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La creación del Chelsea moderno

Con la Ley Bosman, el Chelsea de Gullit fue el equipo que más ventaja sacó de los extranjeros. Introducción, nudo y desenlace del holandés en Stamford Bridge

De cara a la temporada 1996-97 se activó la Ley Bosman y el Chelsea la abrazó con más amor que el resto de clubes de la Premier League. Concretamente, los londinenses aprovecharon las nuevas condiciones del mercado para lanzarse sobre el Calcio. En gran medida, dicha elección se debió a las preferencias de su recién estrenado técnico: Ruud Gullit.

Para entonces, a la edad de 33 años Gullit había pasado al banquillo del Chelsea. Su nombramiento respondió a la figura de jugador-entrenador, misma que tres cursos atrás usase su antecesor. 

En su libro Cómo leer el fútbol, el neerlandés cuenta que “en 1996, tras mi primer año en el Chelsea, el presidente Ken Bates me preguntó si quería ser entrenador en sustitución de Glenn Hoddle, que acababa de ser nombrado seleccionador del equipo inglés. Los hinchas habían pedido que yo fuera el relevo en el banquillo. Al principio tuve mis dudas, porque aceptar sería el final de mi carrera como jugador. Ser entrenador (o director deportivo) y jugador al mismo tiempo es casi imposible. Tienes que dividir tu atención, y acabas haciéndolo todo al cincuenta por ciento. Pensar que se puede dirigir a un club importante y jugar todos los partidos es engañarse a uno mismo. (…) Pero en algún momento, Gullit el jugador tenía que dejarle paso a Gullit el entrenador”.

El Tulipán Negro dejaría paso a sí mismo de modo progresivo. Lo hizo durante algo menos de dos temporadas, tiempo que logró mantenerse a cargo del Chelsea. El primer curso se puso titular en seis ocasiones durante la liga y el segundo jugó otras tantas, pero todas partiendo desde el banquillo. Luego colgó las botas.

Como el propio Gullit reconoce, la suya fue una situación precipitada. Sin embargo, sus inicios vestido de largo resultaron esperanzadores.

Gullit crea el primer nuevo Chelsea

Tradicionalmente, en Inglaterra el técnico es también mánager. En este puesto la capacidad de decisión aumenta, ya que el responsable del banquillo se encarga de otras facetas. Por ejemplo, puede decidir las contrataciones de los futbolistas para su propio equipo. “Aunque no era más que un entrenador principiante, Bates me dio toda la libertad que quise”, evoca el de Países Bajos. 

Unido a la apertura que permitió a los futbolistas europeos no contar como extracomunitarios, el rango de acción de Gullit en el Chelsea le posibilitó formar un equipo a su medida. 

Siendo alguien con la trayectoria del holandés, es natural que sintiese predilección por los futbolistas de la Serie A y por los de grandeza contrastada, que a menudo coincidían. Y es que el Balón de Oro de 1987 desarrolló el grueso de su carrera en dos clubes italianos netamente ganadores a finales de los ochenta e inicios de los noventa, el Milan y la Sampdoria.

Como máxima de entrenador, Gullit opina que “para construir un equipo hay que empezar consiguiendo tener un eje: del guardameta al delantero”. Un eje inexistente en aquel Chelsea que, tras hábiles maniobras por su parte, el nacido en Ámsterdam consiguió formar con sus primeros fichajes.

Fichajes glamurosos, pero válidos

“En el Chelsea, yo fiché Gianluca Vialli, Gianfranco Zola, Roberto Di Matteo (…) Era gente que podía hacer lo que le daba la gana con el balón. También se encargaban de ayudar a los demás jugadores en el campo”, rememora Gullit.

Los atacantes Vialli y Zola habían sido mundialistas y aún eran cracks de sus equipos. A los 32 años, Vialli quedó libre en verano, al no aceptar el único curso de renovación que le ofrecía la Juventus. Mientras, Zola llegó en noviembre y costó alrededor de 1.000 millones de pesetas. Esta cantidad fue abonada al Parma, donde el atacante de 30 años tenía problemas con su entrenador, Ancelotti, que facilitaron su salida. La mediación de Gullit fue decisiva para que ambos aceptaran cambiar de país a esas edades.

