Hay previsión de lluvia en Liverpool para el próximo sábado. Se trata de una nueva jornada de competición pasada por agua y, teniendo en cuenta las constantes precipitaciones que se producen en Inglaterra, ya ha llovido demasiado desde que los Reds levantasen su último título de liga. Han sido algo más de 28 años desde aquel inolvidable 28 de abril de 1990. Eran las tres de la tarde cuando 37.758 almas permanecían sentadas en las gradas de Anfield. El Liverpool debía ganar al Queens Park Rangers y esperar un pinchazo del Aston Villa para cantar el alirón, pero los de Merseyside no comenzaron con buen pie. En el minuto 14, Roy Wegerle marcaba el primero para los visitantes y el partido comenzaba a tambalearse.
Jan Mølby controló el esférico en el centro del campo y lo abrió para Steve Nicol. Era el minuto 40 cuando el defensor cabalgó la banda izquierda. Una pared con John Barnes fue suficiente para sortear al primer defensa y, con el exterior, Nicol puso un centro medido al área. Allí esperaba, con la pólvora cargada, Ian Rush. Durmió el balón con el pecho y, tras dejarlo botar, disparó un misil directo a la red de color rojo. Anfield rugió. Y rugió porque tenían en Rush a uno de sus grandes ídolos. El futbolista galés se convertiría, con los años, en el máximo goleador del club con 346 goles. Aquella tarde, en el templo inglés de Liverpool, comenzaba a escribirse una nueva página para la historia.
El punto y final llegó en el minuto 63. De nuevo bajo la batuta de Mølby, el balón llegó a McMahon. De primeras jugó el esférico al centro y Houghton abrió hacia la izquierda. Sin haber marcado, aquel fue el partido de Nicol. El número ‘4’ se lanzó hacia el área rival y se produjo el impacto. Paul Parker derribo al defensor del Liverpool. ¿Fue dentro del área? ¿Fue sobre la misma línea de cal? Robbie Hart, colegiado de aquel encuentro, señaló el punto de penalti para alegría de los aficionados reds. Barnes cogió carrerilla. Su pierna izquierda dirigió el balón al fondo de la portería, engañando por completo a David Seaman. El colegiado hizo sonar tres veces su silbato media hora más tarde. También, a tres, había empatado el Aston Villa contra el Norwich City. Inglaterra se teñía de rojo ante un nuevo título de liga. Liverpool volvía a caer rendida a sus jugadores. Desde Bruce Globbelaar a su capitán, Alan Hansen, pasando por el jugador-entrenador Kenny Dalglish. “Es espectacular ganar el campeonato otra vez”, declaró el propio Hansen, minutos después de acabar el partido.
Otra vez, la ciudad de Los Beatles se convertía en el estandarte futbolístico de Inglaterra
Había mucha historia detrás de las palabras de Hansen. “Otra vez”. Sí, otra vez el Liverpool ganaba un campeonato. Porque desde los años 60, los de Merseyside ganaron trece ligas. Ocho de ellas, en los 80. La ciudad portuaria de origen obrero creció al igual que el club durante aquellos años. “Otra vez”, la ciudad de Los Beatles se convertía en el estandarte futbolístico de Inglaterra.
La afición red abandonó feliz el estadio, seguramente pensando en los éxitos futuros que estaban por llegar en la competición doméstica. Lo mismo debió pasar por la cabeza de los jugadores que habían vuelto a hacer historia vistiendo la elástica roja. Se equivocaban. Claro que no se podía culpar a ningún miembro de la familia del Liverpool por tener esas expectativas después de los años que acababan de vivir. Tras una hegemonía de diez campeonatos en apenas quince años se avecinaba la gran sequía en las húmedas tierras inglesas del oeste de Inglaterra. De hecho, desde que se cambió el formato a la actual Premier League, el equipo no ha conseguido levantar ninguna.
Para entender ese suceso hay que levantar la vista y, desde Liverpool, otear el horizonte hasta llegar a Manchester. Allí, Alex Ferguson tomó las riendas del United y logró, con su gestión, que los años 90 fuesen propiedad de los Diablos Rojos. Sus números fueron apabullantes, ganando la Premier League en ocho ocasiones y consiguiendo un triplete (Champions League, Premier League y FA Cup) en 1999. En los próximos años, el abanico de competidores por el título fue creciendo con la irrupción del Chelsea bajo el paraguas económico de Roman Abramóvich, Los Invencibles del Arsenal de Arsene Wenger y, en la última década, el dinero árabe del Manchester City. Entre ellos se repartieron los campeonatos domésticos desde el 2000, siendo el United el club más laureado. Tan solo el Leicester ha podido discutir esta hegemonía.
