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Sandro Mazzola: “Si el Inter decidía ganar, el rival no tenía nada que hacer”

Sandro Mazzola, leyenda del Inter de los 60, responde a nuestras preguntas mientras recuerda los tiempos en los que el equipo de Helenio Herrera conquistó Europa

Sandro Mazzola: "Si el Inter decidía ganar, el rival no tenía nada que hacer"

Esta entrevista a Sandro Mazzola está extraída del interior del #Panenka87, un número que sigue disponible aquí


El hijo de un mito que labró su propia leyenda, uno de los grandes jugadores de la historia del fútbol italiano y referente del equipo que marcó la década de los 60. Sandro Mazzola recuerda con felicidad al ‘Grande Inter’


 

 

Sarti, Burgnich, Facchetti, Bedin, Guarneri, Picchi, Jair, Mazzola, Domenghini, Suárez, Corso. En Italia, generaciones y generaciones se han aprendido durante años está fórmula. No importaba a qué equipo animaran, todos la conocían por igual. Era la alineación de aquel ‘Grande Inter’ que, entrenado por el ‘Mago’, Helenio Herrera, dominó el fútbol italiano y europeo en la década de los 60, siendo capaz de ganar dos Copas de Europa consecutivas: la primera, contra el Real Madrid de Puskás; la segunda, contra el Benfica de Eusébio. El símbolo de aquel equipo fue Sandro Mazzola (Turín, 1942), el futbolista que creció bajo el mito de su padre Valentino, capitán del ‘Grande Torino‘ y pronto se enroló en el Inter para convertirlo en el único equipo de su vida, quedando en la posteridad como uno de los one club men más célebres de la historia del fútbol.

Nos habla desde su villa, situada en Monza, unos pocos kilómetros al norte de la ciudad de Milán. Aunque está a punto de marcharse a un destino tan apetecible en estas fechas como la isla Cerdeña, saca el tiempo y las ganas necesarios para explicarnos cómo y por qué aquel equipo llegó a convertirse en un conjunto tan extraordinario.

Tras su icónico bigote, que ahora ya se ha vuelto gris, suele ocultarse una sonrisa que se convierte en risa cuando recuerda las divertidas anécdotas que dejaron aquellos años inolvidables en el club neroazzurro. Las frases motivacionales de Herrera en el vestuario, las bromas con el español Luis Suárez, los pantalones horribles que vestía el brasileño Jair… El recuerdo de una escuadra como ha habido pocas, que forma parte del selecto club de equipos que pueden afirmar que marcaron una época. “El ‘Grande Inter‘ fue la venganza del fútbol italiano en Europa y, sobre todo, en Italia, donde querían vencernos y no podían hacerlo”, dispara Mazzola.

 

Debutaste con el primer equipo del Inter en 1960, cuando todavía eras un adolescente. Lo hiciste junto a algunos muchachos del equipo Primavera del club, y os enfrentasteis a la Juventus. Marcaste un gol. ¿Qué recuerdas de ese día?

Perdimos 9-1, pero fue un día inolvidable. Recuerdo los momentos antes del encuentro, cuando salimos del vestuario y subimos las escaleras de San Siro. Vimos impresionados a los jugadores de la Juve. En un lado del campo estaban Sivori, Boniperti y, en el otro, nosotros: niños contra campeones. Estábamos preocupados, pero queríamos demostrar que podíamos estar ahí. Recuerdo que Boniperti se acercó a mí para decirme que solía ir secretamente a ver los entrenamientos de mi padre con el ‘Grande Torino’, algo que no podía hacer porque jugaba con la Juventus y los dos equipos eran rivales. Conocí a muchas personas a las que mi padre había dejado impresionadas, y gracias a una de ellas terminé en el Inter. ¿Cómo? Fue algo extraño. Benito Lorenzi, entonces delantero del Inter, fue quien se fijó en mí. Le llamaban ‘Veneno’ por su ferocidad en el campo, pero era una persona excepcional. Había hecho su debut con la selección nacional en 1949, en un amistoso en Madrid, contra España. Ese fue el último partido de mi padre con la camiseta azzurra antes de la tragedia de Superga. Y durante el paseo previo al partido, Lorenzi escuchó cómo mi padre le decía al entrenador: “Haga jugar al chaval, es bueno”. Desde ese momento, mi padre fue como un Dios para él. Y cuando Valentino murió, pensó: “Si hago le hago un bien al hijo de Mazzola, el capitán me hará ganar campeonatos desde el cielo”. Luego, siempre nos llevó a mi hermano y a mí a ver los partidos del Inter. De niños, entrábamos al campo de la mano de los jugadores para el saludo al público y luego nos colocaban en un banquillo al lado de la entrada al campo desde el túnel de vestuarios, para no molestar a nadie. Allí me enamoré del Inter.

