En menos de tres años, y solo contando las consecuencias de disturbios relacionados con el fútbol, en Egipto se han registrado 136 muertos y más de 1000 heridos. Unas cifras escalofriantes, más teniendo en cuenta que se han dado en el seno de un país que en 2011, mediante el impulso y la movilización de las protestas de sus ciudadanos, creyó que el cambio era posible. Pero de la ilusión momentánea que produjo el imaginar un futuro mejor, se ha vuelto en un abrir y cerrar de ojos al terror más absoluto, como si se tratara de una broma de mal gusto. Los egipcios se lamentan de que sus heridas, las mismas que deberían haber empezado a cicatrizarse bajo el cielo combatiente de la Plaza Tahrir, hoy siguen sangrando a raudales. Y el fútbol tampoco se mantiene ajeno a esta triste vuelta a las andadas. Este pasado fin de semana, aproximadamente una treintena de jóvenes murieron en los alrededores de un campo que el ejército prestó para que jugara el Zamalek, a raíz de una brutal batalla campal que estalló entre los aficionados del conjunto y las fuerzas de seguridad de El Cairo. La tragedia se produjo el mismo día que los hinchas del conjunto capitalino podían volver por primera vez a unas gradas después de que su estadio (como todos los otros del campeonato) llevara dos años acogiendo partidos a puerta cerrada tras la masacre de Port Said, cuyo recuerdo estos días vuelve a planear como un fantasma sobre las calles de la mayor ciudad del mundo árabe.
[quote]El espiral de sangre que rodea Egipto es tan persistente que uno llega a plantearse si, más que de atisbos de recuperación, hay que hablar de pequeños ‘parones’ en medio de una situación caótica que amenaza con perpetuarse[/quote]Una horas antes de que diera comienzo este domingo el encuentro liguero entre el Zamalek y el Ennpi, un grupo de hinchas del primero se amontonó frente a las puertas del campo protestando por que no se les había podido adjudicar una entrada para ver el partido. La mecha que prendió sus reivindicaciones, supuestamente, fue la mala gestión que hizo el presidente del club con el reparto de los billetes de acceso. Ante el acalorado panorama, tuvieron que intervenir las fuerzas del orden disparando y lanzando gases lacrimógenos sobre la muchedumbre, y a partir de entonces se inició un enfrentamiento que acabó en un correcalles desesperado, en el que perdieron la vida más de dos decenas de civiles, muchos de ellos aplastados en medio del sofoco.“El gas nos asfixió y provocó la avalancha. También nos han tiroteado con perdigones”, relataba minutos después Ibrahim, hincha superviviente. Aun así, el Ministerio de Interior egipcio, como no podía ser de otra manera, contó otra versión sobre lo sucedido; en ella, se detallaba que el cuerpo de policía no había disparado ningún tipo de proyectil sobre el gentío, sino que se había visto abocado a utilizar el lacrimógeno como última opción ante los intentos de los aficionados de agredir al personal autoritario y entrar al recinto por la fuerza. Pero un par de vídeos filmados por civiles durante el enfrentamiento contradijeron el discurso oficial. En ellos se veía claramente a algún policía disparando contra el grupo insurrecto.
Juan Carlos Garrido, entrenador español qua actualmente está al frente del Al-Ahly, el otro gran equipo del norte de Egipto, se mostraba consternado ante el enésimo alboroto. Su institución fue la triste protagonista del último episodio negro del fútbol egipcio que tuvo lugar el 1 de febrero de 2012, y en el que murieron 74 hinchas del Al-Alhy después de que la afición rival invadiera el terreno de juego y les lanzara piedras, botellas y bengalas, ante la permisividad de los policías. En enero de 2013, una corte penal de Port Said condenó a muerte a 21 personas que se consideraba que estaban implicadas con la matanza, pero solo un año después, sin embargo, el tribunal de Apelaciones anuló el veredicto y forzó la repetición del proceso judicial, la cual cosa desató una nueva oleada de violencia callejera que dejó otras 40 muertes y varios centenares de heridos.
El antiguo entrenador del Villarreal, en referencia al último desastre con los aficionados del Zamalek, comentó a un medio español que los acontecimientos “eran una lástima porque se habían desencadenado en un momento en el que el país se estaba recuperando de un duro golpe”. El técnico insistió que los hechos no reflejaban la realidad social de la nación, sino que más bien pertenecían a un fascículo aislado y, eso sí, preocupante. Pero, y muy a nuestro pesar, los datos ponen esa observación en duda. Muertes, muertes y más muertes. El espiral de sangre y lágrimas que rodea Egipto es tan extremo y persistente en el tiempo que uno llega a plantearse si, más que de varios atisbos de recuperación, habría que hablar de pequeños ‘parones’ poco trascendentes en medio de una situación que sigue descontrolada y que amenaza con perpetuarse.
HINCHAS O COMBATIENTES
Repasando los agrios acontecimientos de los últimos tiempos, y focalizando la atención sobre las explicaciones gubernamentales que se han emitido desde El Cairo sobre los mismos, uno puede percatarse de que existe una cierta intención de algunas facciones del poder de querer ‘criminalizar’ a los aficionados más radicales del fútbol egipcio. Sin duda hay motivos que demuestran lo mucho que se está politizando el asunto. Las voces defensoras del actual régimen (ahora mismo en manos Abdel Fatah al Sisi, jefe de la junta militar egipcia, desde que se destituyera a su predecesor, el islamista Mohamed Mursi) insinúan incluso que los Hermanos Musulmanes, el último partido caído del trono, podrían estar detrás de los grupos de hinchas más violentos de Egipto.
Es innegable que el estamento ultra del país ha ejercido un papel destacado en las últimas movilizaciones protagonizadas por el pueblo egipcio. Los mismos fanáticos del Al-Ahly, sin ir más lejos, emergieron como pioneros de las revueltas de la oposición civil que durante la Primavera Árabe acabaron por hacer caer a Hosni Mubarak. Se ha escrito mucho sobre ello. Pero no son únicamente las gentes del fútbol las que se han decidido a plantar cara a las injusticias del orden establecido. Todo el pueblo egipcio está detrás de este grito cada vez más desquiciado. Y es también todo el pueblo egipcio, no solamente los aficionados al balón, los que están sufriendo las consecuencias de las acciones que toma el Gobierno para silenciar las disonancias. Desde que alcanzaron el poder los militares en Egipto, las fuerzas de seguridad ya han matado a más de 1400 manifestantes, desde islamistas a laicos y liberales, víctimas de un sistema de represión que se desenvuelve sin escrúpulos.
El fútbol parece una excusa más, pues, dentro de un mal que se extiende y se reproduce en muchos otros escenarios de la sociedad egipcia. Una excusa desafortunada, pudiente, que mejor sería que no existiese. El sábado, poco después de la catástrofe, se decidió que se jugara el partido previsto para que se calmasen un poco los ánimos. El balón empezó a circular por el césped mientras en el exterior del estadio todavía se recogían los cuerpos de las víctimas. Una imagen dantesca y surrealista que por mucho que se repita no deberíamos dar nunca por normalizada. El mejor retrato de un Egipto que llora desconsoladamente y que a veces mira hacia otro lado, como si quisiese distraerse para que no se le agotaran las pocas fuerzas que le quedan. La inestabilidad política, el hundimiento de la economía y la brutal represión contra los críticos al régimen le siguen manteniendo amarrada a una pesadilla que se está alargando más de la cuenta.