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Marash Kumbulla: gigante transadriático con pies de barro

La Roma pagó más de veinte millones por él, en el Espanyol se ha convertido en un líder y con Albania homenajea los orígenes de su familia. Esta es la historia de Marash Kumbulla

Kumbulla

Tendemos a olvidar, involuntariamente (por naturaleza) e intencionadamente (por aprendizaje), cuando conviene. Tan profundas y retorcidas son nuestras supuestas raíces que probablemente nunca verán la luz del día, ese lugar a cielo abierto reservado para el tallo y las frondosas hojas. Los brotes llenos de vida fueron, precisamente, los que un día regaron y podaron los líderes decimonónicos en esos jardines temáticos llamados Estados-nación. Curiosamente, extinta ya dicha soberanía patria, en un mundo global y bajo dominio plutocrático, seguimos adorando los mismos árboles y plantas fundacionales, creyendo que nacieron de un tronco común que siempre descansó sobre la tierra que pisamos. Me atrevería a decir que todo paisaje botánico patrio bebe de la misma agua; la misma, de hecho, con la que se riegan los terrenos de juego. No, es más serio de lo que parece: dependiendo de hacia dónde sople el viento, uno puede acabar empapado de patriotismo en un estadio de fútbol. En ocasiones, sin embargo, sobre el verde y alrededor del mismo, cae una fina lluvia, casi imperceptible, traída por nubes lejanas que han cruzado mares, fronteras políticas y futbolísticas de países enteros.

Nunca me he identificado con la alta hierba sobre la que marchan los internacionales de las grandes selecciones y confieso que prefiero el césped que crece tras las botas que marchan junto a combinados nacionales más modestos, por así decirlo. Como consecuencia, de un tiempo hasta aquí, he empezado a sentir cierta predilección por la actual Selección de Fútbol Nacional de Albania. Por un motivo trivial: el prado transfronterizo que pisan sus futbolistas. Un equipo nacional dirigido por Sylvinho y que cuenta con Zabaleta, el euskalargentino que pudo haber jugado en el Athletic Club, lleno de apátridas o, mejor dicho, compuesto por los hijos, nietos o bisnietos de expatriados, exiliados o migrantes que simbolizan la diáspora que ha acompañado a todos los pueblos del mundo y de la rica complejidad histórica y cultural aparejada a cualquier grupo etnolingüístico. Repatriados futbolísticamente por ser las ramas caídas de un tronco común que nunca llegó a arraigar en suelo albanés, gente que ya no glosa en la lengua de sus antepasados; del mismo modo que los que descendemos de los colonos alemanes que repoblaron Andalucía en la época de Carlos III somos incapaces de declinar en dicha lengua germánica.

 

Al observarle uno tiene la sensación de que el central albanoitaliano pudiera narrar la epopeya de su pueblo a través de su fisonomía

 

Parafraseando al gran Fernando Fernán Gómez, debo decir que “no pretendo elogiar ni ofender” a los albaneses. Secundo las célebres palabras del hijo predilecto del Séptimo arte, nacido en Lima, Perú: “A España, evidentemente, le tengo amor, un tipo de amor que no le tengo a Letonia”. El amor que yo pueda sentir por el águila negra bicéfala sobre fondo rojo, bandera que ondeó por primera vez en 1912, calcada del escudo de armas de la familia Kastrioti y más concretamente del emblema nobiliario de Skënderbeu, erigido como héroe de la Rilindja Kombëtare o renacimiento nacional albanés, podría definirse como mero afán y sed de conocimiento. Una necesidad banal que saciaré, por ahora, con el sorbete de información que aquí presento. No descarto deleitarme muy pronto, con la pausa que merece, de la sublime obra literaria de Manuel Montobbio, Embajador del Reino de España ante la República de Albania entre 2006 y 2010. Me contento, por ahora, con un cóctel periodístico como el de Ignasio Tylco para ABC, quien, como tantos otros medios y periodistas, antes del enfrentamiento el pasado mes de junio entre las dos rojas, la española y la albanesa, informó sobre cómo había sido reclutada artificialmente toda una élite futbolística de origen albanés nacida en Inglaterra, Alemania, Suiza, Kosovo, Macedonia, Grecia, España e Italia. Esta última será mi única escala, en mi corto crucero narrativo, a pesar de que los territorios helenizados darían para mucho.