El caso de Di Matteo fue algo distinto. El volante era parte de la ‘Azzurra‘ que disputase la Eurocopa Inglaterra ‘96, pero no se consideraba referente en su club. Gullit lo convenció para que fichase por el Chelsea, prometiéndole llevarlo a otra dimensión como futbolista. A los 26 años, Di Matteo aceptó la invitación y Gullit cumplió su palabra. Así lo relata el técnico en sus memorias: “el internacional italiano Roberto Di Matteo (…) había jugado en la Lazio como centrocampista defensivo. En cambio, en el Chelsea le pedí que asumiera un papel más ofensivo. Yo había percibido su potencial en Italia. Robby se aplicó con rapidez: al cabo del poco tiempo estaba marcando goles”.

Con tan ambiciosas apuestas, no cabe duda de que el neerlandés quiso emerger como técnico a la altura de su pasado como jugador. Llegó la ilusión a todas las partes implicadas. “Vuelve el glamour al Chelsea, el club de Gullit y la legión italiana. Después de 25 años de mediocridad, el equipo de la burguesía londinense ha retomado el hilo de aquel equipo espléndido que ganó la Recopa”, escribió Segurola en El País. 

El caché Gullit lo trajo consigo. Y con uno de esos goles de Di Matteo que el técnico había vaticinado -en transición conducida y finalizada con un potente chut-, el Chelsea ganó la final de la FA Cup al Milddesbrough, para mayo de 1997. Por lo que los títulos tampoco tardaron en llegar. 

“Durante mi primer año en el Chelsea me limité a echar un vistazo por la cocina, para ver qué ingredientes necesitaba el equipo para convertirse rápidamente en una potencia dentro de la Premier League (…) Y no debí hacerlo muy mal, porque ese año ganamos la Copa de Inglaterra”, recuerda Gullit a ese respecto.

Jugar como enseñaron los maestros

Pero para que los éxitos se dieran, el Chelsea tuvo que hacer antes muchas cosas bien. La principal fue estructurar un equipo que jugara mejor fútbol que sus rivales.

A objeto de conseguirlo, desde el inicio Gullit tuvo su apetecida columna. La compusieron los centrales Leboeuf y Clarke, los volantes Di Matteo y Wise, y los delanteros Zola, Vialli y Hughes. Todos eran jugadores de buen trato de balón y dilatado bagaje competitivo. 

En esa simbólica línea, solo el rendimiento en la portería no estuvo a la altura durante la primera temporada. Ese curso empezó titular el ruso Kharin, siguió Hitchkock y finalizó Grodås, otro de los muchos internacionales veteranos que conformaron las alineaciones. 

“Un año más tarde también fiché al portero Ed de Goey del Feyenoord. Al mismo tiempo, los buenos jugadores ingleses, que conocían su oficio, fortalecían el equipo”, rememora el técnico. De Goey solucionaría el problema en 1997. Y a excepción de Wise y más tarde Le Saux, los ingleses que refiere Gullit fueron parte del entramado defensivo. En función de titulares, Sinclair, Minto, Myers, Duberry o Newton rindieron a su límite superior. Otros como Morris, Hughes, Granville o Nicholls cumplieron, desde la suplencia, el papel de secundarios que el técnico les asignó.

Esos fueron muchos de los futbolistas que Gullit supo utilizar. No obstante, como los títulos, por sí mismos dicen poco. El contexto al que los llevó su entrenador es lo importante. Cómo se desempeñaron como equipo es lo importante.

En este sentido, la situación de Gullit fue particular. Y es que el novel técnico hubo de imaginarse una manera personal de jugar a la vez que confeccionaba su primera plantilla. Además, el Chelsea no había superado la mitad de tabla en cada una de las temporadas que se llevaban disputadas como Premier League -se crea en 1992-. El equipo se conducía mal y Gullit había sido demandado por la afición para solucionarlo. No podía empezar sus días de libreta dejándose llevar por el mero continuismo.

Si “un entrenador es una idea”, como dijo algún sabio del mundillo, en 1996 Gullit necesitaba la suya. Un estilo que fuese honesto con su sentimiento e igualmente eficaz. 

Para formarla, dada su impericia en la dirección, acudió a las nociones de los maestros que tuvo y a las culturas que como futbolista conoció. Así lo cuenta en su libro: “Cuando tomé el timón del Chelsea, ni siquiera había hecho un curso para entrenar a los juveniles (…) Tuve que tirar de mi experiencia como jugador y de las lecciones que había aprendido de la mano de técnicos como Arrigo Sacchi, Fabio Capello, Rinus Michels y Sven-Göran Eriksson. Lo tenía todo en la cabeza, nada en el papel”.

