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Milan Galic: goles en el orfanato

La 'generación de oro' yugoslava pudo cuajar un 1960 histórico. Perdió la final de la Euro pero ganó la de los Juegos. En ambas, brilló un tal Milan Galic

“El balón hecho a base de calcetines era mi mente, mi corazón… Lo era todo para mí”. Son palabras de Milan Galic, un huérfano de la Segunda Guerra Mundial que once años después de perder a sus padres sería campeón olímpico. Su trayectoria, hollywoodiense y novelesca, es muy distinta a la vida ordinaria de los futbolistas de hoy. El padre de Galic falleció seis meses antes de su nacimiento, a causa de un infarto. Se pasaba el día trabajando en el campo. Tres años después, estallaba la guerra y el pequeño Milan, a lomos de un buey, y junto a su madre y sus hermanos mayores escaparon de los nazis húngaros de Vojvodina hasta Bosnia. Pero, como escribía el gran Chéjov: “Si en el primer acto tienes una pistola colgada en la pared, en el siguiente capítulo será disparada”. La Ustacha, milicia croata aliada del nazismo, asesinó a su madre en Bosnia. Con 12 años, el niño, ya huérfano, regresó a Vojvodina, esta vez para ingresar en un orfanato. Y de ahí a otro. Y del segundo al tercero. Y del tercero al cuarto… Solo hay dos cosas que no lo abandonaron con cada cambio de lugar: la infinita sombra de sus cicatrices y su pasión por el fútbol. Con su extraordinario talento y una velocidad y una potencia de salto nunca antes vistas, Galic se convirtió en el mejor jugador de Yugoslavia.

Su zurda poseía a la vez potencia y belleza, pero la cualidad que más sobresalía era su aceleración. Volvía locos a los defensas con sus constantes cambios de ritmo y de dirección, algo impensable en aquel momento. El Proleter Zrenjanin fue el primer equipo que le dio la oportunidad de jugar en ataque, y el Partizan de Belgrado iba a ser su pareja ideal. Goleador implacable, ficharía por el club al que había animado desde la primera vez que dio toques a esa pelota hecha con calcetines.

 

La Ustacha asesinó a su madre en Bosnia. Con 12 años, el niño regresó a Vojvodina para ingresar en un orfanato. Y de ahí a otro. Y del segundo al tercero… Solo hay dos cosas que no lo abandonaron: la sombra de sus cicatrices y el fútbol

 

“Milan Galic era un poeta, un compositor de haikus, un fauvista, pequeño y preciso”, escribió el autor yugoslavo (e hincha del Partizan) Bozo Koprivica. Humilde, pero ganador nato, el joven Galic conquistó muy rápido las simpatías de los aficionados. Cuando los periodistas le preguntaron una vez quién debía ganar la liga nacional, Galic contestó con mucha confianza y escasas palabras: “El Partizan quedará primero, y no me importa demasiado dónde terminará el resto”. En efecto, como el delantero moderno que era, capaz de marcar con facilidad (y con clase) partiendo desde cualquier parte del campo (un auténtico ‘poacher‘, como dicen los ingleses, con capacidad para estar siempre en el lugar y el momento correctos), Galic brilló con el equipo blanquinegro, que sumó tres títulos de liga.

En total, marcó 179 goles con el Partizan, más de 25 por curso. Y eso teniendo en cuenta que en la temporada 1965-66, la más importante en la historia del club, Galic solo jugó tres partidos (y marcó dos goles). Ese curso, los llamados ‘Partizan babes‘, una generación de jugadores salidos de la cantera, alcanzaron la final de la Copa de Europa, en la que perdieron 1-2 ante el Real Madrid. Galic no pudo ayudar a sus compañeros con más presencia en el campo, pues tuvo que pasar un año entero en el Ejército Popular de Yugoslavia. Aquella era, entonces, una obligación que nadie podía eludir, sin importar lo famoso que uno fuera.

 

Con su extraordinario talento y una velocidad y una potencia de salto nunca antes vistas, Galic se convirtió en el mejor jugador de Yugoslavia

 

Galic también demostró la fidelidad a su país vistiendo la camiseta de los ‘Plavi’. Necesitó solo 27 segundos para marcar en su debut, contra Bulgaria, en 1959. Logró algo casi idéntico en la final de los Juegos de 1960, contra Dinamarca, al abrir el marcador cuando se llevaba solo un minuto de partido. Galic, que también había marcado en la final de la primera Eurocopa de la historia (celebrada dos meses antes y con victoria final de la URSS) lideró al equipo a la medalla de oro, siendo el máximo goleador del torneo con siete tantos (uno contra Emirates Árabes, Turquía, Italia y Dinamarca y tres ante Bulgaria). Sin embargo, no pudo recibir la medalla como capitán por un situación absurda: a siete minutos del descanso, fue expulsado por insultar y jurar en serbio. La cuestión es que no se dirigía al colegiado, Concetto Lo Bello, sino a su compañero Bora Kostic. Para desgracia de Galic, Lo Bello había hecho un curso arbitral en Yugoslavia antes del torneo, por lo que entendía el significado de sus palabras, y pensó que se referían a él.

Galic también formó parte del equipo en las siguientes competiciones, en las que los yugoslavos eran señalados como ‘los brasileños de Europa’ por su juego atractivo. Una vez retirado, se licenció en Derecho y pasó a trabajar en la federación yugoslava (FSJ) hasta su jubilación.

 


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Fotografía de Cordon Press.