Este texto está extraído del #Panenka106, un número que todavía puedes conseguir aquí.
“Me reí por dentro. Recuerdo que el primer partido de la fase de grupos ante el Lille se jugó en París, en Saint-Denis, porque su estadio no estaba habilitado, y que en la charla previa al entreno del día anterior Pellegrini nos dijo que íbamos a volver ahí para jugar la final, y me reí por dentro. Era una locura. Nos quedamos a un partido de lograrlo”, arranca Diego Forlán, viajando atrás en el tiempo para revivir aquella Champions en la que Villarreal acarició la gloria; con la ilusión de “tot un poble industrial i llaurador“, como reza su himno.
Fernando Roig, pieza indisociable de la historia de El Madrigal, compró el club en 1997, y el equipo conquistó la élite y empezó a viajar más allá de los Pirineos poco después. En la 03-04 y la 04-05 alzó la ya extinta Intertoto, e hizo camino en la Copa de la UEFA: en la primera llegó hasta las semifinales, donde perdió a manos de un Valencia a la postre campeón, y en la segunda, ya con Manuel Pellegrini en el banco, cayó en cuartos frente al AZ Alkmaar y, a la vez, fue tercero en la Liga; solo por detrás del Barça y el Madrid y en puestos de Champions. Por primera vez en su historia.
“En el pueblo se celebró como un título”, rememora Juan Pablo Sorín, mate en mano; el ’12’ de un Villarreal que en la fase previa se cruzó con el Everton. “Recuerdo la preciosa sensación de llegar a Liverpool para disputar la Champions, e ir al mítico The Cavern con Gonzalo [Rodríguez] y alguno más“, prosigue. El equipo regresó de Goodison Park con un 1-2 de ventaja, con goles de Luciano Figueroa y Josico Moreno, y, ya en la vuelta, Sorín allanó el camino hacia la victoria en el primer acto. “Era una oportunidad para quedar en la historia, y quería hacer un gran partido. Siempre he sido de empujar mucho, de creer mucho. La garra hace que las cosas sucedan, y así fue el gol. Por más que digan que los goles de rebote son feos yo lo viví y lo recuerdo como un gol precioso”, afirma, entre risas, el argentino, que en el 92′, después de que Mikel Arteta diera alas a los ingleses, habilitó a Forlán para que dejara la eliminatoria sentenciada. Precisamente desde Uruguay, ‘Juanpi’ añade: “Le puse un centro a Diego desde la banda izquierda. Sabía que, si llegaba, era gol. Porque Diego no fallaba nunca. Fue un partido durísimo. Llegué a casa ‘recontracansado’. Lo recuerdo con mucha felicidad. Fue una liberación. Un alivio. Estábamos todos felices por el temporadón que habíamos hecho, pero nos faltaba asegurar lo más lindo. Sin vencer al Everton nos hubiéramos quedado en la orillita. Fue el momento de decir ‘ahora sí, ya estamos dentro. Vamos a disfrutar'”.
“Ya era un éxito estar ahí. Pero queríamos más. Pellegrini nos hizo soñar en grande”, admite Senna
El pitido final del duelo frente al Everton supuso, a la vez, un final y un principio. Fue el final de la prolífica trayectoria del italiano Pierluigi Collina y el principio de la aventura de un Villarreal que descubrió parajes “desconocidos” e ignotos a ojos de un pueblo de menos de 50.000 habitantes y de un club que “en los 90 solo aspiraba a no bajar a Segunda B, y si venían 2.500 personas al campo ya era un milagro”, recuerda José Manuel Llaneza, aún vicepresidente del club y el arquitecto de aquella plantilla, mitad española, mitad suramericana.
“Había mucho talento y también jugadores que iban a muerte. Era una plantilla de hombres que sabían lo que querían: ganar”, asiente Llaneza. En el mismo sentido, Cayetano Ros, periodista de El País que cubrió toda la aventura ‘grogueta‘, señala dos factores clave para el éxito de una plantilla que llegó “muchísimo más lejos de su potencial”: “El equipo se contagió de la ambición de Roig y de la personalidad y del amor propio de Pellegrini. No le tenía miedo a nada. Se sentía superior y capaz de ganar a cualquiera, con su apuesta por los futbolistas técnicos; comenzando por un Riquelme que era una barbaridad. Pellegrini prefería la técnica al físico, al contrario de lo que sucede ahora. Prefería ir andando a las transiciones rápidas. Todo lo que se vivió en España a partir de 2008 fue, en gran parte, gracias a la herencia de Cruyff y al Barça de Guardiola, pero hubo otros, como Pellegrini, que también hicieron mucho para incentivar la llegada de ese esplendor y esa exaltación del juego de toque”.