Como se verá con mayor detalle a lo largo del texto, analizando lo que fue su primer equipo dirigido se llega a la conclusión de que, en lo conceptual y en lo táctico, Gullit aplicó algo de cada uno de sus referentes. 

Grosso modo, podría afirmarse que de Michels y los Países Bajos tomó la salida combinativa, la distribución base de los jugadores según criterios posicionales o la voluntad ofensiva mediante el control del balón. De Sacchi o Capello, y a la vez de la cultura británica, fidelizó con la marcación zonal -excepto en jugadas de estrategia- y contundente o con los envíos directos hacia la pareja de delanteros como vía de ataque. De Eriksson asumió la libertad creativa para las estrellas del equipo, extremo que el propio Gullit admitió haber disfrutado en su etapa bajo la dirección del sueco.

Elegir un esquema acorde a las cualidades del jugador

Gullit mezcló nociones y al conjunto le dio su sello. Incluso de su predecesor Hoddle, un entrenador que no llegó a marcarle, mantuvo algo: la alternancia de los esquemas de juego. “Con nosotros Hoddle usaba el 4-4-2 a la británica, pero puntualmente el 3-5-2”, dijo. Continuidad que igualmente matizó.

Como sistema predilecto, el primer curso Gullit se decantó por un 3-5-2 donde los carrileros eran defensores en fase de repliegue y medios o atacantes en fase ofensiva. Según explicó el técnico, “una formación 3-5-2 es perfecta para cuando necesitas a muchos jugadores en el centro del campo para tu plan de juego. Inevitablemente, esta formación exigiría que haya dos jugadores por la banda que puedan correr y que no tengan problemas para desplazarse de un lado a otro una y otra vez (…) Nuestro lateral derecho era Dan Petrescu, quien podía cubrir toda la banda gracias a la potencia de sus piernas”

En efecto, el plan de juego de Gullit precisaba muchos jugadores en el centro del campo. Asimismo, Petrescu fue determinante para el equipo. Esa primera temporada, como carrileros por la izquierda jugaron Myers y Minto. Eran futbolistas potentes, aptos para la labor, pero de menor nivel que el rumano y algo limitados para las aspiraciones de aquellos ‘Blues‘. Los refuerzos de ese costado para la 97-98 serían determinantes en el crecimiento del equipo. Y también para que se diera un cambio de esquema.

Al parecer de Gullit, “hay que situar a los jugadores en función de sus cualidades (…) Como entrenador del Chelsea, del Newcastle o del Feyenoord, siempre me centré en las cualidades de mis jugadores antes de elegir un sistema”.

En 1997 Minto partió hacia el Benfica y en su lugar llegaron los zurdos Le Saux, internacional procedente del Rovers, y Babayaro, joven lateral campeón de los JJOO Atlanta ‘96 con Nigeria. Con ellos en nómina, Gullit pasó a priorizar el sistema 4-4-2. En buena parte, este cambio se debió al corte de los nuevos futbolistas y al nivel de algunos de los disponibles.

En su elección 4-4-2, los cuatro centrocampistas adoptaron forma de rombo. Con el nuevo dibujo, el técnico quiso aprovechar el calado futbolístico de Petrescu o Le Saux. Ubicándolos como alas en el centro del campo, con laterales a sus espaldas, los liberó de labores defensivas específicas. Además de ellos, esa segunda temporada el equipo contó con enganches de distinto perfil pero similar valía, como Poyet, Morris o el propio Zola, quien se desenvolvería con excelente manejo en la mediapunta y distribuyendo juego unos metros atrás. Unidos a Di Matteo y Wise, eran futbolistas de categoría que convenía aprovechar en la posición y el rol donde más habían rendido. Gullit lo entendió así, por ello los alejó de las bandas y procuró que se acercasen frontalmente a las inmediaciones del área rival.

En cualquier caso, en relación a los esquemas de juego, Gullit opina que “muchos ingleses consideran que el sistema 4-3-3 empleado en los Países Bajos es una táctica de cobardes, porque así solo hay un delantero, mientras que los equipos ingleses cuentan con dos en su clásica formación 4-4-2. Pero son generalizaciones que no siempre funcionan: qué se plantea hacer con un delantero, dos o tres; qué posiciones ocupan cuando tienen la posesión y qué hacen al perder el balón… No es el sistema lo que cuenta, sino el plan de juego”.

