitios más famosos de la ciudad”, rememora el holandés. El extremo habría jugado en esa metrópolis encima de la azotea de un tejado si hubiera sido necesario.
David Moyes creyó fervientemente que podía recuperar las cualidades de aquel habilidoso futbolista. El entrenador escoces fracasó en el intento. La batalla propia de su discípulo estaba ubicada en otro lugar. “Lo más duro para mí fue centrarme en los partidos. Una forma de evadirme era bebiendo, así no me daba cuenta de la realidad”, explica en Sin piedad.
Van der Meyde veneraba a la botella. Ese tubo de hielo con licor no era la única compañía en las noches del mediocampista. En ellas, la comparsa era todavía mayor. “Beber hasta explotar y consumir cocaína era habitual. Estaba fuera de control, no podía dormir si no consumía pastillas”, admite el exjugador. Pero los trapicheos continuaban. El holandés confiesa que “cosas fuertes que necesitaban receta médica las robaba al médico del club”.
Los inicios en un nuevo lugar son arduos. En ocasiones, parece que todo está en contra. El holandés no empezó con buen pie con los Toffess. Tras realizar una dura entrada a Xabi Alonso, el mediocampista tulipán fue expulsado por roja directa en su primer derbi de Merseyside defendiendo el lado azul de la ciudad.
En Liverpool, tras una primera temporada muy escabrosa por diferentes lesiones musculares, el neerlandés se vio envuelto en numerosas polémicas en los años siguientes: se ausentaba de entrenamientos sin motivos, insultó a su entrenador, fue castigado, multado y apartado del resto de sus compañeros, le tocó jugar con el equipo reserva, tuvo que ser ingresado por problemas respiratorios, presuntamente, por mezclar alcohol y otras sustancias, y casi no paraba por su hogar. Van der Meyde fue engullido por lo que los rusos denominan un zapoi, término que se utiliza para describir el consumo de alcohol en cantidades ingentes durante varios días seguidos. Todo ello sin descanso.
“Íbamos de fiesta en fiesta. A veces iba a casa a por ropa y le decía a mi novia que nos íbamos de concentración a un hotel, cuando en realidad lo que pasaba era que la fiesta continuaba. Bebía sin parar y consumir cocaína estaba a la orden del día”, describe el atacante en su texto de redención.
“Fui una vez a Mánchester de fiesta. Me bebí una botella de ron entera. Llegué justo al entrenamiento. Hice los mejores tiempos. No podía esconder que iba borracho”
En el Reino Unido, en Inglaterra, en el noroeste de la tierra que propaga el God Save the Queen y, sobre todo, en el condado de Merseyside llueve mucho y hace frío. Aunque ni allí, ni en su país natal, ni en la bota del mundo encontró acomodo. A este jugador le tocó vagar sin rumbo y la luz que le hizo resplandecer en aquellos momentos donde comenzaba a dar patadas a un balón de manera profesional se fue apagando hasta que huyó.
“Fui una vez a Mánchester de fiesta. Me bebí una botella de ron entera yo solo y llegué justo a la hora del entrenamiento sin tiempo para descansar. Hice los mejores tiempos físicos, pero todo el mundo sabía de mi estado. No podía esconder que iba borracho”. Con estas palabras se podría resumir su estancia en Inglaterra.
Muchas fueron las miradas que tenía sobre su espalda y muchas de esas personas se apenan por lo que pudo ser y por lo que no llegó a ser. “Tenía mucho talento, era muy rápido, muy técnico y podía romper cualquier partido desde la derecha o la izquierda, porque cambiaba de lado sin problemas. Lo tenía todo… Fue una lástima”. Esto lo dijo Michael Reiziger sobre el autor de Sin piedad. El que fuera lateral del Barcelona reconoce que le costaba defender a su compatriota en los entrenamientos de la selección holandesa. Por su parte, el extremo jugó 17 partidos con la camiseta Oranje y anotó un único tanto.
Después de su periplo por tierras británicas y tras rescindir su contrato con la entidad blue, el PSV le dio la opción de ponerse a prueba con ellos. No llegó a debutar de manera oficial con el club de Eindhoven. Solo disputó un amistoso. En 2010, el holandés decidió retirase. Tuvo algún que otro escarceo semiprofesional con un equipo de barrio. Pero, a los 30 años, ya estaba totalmente fuera de los focos. Puede que le iluminaran otros tipos de destellos y de neones. Van der Meyde, convencido de que se portó como un idiota mientras se le podía denominar futbolista, lamenta haber echado a perder su carrera. Tuvo que bajarse del barco a una temprana edad.
Como en su juego por las bandas, el veloz atacante, quien ahora se dedica a dar charlas motivacionales, se lo jugó todo en los extremos. Su fútbol y su progresión tenían unas cuotas desmesuradas. Su cabeza no pudo aguantar tanta presión. Abandonó la pelota y se hizo luchador de kickboxing. Su autobiografía no dejó a nadie indiferente y se convirtió en un gran fenómeno en los Países Bajos.
La manera que tenía Andy van der Meyde de celebrar sus goles era arrodillándose sobre el césped y, una vez ahí, hacer el gesto de disparar un rifle de francotirador. Esa misma silueta ahora es el logotipo de la línea de gorras que el exjugador ha lanzado al mercado. El extremo se inclinó ante todo aquello que le vino y que no pudo o no supo afrontar. Era alegre por las noches y no cuando se vestía de corto. No se veía nada de aquel frenesí en su manera de jugar. Tras una estancia prolongada en el purgatorio, el holandés abandonó el fútbol por la puerta de atrás.
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Fotografía de Getty Images.