El sueño de un debutante
Ya en la fase de grupos, el equipo de Pellegrini quedó encuadrado junto al Manchester United, el Benfica y el Lille, pero “jamás nos vimos como la cenicienta ni con el único objetivo de pelear para ser terceros. Sabíamos que podíamos pasar, y peleamos por ese objetivo común desde el primer minuto del primer partido”, acentúa Sorín. El 14 de septiembre de 2005, el equipo debutó recibiendo al United de Ruud van Nistelrooy, Cristiano Ronaldo y Wayne Rooney. Ninguno de los tres acabó el partido: los dos primeros fueron sustituidos por Alex Ferguson y el último fue expulsado por doble cartulina amarilla en el 64′. Llaneza todavía recuerda la patada que Rooney le pegó a una puerta, y Marcos Senna, “la ansiedad y la emoción de oír el himno de la Champions en El Madrigal, de ver desfilar a algunos de los mejores del mundo por nuestro campo, y la increíble felicidad de cumplir el sueño de todo futbolista y de todo niño. Para nosotros ya era un éxito estar ahí. Ya lo era haber jugado la previa. Pero queríamos más. Pellegrini nos cambió el chip”. El exinternacional español es hoy director de relaciones institucionales del club.
El Villarreal cerró sus tres primeros partidos de la fase de grupos con tres empates y celebró su primer triunfo en la cuarta fecha, en Da Luz, con un derechazo desde 40 metros del propio Senna. La siguiente cita fue en Old Trafford, donde se repitió el empate a cero de la ida, el mismo resultado que han dejado los cuatro partidos entre ‘Groguets‘ y ‘Red Devils‘. En esa ocasión sobresalió por encima del resto un imberbe Gonzalo Rodríguez, imperial. “Es incluso mejor de lo que pensábamos”, reconocía Roig en un reportaje de Ros en El País. “Hace unos años fui a Old Trafford con el Valencia y me prometí a mí mismo, ya que no se lo podía decir a nadie porque habría parecido una locura, que volvería ahí con el Villarreal. La Champions es una droga. Cuando la has probado es difícil renunciar a ella”, añadiría, unas semanas más tarde, ante el mismo periodista.
La ciudad, rendida a los pies de su equipo, ansiaba una dosis más, y se la brindó Antonio Guayre, que en el último partido de la fase de grupos certificó el primer puesto del Villarreal al celebrar el tanto de la victoria ante el Lille (1-0). Los jugadores de Pellegrini, invictos, acabaron con diez puntos, con dos de margen sobre el Benfica y cuatro sobre el Lille y el United, último. Y con un balance de tres tantos a favor y solo uno en contra. Desde que el torneo se juega con el formato actual (03-04), ningún equipo ha accedido a la fase eliminatoria con tan pocos goles.
En octavos, el rival fue el Rangers. El brillo de las vitrinas de Ibrox Park no intimidó al cuadro ‘groguet‘. “Inmensamente superior, se quedó con las ganas de haber fulminado la eliminatoria. Por juego, lo había merecido”, afirmó Ros en su crónica. Riquelme inauguró pronto el marcador al transformar un penalti por manos de Dado Prso y Forlán volvió a poner por delante al Villarreal antes del entretiempo después de que el danés Peter Lovenkrands hubiera restablecido el equilibrio inicial. Pero, ya en el 82′, después de que
el equipo de Pellegrini hubiera hecho méritos de sobra para encarrilar la eliminatoria, un mal despeje de Juan Manuel Peña se introdujo en la meta de Sebastián Viera. La llave se resolvió en El Madrigal, donde el equipo hizo valer el valor doble de los goles en campo rival tras empatar a uno, con tantos de Lovenkrands (12′) y Arruabarrena (49′). “En casa éramos muy sólidos. Estábamos acostumbrados a convivir con estas presiones, y los rivales no se comportaban igual cuando saltaban a El Madrigal”, subraya Forlán.
Tras dejar por el camino a tanto británico, el Villarreal quedó emparejado con el Inter. “Del ‘ojalá pasemos a la fase de grupos’ pasamos al ‘sería la pera llegar a octavos’, y de ahí al Giuseppe Meazza. Con mucha ilusión, pero con muy poquitas posibilidades, creía. El Inter tenía un equipo impresionante. Y en Milán sufrimos un bombardeo continuo. Zanetti nos descosió”, remarca Llaneza. En la víspera de la ida, Guille Franco insistió en que sería “importantísimo” anotar a domicilio, y Forlán lo hizo en el primer minuto, pero el Inter remontó por mediación de Adriano Leite y Obafemi Martins.
