Ricardo López Si es el autor de ‘Norte Sur. Historias de fútbol para entender la polarización en Italia’
Cuando parecía que Paolo Sorrentino ya lo había dicho todo con La grande belleza (2013), el director de cine napolitano se embarcó en Fue la mano de Dios (2021) para reconstruir un episodio decisivo en su adolescencia: el día en que Diego Armando Maradona le salvó la vida. Mirando en perspectiva, aquella reverencia genuina hacia el astro argentino de pelo ensortijado y muslos prominentes en la ceremonia del Oscar de 2014 no fue un guiño cualquiera. El haber enunciado el nombre del Diego a la par del de Federico Fellini, Martin Scorsese y los Talking Heads fue una declaración de intenciones que cobraría su dimensión real varios años después, con el primer ejercicio abiertamente autobiográfico de toda su obra fílmica.
En la película, Toni Servillo, el hombre que mitificó a Jep Gambardella, el rey de los mundanos, encarna a Saverio Schisa, padre de Sorrentino, banquero y comunista melancólico que se niega a comprar un nuevo televisor con control remoto. Pese a que hablamos del patriarca de una familia cuya estabilidad emocional se sostiene por alfileres, por momentos se vuelve posible palpar algo parecido a la felicidad. A partir de la cosmovisión de los Schisa, el realizador se propuso reconstruir la Nápoles efervescente de aquellos años, cuando Maradona se redimió para siempre de condición mortal. En aquel entonces era una utopía pensar que el destino del argentino estuviera en una ciudad como Nápoles, a la que la escritora y traductora Marilena de Chiara describió mejor que nadie en una crónica publicada en Altaïr Magazine:
“La de Eduardo de Filippo: dulce y amarga, íntima y ruidosa, hecha de gestos, de humor y de ironía. Nadie como el dramaturgo, poeta, actor y director napolitano supo, a mi entender, recrear en la página y en el escenario el aroma de la cultura y la tradición napolitanas, un aroma a café fuerte e intenso. La Nápoles de San Gennaro, de los rituales y las supersticiones, de los puestos de comida en la calle y de la pizza recién horneada, de los gritos y la ropa tendida entre balcones, del fútbol y de Maradona, de la historia y los castillos, del teatro y de los proverbios, de la bandeja de pastas de los domingos y de las comidas interminables en Navidad, de la generosidad y la simpatía, de las leyendas contadas por Matilde Serao, de la mímica y la voz de Totò, de las canciones y la tarantela. O sole mio. Y la Nápoles de la Camorra y el subterfugio, del abandono y los proyectos a medio hacer, del tráfico y la falta de respeto por el espacio público, de la inseguridad y el engaño, la de Gomorra“.
Cuando comienzan a diseminarse los rumores en torno a la posible llegada de Diego Armando Maradona a Nápoles, Fabietto, el Sorrentino joven, le pregunta a su padre si cree que fichará por el club sureño. “De ninguna manera”, zanja el viejo Saverio. “Jamás dejaría Barcelona por esta mierda”. Aquella conversación, aparentemente vacua, resulta fundamental para poder entender la ambivalencia del talante napolitano: por un lado se trata de una ciudad con un orgullo y personalidad arrolladoras; por otro, es la clase de sitio que carga con una condena de perpetua insatisfacción. Durante la promoción de la película, el propio Sorrentino se sinceró al respecto: “Nápoles es una ciudad muy fascinante y muy bonita, pero también muy agotadora. Después de 37 años estaba contento de irme y ahora estoy contento de volver”.
Cuando comienzan a diseminarse los rumores en torno a la posible llegada de Maradona a Nápoles, Fabietto, el Sorrentino joven, le pregunta a su padre si cree que fichará por el club sureño. “De ninguna manera”, zanja el viejo Saverio. “Jamás dejaría Barcelona por esta mierda”
Buena parte del primer tramo de la cinta busca reconstruir ese ambiente de tensión y expectación absoluta ante la posible llegada de Maradona a Nápoles. Y, al mismo tiempo, también se propone transmitir ese aire de resignación colectiva ante una derrota que parecía inminente y que, como casi todas las derrotas que ha sufrido la ciudad en toda su historia —el dominio extranjero, la inalterabilidad de su condición marginal dentro de la bota, la furia del Vesubio, el estigma de la Camorra—, amenazaba con ser irreversible. Por aquellos años, el destino natural de alguien como Diego Armando Maradona era la Juventus, el Inter o el Milan, los equipos acaudalados del norte de Italia, no el equipo representativo de una ciudad de segundo orden.
