Antes de que el humorista Berto Romero pusiera en boca de todos el término ‘Zasca’ -sí, la expresión la popularizó la serie Padre de Familia, pero nos quedamos con la simplificación española- o de que Youtube se inundara de ‘Thug Lifes’ -vaciladas inmisericordes posteditadas con gafas de sol, cadenas de oro y raperos jaleando al autor de la ocurrencia-, un chico de 20 años chuleó a Maradona de tal forma que al ‘Pelusa’ se le pasaron las ganas de entrenar de por vida.
Aquel joven era Thomas Müller. Autor del primero de los cuatro goles que Alemania le endosó a Argentina en los cuartos de final del Mundial de Sudáfrica, al acabar el partido, el futbolista del Bayern, debutante en un gran torneo, máximo goleador (cinco goles y tres asistencias) y Balón de Oro al Mejor Futbolista Joven del mismo, buscó una cámara y dijo: “Ahora Maradona ya sabe quién soy”.
Move Bitch, Get Out the Way… La melodía del pitorreo silenció hasta las vuvuzelas. Y es que cuatro meses antes el seleccionador de la Albiceleste se había levantado de una comparecencia ante los medios previa a un amistoso contra la Mannschaft indignado por la presencia de Müller. “No es normal que en una rueda de prensa no esté yo solo”, se enojó antes de que un trabajador le chivara que quien tenía al lado era un internacional germano. Diego reculó, pero a su manera: “Lo siento. No sabía que se trataba de un futbolista”.
Al ’10’ de todos los tiempos tal vez le confundió el cuerpo flaco y desgarbado del alemán. O a lo mejor fue la mirada oceánica del ’25’ del Bayern lo que le despistó, inescrutable hasta para maestros de la psicología como Pep Guardiola y cargada con la frialdad de quien se sabe único con el apellido más común de toda Alemania. Aunque lo más probable es que Maradona, en su arrogancia infinita, no hubiera dedicado ni un segundo a informarse sobre el rival. Un desprecio que le costaría el puesto de trabajo la tarde en la que los alemanes se merendaron a Messi.
Por el contrario, el Mundial de 2010 le trajo a Müller gloria y reconocimiento. Un escaparate con el que desquitarse de la final de la Champions perdida unos meses antes contra el Inter de Mourinho, en su primer año completo con el primer equipo del Bayern. Al resto de mortales aquella Copa del Mundo nos dejó la impresión de que algo gordo tenía entre manos el conjunto bávaro y la selección alemana con ese espigado futbolista mitad delantero, mitad centrocampista, mitad interior, mitad extremo y mitad todo. En la fase de grupos ya había afinado la puntería ante Inglaterra y en esa ocasión la reacción al interés de las televisiones había sido un tímido “¿Puedo decir ‘Hola’ a alguien? ¿Sí? Les envío un saludo a mis dos abuelas y a mi abuelo”. Ya entonces parecía lo que sigue pareciendo hoy: un tipo inocentón y entrañable, a medio camino entre el nerd que arruga la nariz cuando toma apuntes delante de la pizarra y el sociópata cuya sonrisa bobalicona puede ser el preludio de una carcajada o una colleja.
‘SPACE INVADER’
Siendo justos, debajo de su tupé tostado se esconde una cabeza privilegiada, capaz de hacer creer al rival que en los movimientos erráticos y lánguidos no puede habitar la inteligencia táctica. Error. Atacante impredecible como pocos, su capacidad para incrustarse en cualquier rincón de la zona de tres cuartos y llegar a tiempo para rematar o dar el último pase le convierte, por encima de todo, en uno de los goleadores más eficaces. Tantas dianas anotadas a lo largo de su carrera no pueden ser fruto de la casualidad, por mucho que el traje que se enfunde para lograr estos registros no sea el más ortodoxo.
“Müller no te supera en control del balón; no te supera en ritmo; no te supera en habilidad de regate. Simplemente te supera”
No vamos a engañarnos a estas alturas: su estilo de juego es extraño, raro, estrambótico. Y qué mejor para reforzar esta percepción que verle celebrar los goles de esa forma suya tan anacrónica. Nada de carreras histéricas: un grito al cielo, los dos brazos en alto y ya. Reacciones propias del fútbol en blanco y negro, en el que no había cámaras a las que regalar besos o volteretas, trasladadas a una final de la Liga de Campeones o a las semifinales de un Mundial. “Con la de goles que mete, ¡debería haber creado ya una celebración propia! Sin embargo, por cómo reacciona, parece que son siempre los primeros que marca”, comenta su comañero Juan Bernat, entrevistado en el #Panenka62. “No excita como las conducciones en carrera a alta velocidad de Robben, ni asombra como el desequilibrio formidable de Ribéry. Incluso gusta menos a los amantes del juego de toque que el muy asociativo Kroos. Pero Müller también tiene sus fans, y ellos adoran lo especial que es”, le definió Axel Torres en 2013. Una teoría que el propio jugador avalaría en las páginas de Eight by Eight, revista estadounidense que lo catalogó -ahí es nada- como el ‘invasor del espacio’ y el ‘asesino modesto’: “Los jugadores que marcan la diferencia suelen ser grandes dribladores. Algunos son rápidos, otros tienen un amplio repertorio de fintas. Pero yo no soy un gran driblador. Consecuentemente, la gente piensa que no tengo buena técnica cuando en realidad soy mejor de lo que muchos creen”. En otras palabras, concluía Uli Hesse, el autor de la entrevista, en las páginas de la misma publicación: “Müller no te supera en control del balón; no te supera en ritmo; no te supera en habilidad de regate. Simplemente te supera”. Y eso se explica también por la capacidad de estar en el lugar correcto en el momento justo.