 

“Luis Suárez nos hizo comprender cómo se tiene que comportar un campeón. Yo solo tenía dos pulmones; él nunca se rendía”

 

El primer campeonato lo ganaste gracias a Helenio Herrera, que hizo que el Inter se convirtiera en un equipo grandioso. ¿Qué te impactó de él la primera vez que lo tuviste delante?

Recuerdo a los jugadores más veteranos que eran titulares quejarse ya en el segundo entrenamiento: “Este Herrera nos hace hacer cosas extrañas, no durará mucho, lo echarán enseguida”. Se quedó durante ocho años. En cambio, a los chavales más jóvenes nos gustó esa forma diferente que tenía de entrenar, en la que todo estaba basado en la intensidad y la velocidad.

Y a ti también te gustaba Helenio Herrera. Con él, siempre jugabas.

Era joven, jugaba mucho usando la velocidad y a él le gustaba el hecho de que pasara la pelota y luego corriera veinte o treinta metros para volverla a recibir. Después de hacer eso tres o cuatro veces en un partido estaba exhausto, él me llamaba para que me acercara al banquillo y me decía: “Venga, vamos, vamos que así va bien”. Y yo me decía a mí mismo: “¿Cómo qué va bien? Si me estoy muriendo del cansancio”. Hacía que fuera más allá de mis límites.

Herrera es famoso por sus frases y sus declaraciones polémicas, algunas de las cuales estaban escritas en el vestuario, como por ejemplo: ‘Clase + entrenamiento físico + inteligencia = Scudetto’ . ¿Cuál fue tu favorita?

Todas. Porque las leíamos durante el entrenamiento y luego se nos quedaban grabadas en la cabeza. Dependiendo del partido y de cómo estaba jugando, encontraba la frase que mejor funcionaba. Fue un ‘mago’, se te metía en la cabeza. Había encontrado la frase perfecta para cada situación. Luisito Suárez también había llegado con él. ¿Qué sabías del jugador español antes de su llegada? En aquellos tiempos, no había mucha información sobre futbolistas extranjeros… Al principio teníamos dudas. Sabíamos que iba a venir el gran talento español, pero nada más. Su gran virtud fue que nos hizo comprender cómo se tenía que comportar un verdadero campeón. Era siempre el primero dando vueltas al campo y esprintando, por delante de todos. Especialmente para nosotros, los jóvenes, fue siempre un ejemplo a imitar.

¿Cómo fue jugar junto a él? Supongo que te divertiste…

Lo disfruté un montón. Se cabreaba si no corrías. Tal vez no estábamos ganando, el partido estaba empatado a cero… Pero siempre me pedía que corriera a un lado o a otro. Jugaba detrás del punta, y escuchaba a Luisito gritarme a la espalda: “¡Ve a la izquierda, a la derecha!”. Él nunca se rendía, pero yo solo tenía dos pulmones. Suárez, en cambio no desistía en ningún momento. Toda la experiencia que atesoraba siempre nos dio un punto extra.

