No recibió ningún insulto racista; no le estaba cobrando ninguna factura al colectivo arbitral; ni mucho menos trataba de echarle un pulso a su afición. Anderson Luís da Silva, más conocido como Luisao, estaba, simplemente, pidiendo respeto.
El gesto se produjo tras el gol que le marcó al Galatasaray este martes y que dio a su equipo la victoria y el liderato del grupo C de la Liga de Campeones. Fue un pellizco fugaz el que realizó en la manga izquierda de su camiseta, suficientemente notorio para acreditar que el logo que la UEFA obliga a todos los jugadores a lucir en sus encuentros no es un simple adorno. Unos centímetros más arriba del brazalete que lleva agarrado a su piel desde 2006 se podían leer perfectamente las siete letras de ‘Respect‘.
Luisao, casi dos metros de brasileño, cabeza rapada, 34 años y más apariciones europeas con el Benfica que ningún otro futbolista en la historia del club lisboeta -117 en total, 42 más que el histórico Eusébio-, exigía algo que a todos aquellos futbolistas que han sobrepasado los diez años de carrera en una misma entidad nunca debería faltarles. Y por lo tanto, tampoco deberían tener que verse en la vergonzosa situación de reclamarlo.
En su derechazo recto, sin florituras, seco y rabioso, directo a la escuadra de Muslera, viajó una lección extrapolable a muchos otros jugadores que, víctimas de la fidelidad a unos colores -manda cojones-, se ven expuestos a las críticas de quienes dictan jubilaciones a la carta. Al final del encuentro, el propio jugador, internacional por Brasil durante la primera década del siglo XXI, arrojó algo de luz al asunto. “Escuché en un programa televisivo que estaba acabado. Me gustaría recordar que llevo defendiendo esta camiseta 12 años y no 12 días“. Ni siquiera citó al periodista que lo enterró deportivamente. El orgullo no entiende de nombres.
El central, que antes del gol ya había dado una asistencia a Jonas para el 1-0, reivindicaba de esta manera una carrera repleta de éxitos, títulos pero, sobre todo, compromiso. Una trayectoria que, sin embargo, dista mucho de parecerse a la de otros defensas de su misma hornada y posición. En el tiempo en el que Luisao se ha dejado la piel en Da Luz, otros centrales como Pepe, David Luiz, Otamendi o Thiago Silva han utilizado el fútbol portugués como trampolín para dar el salto a clubes más potentes.
Él no y ni falta que le ha hecho. Le contemplan cuatro ligas, cuatro copas y dos Europa League (12-13 y 13-14)… perdidas en sendas finales, no fuera caso que se nos cayera el mito de Béla Guttmann. Con Brasil vivió a la sombra de Lúcio y Juan en los mundiales de 2006 y 2010 -no jugó ni un minuto-, y cuando quiso darse cuenta la pareja del PSG Luiz-Silva ya le había cogido el gusto a la titularidad. Una lástima porque en la Copa América de 2004 un gol suyo contribuyó a derrotar a Argentina en una de las finales de esta competición más recordadas.
Ayer dio una asistencia y marcó un gol que vale medio billete a octavos. Arde el Fútbol Fantasy de los fieles a Luisao. Pero mucho más valioso que esto fue el puntapié que le propinó al fútbol moderno, el que se excita con el nomadismo y penaliza la fidelidad a un club, como si el jugador leal estuviera más próximo al acomodo que el que aun no ha demostrado nada. Y todo desde el respeto.