Este texto está extraído del #Panenka24 [noviembre de 2013], un número que todavía puedes conseguir aquí.
La República Moldava Pridnestroviana (RMP) es conocida popularmente como Transnistria y, sin embargo, ni su nombre oficial ni el oficioso logran despertar demasiada información entre quienes los escuchan. De hecho, se trata de un pequeño ‘país’, situado a orillas del río Dniéster entre Ucrania y Moldavia, que se autodeclaró independiente de esta última en 1992, cuando tras la disolución de la URSS fue ensamblado dentro de las fronteras moldavas contra la voluntad de su pueblo. Han pasado más de 20 años de aquello y la mayoría de sus habitantes siguen considerándose “parte de la Unión Soviética”, como sugiere Anatoliy Gorgonov.
Gorgonov reside en Tiraspol, capital de la República y sede del Sheriff FC, club que, junto al FC Tiraspol, representa a Transnistria en la Divizia Nationala moldava. Su peculiar nomenclatura se debe a que el equipo pertenece a una destacada empresa, de homónimo nombre, propietaria de supermercados, gasolineras, constructoras o editoras en el país. La entidad, presidida por Viktor Gushan, un millonario ruso con pasado como dirigente del KGB, ha hecho una importantísima inversión para lanzar el fútbol en la capital del estado secesionista, construyendo una moderna ciudad deportiva que ha costado más de 170 millones de euros.
Si el fútbol es un pretexto para conocer territorios lejanos e inciertos, Transnistria no es una excepción. La información sobre esta región es tan escasa como negativa. Tanto es así que la Unión Europea desaconseja visitarla, alarmada por los casos de trata de armas y soborno en sus fronteras.
Un territorio hermético
Las comunicaciones, como casi todo en Transnistria, están muy lejos de los estándares europeos. Tras hacer escala en Bucarest, un avión a hélices me transporta a Chisinau, capital moldava, en un viaje no apto para aerófobos. Allí conocí a Dimitriy, un conductor que solo hablaba ruso y cuya misión fue la de llevarme a Tiraspol por una carretera ‘principal’ sin señalización, ni luz, con agujeros en el firme y a unos 150 km/h. Pensaba que no llegaba ni a la frontera.
Entre sobresaltos, a la una del mediodía, alcanzamos dos barreras: la primera moldava y unos metros más adelante la de acceso a Transnistria. La autoridad fronteriza, ataviada con armas de asalto estilo Kalashnikov y pocas ganas de agradar, nos hizo salir del coche. Durante 30 eternos minutos me revisaron el pasaporte varias veces, tuve que rellenar muchos papeles en ruso (que cumplimenté con ayuda del conductor) y me preguntaron sobre mis motivaciones para entrar en el estado. Rodeado por un clima algo angustiante, me entregaron un salvoconducto con el que podría permanecer en el país un único día. Los trámites burocráticos son, con diferencia, lo peor de este hermético territorio.
Al alcanzar Tiraspol, en una infinita llanura majestuosamente iluminada se levanta la ciudad deportiva del Sheriff. Enorme, con tres estadios, uno de ellos cubierto, nueve campos de entrenamiento, piscina olímpica, pistas de tenis, restaurante, tres concesionarios de coches, centro médico, residencia… Un flamante complejo megalítico que poco tiene que ver con el paisaje de la región, colmado de añejas edificaciones comunistas de 20 pisos de altura y muchas décadas a sus espaldas.
Al salir del coche, me esperaba un guardia fornido, serio y ataviado con uniforme de camuflaje. Las primeras impresiones de los lugareños no fueron del todo cautivantes. Su rostro, siempre impertérrito, la barrera lingüística y su naturaleza poco comunicativa dista mucho de parecerse a Occidente. Sin embargo, tras relacionarme con la gente de a pie, sentí que a pesar de ser reservados y sobrios, a su manera son amables y entregados. Todo muy Soviet-style.
La información sobre Transnistria es tan escasa como negativa. De hecho, la Unión Europea desaconseja visitas a la región
El guardia me acompañó a una habitación del complejo, sin lujos, pero limpia y con lo necesario para vivir (es decir, con canal de fútbol 24 horas) e incluso me proporcionó el desayuno para el día siguiente. Todo un detalle.
A plena luz del día, Tiraspol asombra más que de noche. Moldavia es el país con el PIB más bajo de Europa y, aunque dentro del impoluto complejo del Sheriff eso no se aprecia, fuera resulta evidente. No hay que rebuscar mucho para detectar una gran brecha social entre las distintas clases. Vehículos de los 80 y trolebuses comparten vía con modernos Mercedes o Hammers, siendo éste un vivo ejemplo de las consecuencias de la acelerada y desorganizada penetración del capitalismo en la ex URSS. Por eso, en Transnistria, con unos índices de paro grotescos, muchos añoran los años de la hoz y el martillo; símbolos todavía presentes en monedas, instituciones o publicidad de la región.