Cambiar el estilo gracias a Bosman

Hasta aquí se ha hablado de futbolistas y esquemas. Sin embargo, a juicio de Gullit, el plan de juego es lo verdaderamente importante. Eso que esbozó en el Chelsea merced a las lecciones de sus maestros y a su talento para elaborarlo. Lo que luego desarrolló gracias a sus jugadores y a su talento para transmitirlo. En ello hay que ahondar para explicarlo todo. 

En su mencionado libro, para hablar de la matriz de juego que aplicó durante toda su estancia en Londres, Gullit empieza por ejemplificar con la relación en el campo de dos jugadores: “Le Saux era un lateral izquierdo -inglés- al que le encantaba tirar pases largos al extremo izquierdo o al delantero centro. Sin embargo, yo quería que el Chelsea armara las jugadas desde atrás. (…) Entonces Poyet, un atleta uruguayo con dos tanques de oxígeno en sus espaldas, se acercó a mí y me dijo: ‘Rudi, dile a ese hombre que me dé el pase a mis pies’. Y es que los futbolistas como Poyet y Dennis Wise eran de posesión, por lo que necesitaban contar con el balón. Y Le Saux era un jugador excelente que se adaptó sin problemas. Contaba con todas las cualidades necesarias para el estilo de juego que yo tenía en mente. (…) Mi objetivo siempre fue transformar al equipo”.

En efecto, Gullit se propuso cambiar el estilo del equipo. Transmutarlo. Del clásico juego directo inglés por vía aérea, pasar a un modelo que no despreciara la posesión. Como deja ver su diálogo con Poyet, el técnico pretendía que el balón circulase a ras de hierba, rápido y preciso, unas veces horizontal y otras en ángulos verticales. Y en parte lo conseguiría gracias a circunstancias como la Ley Bosman. 

Uno de los efectos de esta nueva normativa demostró ser que, de la noche a la mañana, las alineaciones pasaron a estar cargadas de futbolistas de distintas nacionalidades. En un tiempo donde la globalización estaba en ciernes, muchos jugadores se expresaban acorde a las esencias del fútbol de su país. En multitud de ocasiones, esa mezcolanza de estilos dificultaba el ensamblaje del grupo. Sin embargo, probablemente el Chelsea de Gullit funcionase gracias a ello. 

Se compró mucho y bien por el continente europeo. Lo que a priori pudiera considerarse un lujo, en el Chelsea quizá fuese necesidad. Sin el nuevo mercado, se antoja que hubiera sido casi imposible cambiar el estilo de una cultura tan arraigada como la inglesa en un equipo donde cada alineación tuviera un mínimo de ocho jugadores británicos. Difícil para el equipo y para el aficionado local, que acaso sean partes igual de importantes de lo mismo. 

Así expresa esto último Gullit: “Adoptamos un estilo más europeo. Los jugadores extranjeros tuvieron que acostumbrarse a los ingleses y viceversa. Para algunos del equipo eso supuso un gran cambio cultural, igual que para los hinchas. (…) los aficionados ingleses quieren ver una competición con contacto físico y balonazos. Para ellos no existe una manera más rápida de avanzar hacia el terreno rival que un buen patadón. (…) En Inglaterra la competición es más importante que la estética, el ideal holandés. (…) Al final logramos conquistarlos a todos y la gente agradeció el nuevo diseño de fútbol ofensivo que empezó a jugarse en Stamford Bridge”.

Jugar ‘a la europea’

Que ejecutar un estilo de juego cercano al de cierta Europa continental no sería fácil, Gullit lo supo nada más llegar al Chelsea. En ese momento, cuenta que Hoddle le situó “como defensa central, tal y como yo había sugerido cuando hablamos sobre mi traspaso desde la Sampdoria. A Glenn le parecía una gran idea, hasta que paré los primeros tiros largos con el pecho y se los pasé al compañero más cercano. (…) Lo cierto es que yo pensaba que podíamos armar un ataque desde la defensa. Pero en Inglaterra la zona del medio campo es donde los jugadores luchan por el balón”.