Así pues, entraré por mar para llegar a la Península Itálica y luego seguiré por otros medios, dado que sería un sacrilegio conectarla ferroviariamente cuando este periplo literario ya fue magníficamente acometido por Toni Padilla en su Unico grande amore. Solo destacaré, como han hecho otros antes que yo con nobles fines sociológicos y filológicos, que en la geografía de ‘Lo stivale’ hay una larga tradición migratoria procedente de la parte oriental del Adriático; oleadas de personas que han pasado de las costas balcánicas a las costas itálicas durante siglos. Mucho antes, incluso, que surgiera la Italia Unificada: especialmente intensas a finales del Medioevo con la presión del Imperio Otomano y en los siglos XIX y XX huyendo de más penurias, guerras y regímenes políticos dictatoriales. En la actualidad, esta comunidad de habla albanesa y con ascendencia directa con aquellos refugiados albanoparlantes que siguen denominándose a si mismos arbëreshë, sigue instalada mayoritariamente en la zona meridional de Italia, siendo poblacionalmente muy numerosa en las comunas sicilianas de Piana degli Albanesi y Santa Cristina, así como en Calabria, repleta de albanocalabreses católicos de rito bizantino.

Un éxodo que también se dirigió al norte industrial por estos mismos arbëreshë sureños o por albaneses de la moderna Albania, como un tal Lin Kumbulla, quien llegó a la región del Véneto hace algo más de medio lustro, como contó uno de sus hijos a Alberto Martínez, en los micros de Relevo. Quien iba a decirle a Lin que su vástago, Marash Nikolin, nacido en Peschiera del Garda, tendría una irrupción diluviana con el Hellas Verona en la Serie A con tan solo 20 años, siendo atado por la AS Roma por algo más de 26 millones de euros poco después. Cuando uno ve a esta elegante bestia híbrida entre giallorossi orgulloso, mastini por adiestramiento y periquito por esas magníficas casualidades del destino piensa que este jugador ha vivido más inviernos de los que les corresponderían a sus 25 primaveras. Al observarle uno tiene la sensación de que el central albanoitaliano pudiera narrar la epopeya de su pueblo a través de su fisonomía. Cayendo en la emboscada anatómica que yo mismo me he tendido: su corte de pelo parece sacado del de un legionario acantonado en un castrum de la provincia romana de Dalmatia cuando Albania ni siquiera era un sueño folklórico. Su largo tabique nasal le delata, al igual que el busto de Marco Aurelio Claudio advertía sobre su origen lírico. Veo en los ojos de Marash el mismo miedo que han sentido durante siglos los niños albaneses y griegos cuando sus progenitores evocaban la figura mitológica del katallán. Un monstruo sanguinario que posiblemente persiguiera al joven Marash en una fría noche ante el lago helado de Garda, como a nosotros nos atormentó en pesadillas El Coco o l’Home del Sac.

 

Los pies de Marash: pequeños y habilidosos para lo alto que es, veloces en conducción desde atrás y rápidos en el repliegue tras pérdida, pese a que el centro de gravedad de su largo esqueleto se empeñe en decirnos lo contrario

 

Por suerte para los intereses deportivos del RCD Espanyol, Kumbulla no cree en cuentos para niños, o puede que nos haya perdonado, pues vive apaciblemente en la ciudad condal de la cual partieron los almogávares que dieron vida a la criatura terrorífica de su más tierna infancia. No, no siempre fuimos gent de pau. ¿Que pueblo no ha ejercido en algún momento de verdugo? Todos, por desgracia. ¿Por dónde iba? Ah, sí, constitución: 1,91 m, 78 kg. Todo un coloso. Bien podría haber inspirado los primeros relatos de tradición oral sobre los gigantes que habitaron los Alpes albaneses al principio de los tiempos. Montañas malditas por la barbarie que allí se vivió en el pasado más reciente y que legendariamente podían moverse según los antojos del gigantesco Osoja; del mismo modo que la defensa se ordena y desplaza gracias a Kumbulla, cuando dispone Manolo, o, en su día, cuando disponía ‘Mou’. Y finalmente tenemos los pies de Marash: pequeños y habilidosos para lo alto que es, veloces en conducción desde atrás y rápidos en el repliegue tras pérdida, pese a que el centro de gravedad de su largo esqueleto se empeñe en decirnos lo contrario. Los pies de un futbolista en el cuerpo de un grandullón. Ahí probablemente esté la magia del balcánico y la maldición del italoalbanés. Su talón de Aquiles particular: las lesiones. Pero quien ha vivido vidas anteriores, como este zaguero del Mar Adriático, criado por la Loba Capitolina, no tiene nada que temer.

Marash Kumbulla, gigante de pies de barro, nos recuerda que la grandeza descansa sobre el fango que pisoteamos. Un lodo que, por desgracia, nos salpica a todos, sin excepción. Como dijera el inmortal Ernesto Sábato, hijo de Giovanna Maria Ferrari, mujer de familia arbëreshë, maestro de maestros de la literatura futbolística, en Pacto entre derrotados: […] en estos tiempos de triunfalismos falsos, la verdadera resistencia es la que combate por valores que se consideran perdidos”.

 


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Fotografías de Getty Images.