Como mi salvoconducto era para un único día, no tuve más remedio que confiar mi pasaporte a un miembro del club para que la oficina de inmigración ampliara la validez de mi estancia. Sin pasaporte, no hay manera de salir del país. Sin mucho más tiempo para evaluar la situación, acudí al despacho del director deportivo del Sheriff Tiraspol, Valery Pavlichenko. Joven, no llegaba a la treintena, con diccionarios de inglés sobre la mesa y banderines de clubes europeos en las paredes, Valery empezó a hablar de fútbol y todo se volvió… mucho más cómodo. “El Sheriff está creciendo, pero para evolucionar hay que jugar en Europa. Hemos ganado 12 de las últimas 13 ligas porque Moldavia no es muy competitiva. Si pudiéramos disputar la liga rusa o ucraniana todo sería más sencillo, pero ahora, debemos hacer un equipo fuerte para poder competir en la Europa League. Ese es nuestro objetivo y también nuestra puerta hacia al exterior”, explica.
La conversación derivó hacia la confección de la plantilla: “Tenemos, jugadores brasileños, croatas, israelíes, españoles, africanos, eslovenos… el fútbol es global y para ser competitivos necesitamos firmar futbolistas foráneos. Podemos darles una excelente plataforma de crecimiento y todas las comodidades, incluido el alojamiento dentro del complejo, para que se centren únicamente en el deporte”.
Charlando llegamos al mediodía y Valery me invitó a comer. Su chófer nos llevó a Kumanek, un restaurante con mesas de madera muy acogedor. La comida fue excepcional: una sopa típica de Tiraspol y una brocheta de carne (de unos 30 cm) muy sabrosa, acompañada de varias salsas. La comida de ambos costó unos nueve euros, en uno de los lugares más caros de la ciudad. Al cambio con el euro, en Transnistria puedes comer por tres euros, pedirte un helado por 20 céntimos o hacerte con un paquete de tabaco por 0’35. Poseen una peculiar divisa, el rublo transnistrio, que solamente tiene valor dentro de su territorio, y, a diferencia de Moldavia, donde se habla rumano, el ruso es la lengua vehicular.
Hegemonía local
Tras el festín, paseé por la ciudad, a pesar de que a la gente del club no les entusiasmó la idea de que caminase sin pasaporte (pues aún no me lo habían devuelto), sin visado oficial y solo por las calles de Tiraspol.
La capital transnistria no será nunca patrimonio de la humanidad, pero vive rodeada de una atmósfera postcomunista atrayente para nostálgicos y curiosos. La Avenida Lenin, propaganda de héroes comunistas, banderas de Osetia del Sur o Alto Karabaj (estados no reconocidos por la ONU), monumentos a Suvorov, el Soviet supremo, tiendas de coñac Kvist, bebida ‘oficial’ del territorio, o tanques conmemorativos de la Segunda Guerra Mundial adornan un rupestre entramado de moles de cemento y calles mal asfaltadas a la orilla del Dniéster. Además, también hay cines, parques, una pista de patinaje, algún hotel, como el moderno Russia, y gente modesta. No sentí temor al pasear por sus calles, ni al comprar en uno de sus populares mercadillos callejeros. Aunque el entorno, propio de los peores suburbios, y la notoria presencia de la policía militar no ayuda, Tiraspol es una ciudad segura.
El día siguiente era día de partido. A primera hora mi pasaporte y un papel con un sello impreso (visado transnistrio), me fueron entregados. Mi tranquilidad volvía a ser absoluta. El Sheriff recibía al Costuleni, equipo de media tabla. Entradas a un euro y aparcamiento gratuito dentro del recinto. Todas las facilidades para tratar de enganchar a una afición fría que únicamente llena el estadio en los envites europeos.
El Sheriff se ha convertido en la mayor y casi única puerta que tiene Transnistria para sacar la cabeza hacia el exterior
Tras un inicio intenso de los visitantes, el Sheriff tomó el control y se mostró muy superior. El equipo entrenado por el barcelonés Juan Ferrando, fortificado atrás con el excentral del Betis Melli y las individualidades de los brasileños Cadú, Luvanoor y Ricardinho en ataque, es un bloque casi imbatible en el campeonato local. Los goles se sucedieron y el choque finalizó 4-1. Supremacía manifiesta y liderato.
Tras el partido, el contacto con los futbolistas se sucede de forma ágil. ¡Incluso para los periodistas! El brasileño William me comentó que el Sheriff era “una buena oportunidad para entrar en Europa” y, con una amplia sonrisa en el rostro, confesó que el equipo disponía de “mucha plata”. Luva, uno de los jóvenes reclutados por la academia directamente desde Brasil añadió: “Llegué aquí porque era más sencillo convertirme en futbolista profesional”. Pragmáticos o no, muchos jugadores ven en Tiraspol un buen lugar para vivir y crecer en sus carreras. Aunque al final se acabe recurriendo a uno de los temas estrella de la región: la belleza de las transnistrias. Confirmé que más de un futbolista ya se había dejado seducir por alguna mujer de allí…
A pesar de tener una estructura muy jerarquizada y preservar una herencia autoritaria y poco transparente -como casi todo en el país-, el Sheriff FC proporciona trabajo a muchas personas en Tiraspol (jardineros, personal de seguridad y de la limpieza, cocineros, transportistas…) y mediante el fútbol, se ha convertido en la mayor y casi única puerta que tienen en la arrinconada república secesionista para sacar la cabeza hacia el exterior y mostrarle al mundo orgullosamente que Transnistria está ahí. El poder del fútbol tiene estas cosas.
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Fotografía de Imago.