Una vez consumado el milagro, del que el propio Saverio Schisa en su calidad de banquero es testigo de primerísima instancia, la ciudad se emborracha de júbilo: ¡Maradona finalmente desembarca en Nápoles! Si la Nápoles liberada de Curzio Malaparte en La piel provocaba repulsión, la del astro argentino se asemejaba más a un espectáculo montado por Totò, el Charles Chaplin partenopeo. Cuentan que a su llegada a Nápoles, Fernando Signorini, preparador físico de Maradona, le dijo a su mujer: “En qué quilombo nos metimos, ¡esto es peor que Buenos Aires!”. En una nota de prensa publicada el 30 de junio de 1984, El País desveló todos los detalles del fichaje:
“La operación del traspaso de Maradona al Nápoles queda finalmente cerrada de la siguiente forma: 3 millones de dólares (450 millones de pesetas) al contado, 2 millones (300 millones de pesetas), en septiembre de 1985; otros 2 millones de dólares en septiembre de 1986. El Nápoles abonará en intereses, además, el 8% del segundo pago y el 16% del tercero. El Barcelona, al que Maradona le costó 1.300 millones de pesetas, pagará al Argentinos Juniors lo que todavía le adeuda del traspaso. La comisión que percibirán los intermediarios por el traspaso al Nápoles será pagada a partes iguales por los dos clubes. ‘Muy a pesar mío, Maradona se va’. Así, de forma lacónica, Núñez anunciaba a unos pocos periodistas que se encontraban en el Miniestadi asistiendo a la final de la Copa de la Generalitat el traspaso de Maradona”.
Por otro lado, en la prensa italiana comenzaba a cobrar fuerza el hecho de que la mafia napolitana habría financiado buena parte del fichaje. Incluso se dijo que apenas llegar, Carmine Giuliani, jefe de la Camorra, recibió a Maradona en alguna de las callejuelas inexpugnables del barrio de Forcella y le dijo palmeándole la espalda: “Tus problemas serán mis problemas”.
Cuando parecía que Sorrentino ya lo había dicho todo con La grande belleza, el director se embarcó en Fue la mano de Dios para reconstruir un episodio decisivo en su adolescencia: el día en que Maradona le salvó la vida
El arribo del Diego no sólo representa la posibilidad histórica de liberarse del yugo impuesto por los equipos del norte, sino también una segunda oportunidad para Fabbieto, quien renuncia a vacacionar en la estación de esquí de Roccaraso, en los Abruzos, para presenciar en directo el debut de Maradona en San Paolo. Es entonces que el fatídico destino de sus padres los condena a morir intoxicados por monóxido de carbono dentro de una cabaña. Cuando el tío Alfredo increpa a Fabietto en el funeral por no haber viajado con ellos, este le dice que el Napoli jugaba de local: tenía que ver a Maradona.
—¡Él fue el que te salvó!
—¿Quién?
—¡Fue él! ¡Fue la mano de Dios!
Se crea o no, aquella postal que vincula el milagro de Fabbieto con el famoso gol de Maradona frente a los ingleses, está lejos de ser la mejor secuencia de la cinta, puesto que existen dos momentos que la eclipsan en términos de emotividad y filosofía. Primero, cuando Fabietto y su hermano Marchino, aspirante a actor, disertan sobre la vida mientras ven a Maradona perfeccionar su técnica de golpeo en los tiros libres.
—¿Ya no quieres ser actor?
—El cine es muy difícil. Tendría que irme a Roma. ¿Sabes cómo se llama lo que acaba de hacer Maradona?
—¿Un tiro libre?
—No. Se llama perseverancia. Y yo nunca la tendré. Así que más te vale tenerla, Fabiè.
Las circunstancias de los protagonistas recuerdan, de alguna manera, a los personajes de Lena y Lila propuestos por Elena Ferrante —pseudónimo de ¿una escritora napolitana?— en la saga Dos amigas. Lila se queda atrapada para siempre en los bajos fondos de Nápoles y Lena logra convertirse en escritora en Turín y Milán. De nueva cuenta la única posibilidad de redención posible es marcharse al otro extremo, puesto que, como dice Ferrante, “Nápoles es difícil de explicar porque no es lineal, los opuestos terminan confluyendo y difuminándose, su belleza maravillosa se vuelve fea, su exquisita cultura se torna trivial, su famosa cordialidad se transforma en violencia”.
No es aventurado decir que el momento culminante de la historia reside en la lección del cineasta Antonio Capuano, con el rumor del mar del sur como banda sonora. “¿Tienes algo que contar o solo eres un idiota más?”, le pregunta a Fabbieto. Para fortuna de todos, Paolo Sorrentino no resultó ser un farsante. Que no quede margen duda: sin Diego Armando Maradona nada de eso habría sido posible.
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Fotografía de Getty Images