¿También fue así en la final de la Copa de Europa de la temporada 1963-1964, en la que derrotasteis por 3-1 al Real Madrid?

Especialmente en ese partido. Yo tenía 22 años y, antes del pitido inicial, mientras todos mis compañeros estaban listos para jugar, estaba extasiado al ver allí a los fenómenos del Real Madrid. Qué equipo. Fue el mismo Suárez quien me dijo: “Eh, vamos a empezar el partido, ¿y tú te quedas mirando a los rivales? Primero vamos a jugar como sabemos y luego ya pediremos los autógrafos “. Ganamos 3 a 1 y yo marqué un doblete.

Y Puskás, al final del encuentro, hizo algo parecido a lo de Boniperti en tu debut.

Sí, al final del partido estaba buscando a alguien con el que intercambiarme la camiseta. Puskás vino hacia mí y me dijo: “Eres digno de tu padre”. Sentí una emoción increíble: el gran campeón que se acerca al chaval joven para darle su camiseta. Siempre lo recordaré. Aquel fue mi mejor partido, junto al que jugué contra el Vasas en Budapest, en 1966 [0-2, con dos goles suyos, en octavos de final de la Copa de Europa 1966-67].

¿Fue precisamente aquella final ante el Real Madrid el día en el que el Inter se convirtió en el mejor equipo del mundo?

Al final del encuentro nos dimos cuenta de que algo había pasado. Fue como si el Real Madrid nos hubiera pasado el testigo del equipo más fuerte del mundo. A partir de ese momento, todo cambió. Ya no éramos los mismos a los ojos de los demás jugadores. Cuando estábamos sobre el terreno de juego, ocho de cada diez rivales solo se dedicaban a defenderse y a pegarnos en los tobillos. Éramos imparables.

De todos a los que te enfrentaste, ¿qué defensor fue el más molesto?

Los alemanes y los italianos eran los mejores. Roberto Rosato era terrible. Jugó en Torino y en el Milan. Nunca te dejaba en paz. Una vez, con la selección nacional, el entrenador nos hizo hacer un partidillo de defensas contra atacantes en la previa de un partido importante, y le dije a Rosato: “No me marques ‘al hombre’, como de costumbre”.

¿Qué se siente al ganar dos Copas de Europa de manera consecutiva?

Los primeros días fueron geniales. Podía sentir el ambiente mientas andaba por las calles de Milán. Comprendía que habíamos conseguido algo único. Pero entonces, el club y el entrenador nos pusieron a raya. Al inicio del entrenamiento nos hacían dar vueltas al campo, y nos quejábamos de ello porque, después de todo, acabábamos de ganar dos Copas de Europa seguidas. Pero Helenio Herrera nos decía: “Lo que hemos hecho hasta el momento no tiene ninguna importancia. Todo vuelve a empezar de cero”.

 

“Tras la final del 64 nos dimos cuenta de que algo había ocurrido: el Madrid nos entregó el testigo de mejor equipo del mundo”

 

Has marcado muchos goles, pero muchos recuerdan a aquel equipo solo por el catenaccio.

Pero el Inter no solo se defendía. El ‘Mago’ le llevaba años de ventaja al resto de entrenadores. No era un catenaccio para defenderse, sino para hacer que el equipo contrario se echara hacia adelante y, luego, con nuestra velocidad, pudiéramos golpear al contraataque. Los otros equipos entendieron demasiado tarde cómo derrotarnos, cuando ya lo habíamos ganado todo.

¿Qué hizo especial al Inter?

El carácter. En un momento dado, cuando el partido no iba bien, nos mirábamos a la cara entre los siete que formamos la columna vertebral del equipo y decidíamos que había que ganar. Y ganábamos. Para los demás, no había nada que hacer.

¿Quién era el líder del vestuario?