Ya como entrenador, precisamente para esa labor creativa Gullit fichó al francés Frank Leboeuf, procedente del Strasbourg. Leboeuf tenía 28 años, era un central técnico, cerebral, sobrio y con alma de líder. Además, estaba acostumbrado a defender en zona y a jugar en la élite como parte de la selección dirigida por Jacquet. Con Leboeuf en las formaciones, a menudo ubicado en el centro de la zaga de tres, el técnico consiguió ‘educar’ a sus acompañantes en la nueva manera de iniciar el juego. 

Junto al galo, a sus 33 años, el escocés Steve Clarke asimiló rápido el mecanismo. Se trataba de “un defensa inteligente”, en palabras de Gullit, y técnicamente dotado. Pero en la derecha, bien Johnsen o bien a los fornidos Sinclair y Duberry les costó más participar de la elaboración. Con la posterior marcha del noruego y dada la veteranía de Clarke, Duberry se hizo hueco como central derecho en la segunda temporada del nuevo míster.

A su llegada como jugador, Gullit coincidió con él en el campo. En su libro, recuerda que “Duberry esperaba que, desde la defensa, yo lanzara un pase recto hacia delante. Cuando de pronto se encontró con el balón en sus pies, me gritó: ‘¿Qué cojones estás haciendo?’, mientras lanzaba la pelota a ciegas hacia las gradas. (…) Hoddle estaba horrorizado. Y es que jamás nadie había jugado así en el Chelsea”.

Duberry era un defensor de 1.85 de estatura y 90 kilos de músculo, ideal “para hacer mella en los duros atacantes ingleses”. Sin embargo, para conseguir la estabilidad necesaria en aquella línea, con 21 años tuvo que crecer al amparo de Leboeuf. Y como todo el grupo, hubo de aplicarse en los entrenamientos.

“Para transformar al equipo jugamos cientos de partidos de entrenamiento, siempre con algo en juego y con un propósito táctico”, asegura Gullit. A base de sesiones de entrenamiento y victorias fue como Gullit consiguió establecer la novedad. 

Sin duda, el resultado fue un cambio de estilo perceptible. No obstante, gracias a un jugador en particular no precisó ser una variación radical. Una ruptura que, dados los condicionantes, quizá hubiese sido imposible de concretar. Esa pieza que facilitó las cosas fue el goleador de 33 años Mark Hughes.

Hughes hace la vida más fácil

“Hughes fue un magnífico delantero, un jugador único (…) Fuerte como un toro y siempre dispuesto a recibir el balón. Con un Hughes en el equipo solo tienes que decirle a tus jugadores: ‘Pasádsela a él en todo momento’. Cuando un jugador así tiene la posesión, nadie toca el balón”, relata Gullit.

Al contar con Hughes, finalmente el modelo de juego de aquel Chelsea fue un híbrido de las ideas combinativa y directa. No hubo kick and rush, pero tampoco se abusó del “tiqui-toque” -término acuñado en 1994 por Cappa-. Por el bien del caudal ofensivo se asumieron más riesgos en las líneas retrasadas, aunque sin que se llegase a la temeridad.

Como el propio Gullit apuntaba, su modificación estilística incidió sobre todo en la fase de creación del juego. En el Chelsea de Gullit, los volantes no fueron generadores primarios de juego. Solo ejercieron tal función de manera circunstancial. Y es que Di Matteo, Newton, Burley o Wise tampoco tenían las características adecuadas para serlo. El Chelsea hacía circular el balón de un lado a otro de la zaga con relativa calma, adelantando metros y forzando la basculación del equipo rival. Cabe destacar que era un tiempo donde las presiones a la salida de fondo eran poco grupales y de baja intensidad, por lo que se daba una menor exposición de los zagueros. En el momento preciso, Leboeuf o Clark activaban el pase largo y raso que superase las primeras líneas, tanto propias como oponentes, alturas donde sí solía aumentarse la presión. Otra vía, del mismo modo iniciada por los centrales, era el pase intermedio hacia los carrileros o los volantes de banda que hubiesen ganado altura. Desde esas áreas de menor densidad, los receptores conectarían con el frente de ataque. En ambos casos, el balón encontraba finalmente la bota dominante del delantero centro referencia que caía en apoyo. Este era Hughes, y luego también el espigado Tore André Flo. O en ocasiones Zola. Al recibir el balón en zonas de aceleración de jugada, la virtud de estos futbolistas para retenerlo activaba la maquinaria del centro del campo y del ataque. Así, los mediocampistas centrales se ofrecían de cara, con empuje, toda vez que los aleros y los laterales irrumpían hacia las bandas. Al tiempo, el segundo delantero trazaba profundos desmarques de ruptura. En este papel, Vialli fue el máximo goleador del equipo las dos temporadas. Los ataques finalizaban con chuts lejanos, pases profundos o centros al área. El equipo consiguió muchos de sus goles con esta manera ofensiva de funcionar.