Fue la primera derrota del equipo en aquella Champions, pero el Villarreal, insistía Ros en El País, “negó las diferencias presupuestarias, la historia y la experiencia, tan desfavorables, para dejar una puerta abierta”. Y en la vuelta la derribó, con aún más fuerza que Rooney y con un nuevo tanto histórico de Arruabarrena (58′). “Jugamos un partido fantástico, perfecto en lo táctico. Y en una pelota parada, en una desatención suya, Román se la puso ‘con la mano’ al ‘Vasco'”, relata Sorín, y, de espaldas al arco de Francesco Toldo, el ‘3’ cabeceó a gol, desatando el éxtasis en las gradas de El Madrigal.
Ahí estaba Roberto Bautista Agut, exjugador de las inferiores del Villarreal, junto a su padre. “Me acuerdo de jugar en la Play con Adriano, Recoba, Zanetti, Verón, Figo y compañía, y verlos ahí fue la leche. Igual que la sensación de escuchar el himno de la Champions en El Madrigal, con el estadio lleno, junto a mi padre. Viví muchos partidos con él. Disfrutábamos mucho. Me encantaba escucharle”, rememora el tenista.
Al volver a aquel día, Llaneza recuerda “un meneo impresionante. Y la sensación de pensar que habíamos marcado demasiado pronto y que habíamos despertado a la bestia muy temprano. Pero Román cogió el balón y lo escondió”. Sorín, por su parte, no olvida el terrible codazo de Marco Materazzi que le abrió la ceja izquierda en el área ‘nerazzurra‘, sin que el colegiado pitara nada. “Ahora vamos a por todo”, anticipó el argentino al término del partido. Mientras Roig lloraba por la emoción, la afición reclamaba tres veces la presencia de sus héroes en el verde para darles las gracias. “¿Cómo se construye un milagro?”, le preguntaron a Pellegrini en rueda de prensa. “Trabajo y convicción”, respondió el entrenador chileno, el ingeniero de un atrevido Villarreal que se convirtió en el primer debutante en la Champions en llegar a semis. Senna vivió aquel 4 de abril “con mucha emoción y orgullo. Fue una noche escandalosa. Salimos a disfrutar, sin nada que perder pero con mucho que ganar”.
Cuando el destino unió los caminos del Villarreal y el Arsenal, una sonrisa se dibujó en el rostro del vestuario del antiguo Highbury, convencido de que el Barça y el Milan eran los rivales a evitar. “El primer pensamiento fue ‘guau, qué suerte hemos tenido’. La mayoría no sabía ni ubicar Villarreal en el mapa y la afición ya casi compraba las entradas para la final”, evoca un Robert Pirès que en ese momento ya casi había cerrado con Roig su fichaje como ‘groguet‘.
“Si Román marca, nos cae el segundo. Seguro. Estábamos muertos”, recuerda Robert Pirès
Aquel Arsenal, quizás menos ganador, pero igual de temible que el de ‘Los Invencibles’, había ganado al Madrid en octavos, con una perfecta cabalgada de Thierry Henry desde el círculo central del Bernabéu, y a la Juventus en cuartos, y se impuso en la ida con un solitario gol de Kolo Touré antes del entreacto, a pase de Hleb, en un partido en el que el Villarreal, bajo la lupa de Ros, “sufrió un calvario, una barbaridad, despojado del balón, con un Riquelme empequeñecido e inhabilitado. Sin pelota no es nadie el conjunto amarillo, que a lo máximo que podía aspirar era a regresar a casa con los mínimos daños”. Demasiado Arsenal se titulaba la crónica.
La vuelta se jugó el 25 de abril, y el autobús del equipo llegó a El Madrigal empujado por su hinchada. “La ciudad salió a la calle y todo se tiñó de amarillo. Fue algo espectacular. Mágico”, asegura Forlán, que la temporada anterior había compartido la Bota de Oro con Henry. “Fue inolvidable”, admite Sorín. “Las familias se rindieron al equipo y el equipo se rindió a las familias. La comunión de una ciudad que estaba viviendo un sueño, una fantasía. Nos pellizcábamos y, sí, era real”.
El Villarreal salió con Mariano Barbosa; Javi Venta, Peña, Quique Álvarez, Arruabarrena (Roger García, 82′); Riquelme, Josico (José Mari Romero, 63′), Senna, Sorín; Guille Franco y Forlán. Y el Arsenal, con Jens Lehman; Emmanuel Eboué, Touré, Sol Campbell, Mathieu Flamini (Gaël Clichy, 9′); Gilberto Silva; Hleb, Cesc Fàbregas, Frederik Ljunberg, José Antonio Reyes (Pirès, 69′); y Henry. “Llegamos con mucho respeto, porque Wenger nos repitió muchas veces que para llegar a París había que pasar por Villarreal, pero nos dieron un baño. Nos atropellaron. Aún nos preguntábamos de dónde habían salido, y nos mataron. Javi Venta me mató. ‘Mamma mia‘, no estaba quieto”, recuerda Pirès. “A Javi le buscamos tres sustitutos, Kromkamp, Josemi, Ángel y no sé si alguno más, pero siempre acababa jugando él”, recalca Llaneza.