Armando Picchi era el jefe. Luego estaba Luis Suárez, que no hablaba mucho, pero bastaba con que te mirara de una manera determinada para que entendieras lo que tenías que hacer. En mi caso, sabia que tenia que correr para recibir sus pases. Hacía golpeos bellísimos, pero que eran largos, de 30 o 40 metros. Tenías que ir a buscar la pelota. Si me la lanzaba dos o tres veces seguidas y yo no corría, me gritaba en medio del campo. Luis era fantástico.

En 1962 llegó el brasileño Jair. ¿Cómo fue recibido por el vestuario? No era normal en aquellos tiempos ver en Italia a un jugador no europeo.

Entonces no se televisaban todos los partidos y no sabíamos cómo jugaba. Por supuesto, sabíamos que estaba en la selección brasileña y, por lo tanto, los delanteros tenían miedo de que les quitara el puesto. Cuando entró al vestuario, todos se echaron a reír porque llevaba unos pantalones ajustados que le iban un poco por encima de los tobillos. Vestía una camisa de manga corta y lucía un corte de pelo extraño. Entonces, antes de que todos empezara el entrenamiento, le dijimos al extremo derecho, el veterano Mauro Bicicli: “No te preocupes, ¿pero este a dónde va?” Después de cinco minutos de sesión, Jair había sido devastador. Y entonces le dijimos: “Oye, Bicicli, es mejor que te vayas a casa” [risas]. Qué talento.

Hablando de talento, jugaste contra Eusébio en la final de la Copa de Europa de 1965, contra el Benfica. ¿Qué impresión te dejó?

Habíamos jugado juntos en una selección europea. Yo tenía una forma especial de desmarcarme, para los defensores no era predecible a dónde iba a ir después de haber pasado el balón. Eusébio, en cambio, entendió desde el primer segundo a dónde iba y siempre me pasaba la pelota al milímetro.

Después de las finales ganadas contra el Real Madrid y contra el Benfica, en 1967, en Lisboa, no pudisteis ganar la tercera.

En una semana perdimos la final contra el Celtic de Glasgow y el Scudetto en la última jornada. Estábamos psicológicamente agotados. A fuerza de jugar siempre al ataque, siempre para dominar, siempre para ganar, no éramos capaces de concentrarnos más.

 

“Hoy los italianos juegan menos al fútbol. Y se ficha a extranjeros que no entienden la importancia de darlo todo por el equipo”

 

¿Cuál fue su relación con el presidente del Inter en aquel momento, Angelo Moratti?

Moratti era fantástico. Cuando entraba en el vestuario siempre repartía monedas de oro. A quien marcara un gol le daba una moneda extra. Todavía tengo una bolsa llena de monedas de oro en casa. Me trató como a un hijo. Si entendía que algo me marchaba mal, me llamaba a su oficina para hablarlo. Si había hecho algo malo, me hacía esperar en la antecámara durante media hora antes de entrar. Pensaba en todo, incluso en hacerle un regalo a nuestras esposas cuando celebraban sus cumpleaños. Era un caballero.

¿La rivalidad con el Milan de Nereo Rocco os ayudó a crecer como equipo?

Mantuvimos un pulso increíble. Queríamos ser los primeros de Milán. Cuando íbamos convocados con la selección nacional, queríamos que nos reconocieran primero a los interistas antes que a los milanistas. Esta rivalidad nos ha hecho grandes.

¿Qué ha cambiado en la actualidad?

Por desgracia, ha cambiado la forma en la que formamos a los jóvenes. Los italianos juegan menos al fútbol. Se fichan más extranjeros que sienten menos la camiseta, no entienden la importancia de darlo todo por el equipo.

¿Cuándo tuviste la impresión de que habías superado o igualado a tu padre?

Nunca he pensado que lo haya superado. Creía casi haberlo igualado cuando, caminando por las calles de Milán, cada vez más gente me paraba para que les firmara autógrafos. Entonces pensé en cuando era pequeño y mi padre me llevó a comprar mi primer balón. Estábamos en el centro de Turín y se formó una multitud para saludarlo.

 


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Fotografía de Agencias.