El Liverpool no pudo hacer frente a sus rivales, en parte, por la convulsa situación que vivieron desde 2007 hasta 2010 por la venta del club. Cuando en 2010 se develaron las cuentas del Liverpool de Gillet y Hicks, se descubrió que los Reds debían poco menos de 400 millones de euros. Tan solo los tribunales de justicia obligaron a los antiguos propietarios a vender el club al grupo de inversión New England Sports Venture (actualmente Fenway Sports Group). Esta realidad condicionó el crecimiento del club durante esos años, generando una inestabilidad en todos los estamentos de la entidad.
Otro factor influyente en la caída del club fueron las nuevas incorporaciones. Desde ese último campeonato de 1990 hasta nuestros días, el conjunto red ha gastado casi 1.500 millones de euros en busca de un sueño que no llega. Desde entonces, el desfile de futbolistas por el césped de Anfield ha sido constante. En los últimos años, Andy Carroll, Lazar Markovic o Stewart Downing han servido de ejemplo para explicar la mala gestión del Liverpool en materia de fichajes. Todos ellos supusieron un desembolso importante y acabaron saliendo, a los pocos años, por mucho menos dinero de lo que costaron.
No obstante se debe mencionar que en varias ocasiones la corona inglesa estuvo a punto de caer en sus manos, pero tuvieron que conformarse con la segunda posición. El subcampeonato más doloroso se produjo en 2014. A falta de tres jornadas, el Liverpool resbaló ante el Chelsea. Literalmente. Tras once jornadas consecutivas sumando los tres puntos, Gerrard cayó ante Demba Ba. El delantero blue recogió el esférico y voló por los aires el sueño de aquella ciudad. La caída de los Reds se consumó en la penúltima jornada cuando, tras ir ganando por 0-3, el Crystal Palace les remontó el partido. La Premier League se les escapó.
La sonrisa de Klopp
Pero en Liverpool hubo un cambio en los años siguientes. Entre los fichajes multimillonarios que llegaban a Anfield Road también aterrizó Jurgen Klopp. “En este momento no somos el mejor equipo del mundo, pero queremos ser el mejor equipo del mañana”, declaró el técnico alemán durante su presentación. “Quiero verlo. Quiero sentirlo. Quiero olerlo. Quiero hacerlo todo”. Klopp, entusiasmado, deseaba estar en Anfield.
Su alegría es contagiosa y la afición solo necesitó una chispa para volver a encenderse. Desde que el alemán se sentase en el banquillo local, los resultados del Liverpool fueron mejorando hasta la última campaña: cuarto clasificado en la Premier League y finalista de la Champions League. Con Salah, Firmino y Mané como abanderados, los Reds se convirtieron en uno de los conjuntos más guerreros de Inglaterra y esa dinámica ha continuado en el inicio de esta nueva temporada. Los de Merseyside no perdonan una y han ganado las cinco jornadas que se han disputado. En este momento, los pupilos de Klopp son colíderes en la Premier junto al Chelsea.
Al inicio de los 90, los de Merseyside eran el conjunto con más títulos ligueros. Su vitrina fue acumulando trofeos hasta estancarse en 18
Veinte futbolistas de la actual plantilla del Liverpool ni siquiera habían nacido la última vez que Alan Hansen levantó el trofeo de liga. Y Mignolet, Lovren, Lallana, Milner y Sturridge eran demasiado pequeños como para recordar aquel día en el que vibró toda la ciudad. Todos ellos, sin embargo, tienen la responsabilidad de ganar una competición que se resiste desde hace demasiados años. Al inicio de los 90, los de Merseyside eran el conjunto con más títulos ligueros. Su vitrina fue acumulando trofeos hasta estancarse en 18. La mala racha que vive el Liverpool, sumada a todos los éxitos que consiguieron los rivales del Manchester United en estos años, hizo que el honor de ostentar el máximo número de ligas se fuese a Old Trafford.
Esta semana, el Liverpool volverá a Anfield, en un día lluvioso, para enfrentarse al Southampton. Liverpool volverá a demostrar por qué es una de las mejores aficiones del globo. Los aficionados más jóvenes volverán a vibrar en las gradas. Con la zamarra enfundada y la bufanda en la mano, tienen aquella ilusión juvenil por ver campeonar, por primera vez, al club de sus amores. Los más veteranos, sin embargo, miran de reojo aquella temporada, a principios de los 90, de la que salieron ganadores. Sus rostros, más curtidos y arrugados, vuelven a ilusionarse de verdad con esta plantilla. Han acompañado a su equipo durante toda una vida y jamás, ganen o pierdan por goleada, lo han dejado solo. Es la fidelidad de una afición marcada por el carácter obrero y sindical que caracterizó a la ciudad, a inicios del siglo XX.
Ha llovido mucho desde la última época dorada de los Reds pero los hinchas locales lo volverán a dejar claro en cuanto suene el himno por la megafonía del estadio. You’ll never walk alone. Irán todos juntos, en una comunión perfecta entre plantilla y afición, a por la conquista de la Premier League. No importa que hayan pasado casi tres décadas desde el último alirón. El Liverpool quiere volver a ser el grande de Inglaterra. Como dijo el capitán Hansen: “Otra vez”.