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Samuel Eto’o en una novela de Emmanuel Carrère

Mayo de 2004. La Liga apura su calendario. Eto'o, 23 años, delantero del Mallorca, salta al césped del Bernabéu, un estadio que un día ansió conquistar como local. El resto es historia

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Este texto está extraído de la sección Football Review del #Panenka95


Samuel Eto’o y Eduard Limónov vivieron otros tiempos, otras realidades y otra clase de conflictos. Tan lejos estaban que, mientras escribían sus historias, muy probablemente, no fueron conscientes de la existencia del otro. Pero hay un punto nítido que los conecta en el mapa de la humanidad: ninguno de los dos, de haber conocido a Dios, se hubiera arrodillado ante él.

Mayo de 2004. La Liga apura su calendario. Eto’o, 23 años, delantero del Mallorca, salta al césped del Bernabéu, un estadio que un día ansió conquistar como local. Su mirada fiera invoca a la que siempre emanó de los ojos del inclasificable ciudadano ruso que Emmanuel Carrère, con su icónica novela, convirtió en leyenda. Algo incorpóreo hermana a los dos personajes. Un aire de desobediencia. Un aroma a sueños excéntricos. Un deje indomable. Una irreverencia constante. Antes del primer silbato del árbitro, el camerunés mira a sus compañeros, luego a las estrellas blancas que tiene delante y sonríe. Por un instante, en esa alegría suicida previa a una derrota segura, uno puede entrever a Limónov confesándole a su biógrafo que prefiere mil veces ser el jefe de un partido político compuesto por tres personas que escudero de alguien que congrega a millones.

 

Celebración furiosa, más gestos al palco y el mismo dedo picando contra el pecho. 1-2. Ni pavor, ni espanto, ni vértigo. “Aquí estoy yo, aquí estoy yo”. La frase se le cae de la boca

 

Hay sujetos que logran hacer desaparecer el miedo por la sencilla vía de propinarle una patada y apartarlo de su vista. Van a lo suyo. Si no lo divisan enfrente, el peligro no está, el peligro son ellos. Minuto 10. Eto’o amansa un balón que cae de las nubes, se introduce en el área rival y liquida con sutileza a Casillas. Celebración furiosa, gestos al palco y dedo picando contra el pecho. 1-0. Minuto 36. Eto’o cambia de ritmo en la frontal, rebasa a tres adversarios y ajusta un disparo certero al borde del palo. Celebración furiosa, más gestos al palco y el mismo dedo picando contra el pecho. 1-2. Ni pavor, ni espanto, ni vértigo. “Aquí estoy yo, aquí estoy yo”. La frase se le cae de la boca. El público observa atónito desde sus asientos, como si no se atreviera ni a indignarse. Y el fin del encuentro, que se traduce en tres puntos para los baleares, manda un mensaje inequívoco: el hijo desterrado se ha cobrado su venganza.

Necesitas poseer una concepción muy particular del mundo para no temer a un equipo de la talla del Real Madrid. Más todavía si este aún conserva el 50% de los derechos por tu traspaso y tiene en su mano la opción de recuperarte. Pero Eto’o es Eto’o. Y él, que se siente traicionado, ya tiene claro que el camino a la cumbre va a escogerlo a su antojo. Tan alto llegará, de hecho, que pronto superará a Limónov en notoriedad, y la épica de su ascenso conjugará mejor con la de otro ruso imborrable. En 1917, Trotski sobrevivía en un pisito del Bronx con los escasos ingresos de las conferencias que daba ante salas vacías. Ese mismo año compró muebles a plazos por 200 dólares y luego desapareció sin dejar dirección. Cuando la sociedad crediticia consiguió localizarle, el tipo ya estaba al mando del ejército más grande del mundo.

 


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Fotografías de Getty Images.