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Los amigos de Milan Baros son mis amigos

Del mítico Liverpool de Rafa Benítez lo más lógico era que te enamoraras de Gerrard por su liderazgo o de Xabi Alonso por sus cambios de juego. Algunos, en cambio, nos decantamos por Milan Baros.

Milan Baros

Voy a cumplir los 30 en unas semanas y a estas alturas de la película todo lo que puedo decir es que hay muy pocas cosas que se me den bien en la vida, pero las que sí, ya no es que las domine, es que directamente las bordo. Por ejemplo: admirar a otras personas. Soy pésimo haciendo cuentas o doblando camisetas, pero admirando soy una bestia, un prodigio, Goku después de fusionarse con Vegeta. El crítico Marcos Ordóñez cuenta en sus diarios que tiene una fórmula infalible para detectar nuevos ídolos: aquellos autores de los que empieza marcando algunas frases y acabaría subrayando el libro entero. A mí me sucede algo parecido con varios escritores, pero también con directoras de cine, cantantes de rap, pintoras, cómicos o incluso cocineros. Hay algo de ellos que se me mete dentro y, por un tiempo, ya no hay manera de que deje de hacer ruido, como cuando se te cuela un euro en la lavadora. Leo sus libros, me pongo sus películas o escucho sus canciones, y después, como el amor es un disparate o no es, engullo sus entrevistas o los busco en las redes, esperanzado con la idea de descubrir, tal vez, qué desayunan por las mañanas, cuál es el oficio de sus padres, dónde se compran la ropa, si son más de restaurantes italianos o japoneses. Por supuesto, esa tara también se traslada al fútbol. Cuando era pequeño, admiraba a los jugadores que admiraba todo dios; no contemplaba otra opción. Pero cuando llegué a la adolescencia, comencé a educar el gusto: venerar a una estrella te garantizaba una mínima dosis de felicidad permanente, pero lo que molaba de verdad era atar tu estado de ánimo al rendimiento de uno de esos héroes encubiertos en los que la mayoría no suele reparar. De ese modo, no solo tenías un ídolo: tenías una insignia, algo que te diferenciaba del resto. Con el mítico Liverpool de Rafa Benítez, que remontaba finales prendiéndoles fuego, lo más lógico era que te enamoraras de Gerrard por su liderazgo, de Xabi Alonso por sus cambios de juego o de Dudek por sus reflejos. Yo, en cambio, me decanté por un delantero checo con tendencia al fallo grosero que ocultaba sus carencias con mucha actitud y chutando hasta los bordillos. Éramos pocos los que adorábamos a Milan Baros. Pero éramos, al fin y al cabo. Y nos entendíamos entre nosotros como se entienden aquellos que fuman en silencio en las puertas de las discotecas. Teníamos nuestros códigos y, aunque nos sabíamos al margen, bastaba que nos mirásemos para sentir que estábamos dónde teníamos que estar. Porque admirar también es eso: elegir tu pequeña parcela en el mundo.

 


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Fotografía de Getty Images