Zola fue la estrella

Dentro del equipo, del sistema y del estilo, capítulo aparte merece un futbolista como Zola. Desde su 1.68 de estatura, el italiano era un talento superior a la media que, prácticamente por sí mismo, permitió que el Chelsea subiese un escalón. 

Como recuerda Gullit: “Teníamos a Zola, quien fue una sensación en la Premier. Era imposible robarle la pelota mientras giraba de izquierda a derecha, tenía un disparo esplendido, era un goleador nato y un futbolista con mucho estilo. Había aprendido mucho en Nápoles de su maestro Diego Maradona”.

Así como las cifras de Hughes o Vialli, la ascendencia de Zola fue fundamental para que aquel Chelsea acabara sexto la Premier League 96-97 y ganase la FA Cup. En tantos de falta solo le superaba Beckham. También Zola fue clave para que, en la temporada 1997-98, el Chelsea compitiese de igual a igual la Community Shield contra el imponente Manchester United de Ferguson -perdería por penaltis-. O para que, junto a los goles de Flo, el equipo alcanzara los cuartos de final de la Recopa, tras eliminar a Slovan de Bratislsva y Tromsø. 

Aquellos grandes jugadores fueron imprescindibles para que el estilo de juego fluyese y se alcanzasen todos esos logros, pero insuficientes para mantener en su puesto a Gullit.

Gullit es cesado sorpresivamente

En lo deportivo, la segunda temporada de Gullit iba a pedir de boca. Sin embargo, el 12 febrero de 1998 su relación con el Chelsea quebró. Por motivos económicos, en mitad de la temporada el entrenador fue destituido.

Al respecto, Gullit manifestó haberse “reunido en una ocasión con la gente del Chelsea. Fue el jueves de la semana pasada y la conversación se desarrolló en términos amistosos. Hablé con Colin Hutchinson -director general del club- sobre la prórroga de mi contrato por dos años. En todo momento se dio por supuesto que yo renovaría”.

Por su parte, Hutchinson aseguró no poder “alcanzar la cifra que pedía Gullit. Le dijimos que la brecha entre su petición y nuestra oferta era demasiado grande como para meternos en negociaciones (…) Decidimos hacer las cosas con rapidez. Le ofrecimos el cargo a Vialli y sólo tardó cinco minutos en darnos su aprobación”.

Y Gullit zanjó el asunto con las siguientes explicaciones: “Le dije a Hutchinson que quería quedarme por dos años y ellos no me hicieron una contraoferta. Eso fue lo que ocurrió (…) Nunca me había visto en una situación como ésta… Estoy conmocionado. Miren lo que he hecho por el Chelsea, por los jugadores, por los seguidores. (…) Creía que todo iba bien. Estamos segundos en la Liga, hemos llegado a las semifinales de la Copa de Inglaterra y alcanzamos los cuartos de final de la Recopa de Europa -se medirían al Betis-. Entonces, ocurre esto. Desde luego se puede decir que es un día que no se puede olvidar (…) El jueves supe que Brian Laudrup -fichaje del próximo curso- estaba en Londres y se había reunido con Vialli y Hutchinson sin mí. Significa que lo tenían todo planeado a mis espaldas”.

Sintiéndose traicionado, Gullit abandonó el Chelsea para no regresar. Dirigidos por Vialli, los londinenses acabaron cuartos la Premier League y ganaron la Recopa -la final por 1-0 al Stuttgart-. Meses después,  se impondría al Real Madrid en la Supercopa de Europa.

Gullit firmó por el Newcastle en agosto de 1998 y Vialli se mantuvo en el Chelsea hasta el año 2000. Dos décadas después, se sabe que sus carreras en los banquillos fueron poco exitosas.

 


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Fotografía de portada: Imago.