Fiel al “sempre lluitarem“ del himno, el Villarreal se dejó el alma sobre el verde de El Madrigal, “un poco más alto y un poco más seco de lo normal, para que les costara combinar”, confiesa Senna. Los de Pellegrini arrinconaron al Arsenal en su mitad de campo -hasta el punto de que la única acción de cierto mérito que se le recuerda a Henry es una jugada en la que corrió hacia atrás para cortar un avance local-, pero fallaron todas las ocasiones que generaron, una tras otra. Hasta que en el minuto 88 todo se paró. Clichy derribó a José Mari y el árbitro no dudó: penalti. “Cuando pita, estamos eliminados. Estamos muertos. Si Román marca, nos cae un segundo gol. Seguro. Mentalmente ya no estábamos ahí”, concluye Pirès.
Román acarició la pelota y la besó, como cada tarde, pero la pelota rehuyó el gesto y se estrelló en los guantes de Lehmann, en una fotografía de infausto recuerdo y, a la vez, inolvidable. Justo detrás de la portería, aparece Moisés Peláez, entonces responsable de la jardinería y la limpieza de las instalaciones del Villarreal. “En ese momento se rompió algo dentro de mí. Recuerdo aquel instante con tristeza, pero recuerdo aquella noche con felicidad”, cuenta Peláez, ya jubilado. Recortó la foto en un diario y la conserva en su mesita de noche, como un tesoro. “A veces la miro. Y pienso que un error lo puede tener cualquiera. Las cosas se van olvidando con los años, pero aquello no lo olvidaremos nunca. Irá con nosotros hasta el final”, avisa, con la voz rota por la emoción.
“Perdimos, pero ganamos un momento que nos acompañará siempre. La felicidad de ver al club de nuestro pueblo a un paso de jugar la final de la Champions… Aquello fue una proeza y un punto de inflexión”, concluye Bautista Agut, mientras Ros reivindica que “fue la hostia. Fue un viaje inesperado. Una aventura tremenda, preciosa, alucinante. Un sueño”. “Recuerdo el silencio de cuando Román iba a tirar, y verle salivar, absolutamente desbordado y bloqueado por tanta presión, los sonidos de decepción de después y, sobre todo, que había una carga emocional tan brutal y tanta electricidad en el estadio que la gente se puso a llorar. Incluso gente ajena al Villarreal, como Alfredo Relaño. La gente estaba sintiendo mucho, desde los niños hasta los jugadores. El equipo murió con su filosofía, con sus ideas, con su identidad. Con las botas puestas. Con el orgullo de pueblo. De ese pueblo en el que la gente, en verano, sale con la silla a tomar la fresca por las noches. Fue una historia preciosa. Muy romántica. De cuento de hadas. Cayeron, pero lo hicieron con orgullo y batallando con su estilo. Caer así también es una victoria”, sentencia el periodista.
Mientras Ros cerraba su crónica, Roig se lamentaba arrodillado en la tribuna de El Madrigal, justo al lado de Francisco Camps; Llaneza recibía una llamada de la Casa Real. Felipe, todavía príncipe, quería hablar con Roig y este no le cogía el teléfono. Llaneza colgó al momento. “No me lo creí. ‘Estamos como para bromas ahora’, pensé. Después me llamaron de la Provincia de Castellón para que se lo cogiera y se lo pasara a Fernando”, recuerda, entre risas. “A la cenicienta se le acabó el cuento. Nos sacaron del baile a un minuto de la gran canción. Yo no lo recuerdo como una victoria. No. Nos eliminaron, y se acabó”, remarca, con crudeza. “Pasado el bajón de la caída, me sentía más orgulloso de lo logrado que triste por no haber llegado a la final”, matiza Senna.
Para algunos siempre se impondrá la melancolía. Para otros, la alegría; como en el caso de Sorín, que con su inconfundible sonrisa concluye que “lo dimos todo. Y nos faltó un poquito más. Pero por más que duela ese penal, hicimos historia, y así lo recordamos todos. Y sin Román no hubiéramos llegado nunca hasta ahí. Lo recuerdo con felicidad, y este sentimiento no se va a ir nunca: ‘mirá lo que hicimos entre todos con el Villarreal’. Fue mérito de todos. Desde la afición hasta Pasqualet, el utillero. Fue mérito de todo el pueblo”. De todo “un poble industrial i llaurador“.
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