UN ALEMÁN CONTRADICTORIO
Hijo de la reunificación alemana (nació en un distrito de Baviera dos meses antes de la caída del muro de Berlín) e hincha del Bayern desde que tiene uso de razón -abono anual de temporada y Giovane Elber como gran ídolo-, el club de su vida lo reclutó a los once años para quemar todas las etapas antes de debutar en el primer equipo. Louis Van Gaal se apuntaría el tanto de darle una oportunidad en este negocio, como hizo con tantos otros jóvenes. “En mi equipo, Müller jugará siempre”, manifestó tajante días después de sacarlo de los campos de la tercera alemana -donde jugaba con el filial, en el que tuvo a otro Müller, el gran ‘Torpedo’, como asistente- para ubicarle entre veteranos como Mario Gómez, Olic, Klose o Robben.
La grada le adora. Es uno de los suyos. Y el futbolista lo agradece ejerciendo de animador principal en las celebraciones de todos los títulos que lleva coleccionados desde que debutó con el Bayern en 2009. Los dos últimos de la era Pep, sin ir más lejos, los celebró micrófono en mano, interpretando de forma aberrante todo tipo de canciones populares. No le teme al ridículo, eso queda claro. Es como si el ecosistema bávaro le inmunizara; de ahí que se haga extremadamente complicado imaginarle en cualquier otro país y en cualquier otra liga. No se trata solamente de su apellido: la mentalidad competitiva, la sobriedad en el desarrollo de sus tareas y la eficacia en su rendimiento le convierten en un alemán de pro.
“Tiene una posición indefinida. Se mueve por la media punta, porque tampoco es delantero… Yo diría que es un merodeador de área”
Pero si Müller significa ‘molinero’, no es descabellado pensar que tampoco está exento a los golpes de viento. Tan pronto le reprocha al entrenador una decisión delante de todos como se lanza a sus brazos con la ternura de un crío. “Pep es tan meticuloso como un padre que entrena a su hijo”, llegó a decir en su momento para zanjar las informaciones que hablaban de una mala relación con el técnico catalán. Y es que su fútbol desconcertante no solo afecta a los rivales; también provoca que los planteamientos de sus entrenadores colisionen con la extraña presencia de un jugador habituado a torpedear el juego de posición.
Desde luego, en un fútbol de especialistas, las misteriosas habilidades de Müller constituyen uno de los bienes más preciados de este deporte. Sus piernas flacuchas -y que según él explican por qué se lesiona tan poco (“los rivales no consiguen cazarme porque no las ven”)- y su ‘pecho de pollo’ -como llegó a hacer broma de él su compatriota Bastian Schweinsteiger- entrañan un surtido de virtudes difíciles de parametrizar. Es anárquico, sí, pero nadie danza con más sigilo entre los huecos de los sistemas defensivos. Es de zancada limitada, sí, pero nadie acude con tanta puntualidad al paso previo al gol. Es de apariencia racional, sí, pero se estimula (y estimula al resto de compañeros) a base de arrebatos instintivos.
Si con Messi y Cristiano se agotan los adjetivos, para definir a Müller se requiere un doctorado en filología germánica. Joachim Löw, preparador nacional, se atrevió un día y la frase le quedó mejor que el tinte de su pelo: “No es un futbolista creativo, aunque es un creador”. La contradicción como respuesta, porque las afirmaciones no sirven ni para explicar el carácter socarrón de un tipo que en su niñez llegó a ser monaguillo. “Es el humorista de la selección”, asegura Mats Hummels. Y Bernat añade: “Tiene una posición indefinida. Se mueve por la media punta, porque tampoco es delantero… Yo diría que es un merodeador de área. Eso es. Porque tiene un don para el gol. Todo lo que toca en el área va para dentro y por eso tiene que estar siempre cerca de esa zona”.
Al final, quién sabe, puede que, como hizo con Diego Armando Maradona, Müller solo nos esté vacilando y nosotros no lo sepamos. Zasca.
Este texto está extraído del interior del #Panenka53, un número que todavía puedes conseguir aquí.