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Querido tigre

Tras la eliminación de Perú en la repesca rumbo a Qatar 2022, una carta dirigida a Ricardo Gareca, el seleccionador argentino que los hizo soñar de nuevo

Planeaba escribirte en noviembre, cuando el equipo siente una base en alguna ciudad europea para evitar el jet lag y esas cosas. Un amistoso contra un rival balcánico quizás estaría bien, uno que, sin ser Francia o Dinamarca, nos permitiese entrenar ese fútbol que tú crees nos están arrebatando las fórmulas que se cuecen del otro lado del charco. Pero esas cosas ya no sucederán. Aquí solo queda el murmullo del calefactor abrigando mi cuerpo helado, una lata de bebida sin gas desde el minuto noventa, y las ideas inconexas que se parecen a algo que te escuché decir más tarde: Tengo el partido en la cabeza”, dijiste. La mía arde. Me da vueltas y vueltas y vueltas”.

No pretendo hablarte de fútbol. No podría, simplemente. Quería contarte que, desde donde estoy sentando, se alcanza a ver mi álbum de Rusia 2018. Allí, en el librero blanco junto a la ventana húmeda, delante de un módem y sobre algunos libros a los que no vuelvo nunca. En cambio, al álbum vuelvo siempre. Sin abrirlo ahora, podría recitarte de memoria los resultados del grupo D que anoté de un porrazo en el fixure del inicio el día de la final, y los nombres de los futbolistas peruanos cuyos cromos pude conseguir. No son muchos, la verdad: solo dos.   

Es increíble cuanto he cambiado desde que llegaste a la selección. Lo escribí más o menos así hace algunos meses en las notas de mi teléfono mientras hojeaba el álbum. Y agregué: “Es curioso que esto sea tan relevante para mí. Gareca no lo sabe”. Pero es más curioso aún que cuando tú llegaste, allá por el 2015, yo me fui. Tenía veinte y ganas y sueños y fuerzas, quería buscármelas.

Me fui a lado, a Chile, a una ciudad en donde aún no se han escrito tus récords. Donde no hemos ganado nunca, aunque estuvimos cerca. Me recuerdo en esa Copa América, la del 2015, sacando mi cuenta. “Si encuentro trabajo este año, para las eliminatorias del otro, estaré allí, en el Nacional”. Saltando, alentando. Sufriendo también. Pero había que pagar la universidad primero, ganarse la vida, hacerse adulto y todo eso de un tirón junto con Rusia, el 2018, un sueño, un álbum vacío y de tapa flácida que me recuerda que, entre llenarlo y sobrevivir, hay momentos en los que ir a por lo segundo es totalmente lícito. Como aguantar el partido en Barranquilla, como jugar a los contragolpes en Quito. Por eso es que estos años me importan aún más. Y entiendo si te has desgastado.

 

“La verdad es que nunca hemos caído desde tanta altura y me cuesta creer en esas cosas. Pero es cuestión tiempo, tigre. En algún momento volveré a mirar ese espacio vacío en el librero y me dirá algo que aún no sé”

 

Me ha pasado también. Después de ese Mundial, cuando conseguí por primera vez trabajo como periodista, no sabes cuánto me alegré. Tuve la sensación de que gran parte de todo esto que te cuento estaba a punto de solucionarse y que la prueba máxima era que ahora sí podría ir donde Panini y comprar un paquetón de esas figuritas que me faltaban para llenar el álbum, sin importar lo que costasen. Pero entonces, la cancha volvió a ponerse cuesta arriba. Que me estaba equivocando seguido, que era impreciso, que mi contrato pendía de un hilo y que estaría en modo prueba. Todo esto parecen recortes extraídos de un diario deportivo, pero no lo son. Sucedió así tal cual mientras Perú jugaba la Copa América de 2019 y un día, poco antes del partido con Uruguay por cuartos de final, me topé en redes con un vídeo tuyo en donde decías: “Quedate tranquilo, nos vamos a recuperar y vos también. Toda la fuerza. Vas a ver que vamos a estar bien, vos y la selección”.

Quería contarte que guardé ese vídeo y que creo en él como un mantra. Aprendí a creer en él porque aun habiendo sobrevivido, llegó el 2020 y todos sabemos lo que pasó allí. En mi caso perdí al tío Andrés. Un flaco alto, blancón, parecido a ti, que me llevaba a los partidos de la iglesia del barrio los fines de semana. Nunca fui bueno para el fútbol y hasta llegué a detestarlo. Pero una tarde, cuando tenía diez u once, me llevaron a ver a la selección peruana en el estadio de mi ciudad. Empatamos —digo, porque desde entonces me incluyo en ese plural inmenso— y ya no me quise alejar de allí.

Vuelvo a ese vídeo como a la parte de un documental de la campaña rumbo a Rusia 2018 en donde dices que el estado más lindo del ser humano es el enamoramiento y que para sobrevivir a las eliminatorias “hay que estar enamorado de la selección”. Pero yo ya lo estaba, tigre. Lo estaba desde esos años en los que, tal como un adolescente, sucumbí a la idea de que siempre hay uno que ama más en una relación, de que hay uno que lo da todo pero que no recibe nada a cambio. Sin embargo, contigo esa cuenta está saldada. No importa lo que pasó ayer.

Planeaba escribir esto como planeaba comprar el álbum de Qatar 2022 y esta vez llenarlo todo. Lo pondría allí, en el librero blanco, y se vería junto al otro, vacío, apenas al abrir la puerta de mi departamento. Sería una metáfora, pensé, una performance artística que explicaría a cualquiera que viniese a verme. Pensaba también que como Chile no había clasificado, podría comprar unos cuantos ejemplares aquí y escaparme a Perú un fin de semana a ver a la vieja y revender los álbumes que, de seguro, como el de Rusia, estarían agotados.

Pienso que todos pensábamos algo casi sin mirar el repechaje y pienso también que se nos fue la vida haciéndolo. En Santiago la noche es fría y el silencio es absoluto. Los timelines de mis redes sociales son inmensos y adentrarme en ellos, ahora, me hace sentirme deglutido por esas voces que intentan explicar la derrota con números, decisiones, planteamientos. También por esa suerte de filosofía exprés que dice que “volveremos más fuertes”, que “nos hemos levantado de peores”, que “nos vamos a recuperar”. La verdad es que nunca hemos caído desde tanta altura y me cuesta creer en esas cosas. Pero es cuestión tiempo, tigre. En algún momento volveré a mirar ese espacio vacío en el librero y me dirá algo que aún no sé. Miraré esta pena contigo y me dirá más de mí que lo que estoy dispuesto a entender ahora. Algún día, tigre, algún día volveré a estos años para intentar creer.    

 


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Fotografía de Getty Images.