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Todo el día ganando finales

Algún día estaría bien preguntarles a los madridistas por qué no dejan de ganar, y que estos contestaran que es que se sienten campeones, y los campeones, que ellos sepan, no pierden

Todo el día ganando finales

El Real Madrid asusta. A sus enemigos y a sus aficionados. Puedo imaginar a un seguidor blanco cayendo en la cuenta al salir de la cama de que esta noche se juega la vuelta de las semifinales de la Champions contra el Manchester City y diciéndose a sí mismo, con una mano en la espalda y otra en la pared del pasillo, “joder, es verdad, que hoy lo volvemos a hacer”. El Madrid sabotea la rutina semanal porque para él todos los martes y miércoles son sábados a las tres de la madrugada. O mejor, el primer día de las vacaciones de verano. Cuando el resto solo nos atrevemos a ponernos unos vaqueros, un jersey granate o, como mucho, una camisa de cuadros, él regresa del baño enfundado en un traje de cuatro piezas y oliendo a Paco Rabanne. Solo le falta preguntar cuándo empieza la barra libre con el sol dándole de lleno en la cara. Es la fiesta que nunca acaba. Lo saben Modric, Kroos o Benzema, que no es que no se levanten con resaca después de un éxito, es que viven con ella desde hace un siglo. También Ancelotti. El italiano puede despistar, porque su pose es la de alguien que aprecia la tranquilidad por encima de casi cualquier cosa. Ocurre que, después de tantos años sentado en el banquillo del Bernabéu, para él la tranquilidad equivale a marcar tres goles en el descuento y clasificarse en el último suspiro. Las eliminatorias imposibles exigen escenas de ciencia ficción, y él sabe cómo despertar a los dragones. Ancelotti tiene cara de regar las plantas todos los domingos, de pasar la ITV cuando toca y de saber muchísimas cosas, entre ellas la receta de la Coca-Cola. A veces, cuando los encuentros se encharcan y asoma el precipicio, el míster se acerca a sus jugadores y les susurra algo al oído. Me gusta pensar que les dice cosas como “seis y ocho suman catorce”, “Ana Rosa se crio en Usera” o Titanic está sobrevalorada”, convencido de que para que el milagro vuelva a producirse basta con no hacer nada, dejar a los futbolistas en paz y esperar a que hagan lo que saben. Hace muchos años le preguntaron a Clément Cadou por qué había dejado de escribir, a lo que él replicó: “es que me siento un mueble, y los muebles, que yo sepa, no escriben”. Algún día estaría bien preguntarles a los madridistas por qué no dejan de ganar, y que estos contestaran, sinceros, que es que se sienten campeones, y los campeones, que ellos sepan, no pierden.

 


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Fotografía de Getty Images.