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Los vividores

Wesley Sneijder, que hace no tanto le pegaba a una pelota en Milán y tiritaban hasta las farolas de un pueblo de Botsuana, se retiró en 2019 y ya ha tenido que visitar al sastre para renovar todos los trajes

vividores

No hay muchos casos de jugadores de élite que, después de colgar las botas, se conviertan en autobuseros, vidrieros, mecanógrafos, astrofísicos, urólogos, planchistas, poetas, agentes forestales. Es una lástima. De ahí saldrían unos textos cojonudos. Acerca de la vida de un futbolista, una vez ha desaparecido del campo, sabemos más bien poco. Casi nada, salvo si le va bien o si le podría ir mejor. En el primer saco solemos poner a aquellos que siguen vinculados al juego, en la mayoría de ocasiones como entrenadores o como directores deportivos, y manteniendo unos hábitos saludables que les ayudan a conservar la línea, la mentalidad competitiva y, con un poco de suerte, la cuenta corriente. En el segundo están los que han tomado el camino opuesto, es decir, los vividores, es decir, los que han aflojado la cuerda y no pisan un gimnasio ni para aprovechar el solárium, que ahora que lo pienso tampoco es que sea un plan tan espantoso. Wesley Sneijder, que hace no tanto tiempo le pegaba a una pelota en Milán y tiritaban hasta las farolas de un pueblo de Botsuana, un prodigio de potencia física, se retiró en 2019 y ya ha tenido que visitar al sastre para renovar todos los trajes. El mismo año que anunció que lo dejaba, de hecho, se pasó por el sorteo de la Champions, donde sorprendió por sus nuevas dimensiones, como si desde que hubiera acabado el último entreno se hubiera atrincherado en casa a ver capítulos de The Office y comer fajitas. Sin embargo, había algo en su mirada que no había cambiado, y que seguía desbloqueando en nuestra memoria la imagen de ese centrocampista fiero como un trueno que lo bordó en el Ajax, dio el salto al Madrid y levantó la Copa de Europa con el Inter. Juan Villoro escribió en Dios es redondo que Maradona ya podía salir en la televisión vestido de frac, con un sobrepeso alarmante o pasado de vueltas, que siempre daba la sensación de que estuviera a punto de controlar un balón con el pecho. Uno puede matar al padre o puede matar el tiempo, pero no al jugador que lleva dentro. Ahora que se ha cerrado la temporada y es momento de retiradas, conviene recordarlo: ser futbolista es algo tan fuerte que, pase lo que pase, uno nunca deja de parecerlo. Como esas páginas de un libro que no consigues pasar porque se han quedado pegadas a la siguiente.

 


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Fotografía de Getty Images.