28 de diciembre de 1895, Lyon.
La génesis del cine daba comienzo. Los hermanos Lumière hicieron pública la proyección del primer filme de la historia grabando la salida de los trabajadores de su propia fábrica. En un año, los creadores del cinematógrafo hicieron más de 500 ‘películas’, marcadas por la ausencia de actores y los decorados naturales, la brevedad, la ausencia de montaje y la posición fija de la cámara.
20 de agosto de 2013, Stade de Gerland, Lyon.
Un siglo después, un nuevo género cinematográfico surgía, precisamente, en su lugar de origen. Un estilo propio y marcado; vasco y elegante. La alfombra roja se convertía en un tapete verde y se desplegaba ante los actores invitados, convertidos en protagonistas de esa noche. La Real Sociedad volvía a Lyon en la última fase previa de Champions League, para enfrentarse al conjunto del Ródano por una plaza en la máxima competición europea.
Tras el vértigo inicial que imprimió el OL, con más kilometraje en competición europea que su rival, el conjunto ‘txuri-urdin’ poco a poco iba ganando terreno. Un macarrónico Lyon, rocoso y musculado, ofrecía espacios en líneas muy separadas. Carlos Vela tuvo la primera desde la frontal: recibiendo en la media luna, orientando el balón a su pierna izquierda y ejecutando un elegante disparo. Pero el esférico se estrelló en el palo. Algo le pasaba al equipo local: imprecisiones, malas decisiones en los metros finales, endebles en defensa… La marcha de su mayor baza, Lisandro López, no era excusa. En sus filas contaban con el talento joven de Gonalons, Grenier o Lacazette. La Real estaba domando al ‘león’ y no se haría esperar mucho para asestar el primer latigazo.
Rechazado por el Lyon, Griezmann obtuvo su venganza personal asestando una chilena ladeada en forma de puñal que hizo enmudecer el Gerland
Es curioso lo retorcido que puede llegar a ser el destino. Un jovencísimo Antoine Griezmann, que sentía devoción por el Olympique de Lyon hasta el punto de hacer las pruebas en su infancia para entrar en el equipo, fue rechazado porque consideraban que era demasiado bajito. Bajito voló él para, años después, asestar una chilena ladeada en forma de puñal que hizo enmudecer el Gerland. Una pelota de esas que los acongojados mandan a la grada y los prodigios a la red. Un señor golazo de un rubito rebelde que consiguió su vendetta particular.
La Real Sociedad no titubeó en ningún momento. El trabajo sacrificado en las sombras que ejercía Zurutuza en el centro del campo, extenuado por la falta de oxígeno; el rol de defensor ordenado y fusionado con Grenier de Markel Bergara, que no dejó ni respirar al atacante francés; el joven espartano Íñigo Martínez que, pese al dolor sufrido en el tobillo, seguía presionando al ‘monstruo’ hacia el abismo; y cómo no, las puntas de lanza en el ataque. La elegancia en conducción y visión de juego de Carlos Vela, los movimientos trabajados a los espacios para arrastrar defensores de Griezmann, y el espejismo de Kovacevic, vestido de Seferovic por sus jugadas tan parecidas en el área.
Imprevisible, automático y perfecto. Un acto de fe transformado en una obra de arte. Aquel encuentro ante el OL sigue grabado en la memoria de muchos aficionados de la Real
Precisamente, el suizo de origen bosnio fue el que hizo estallar a los 4.000 desplazados blanquiazules a Lyon y a toda la península vecina. Cuando el filme estaba llegando al clímax narrativo, a Seferovic se le ocurrió que era la noche de romper con toda lógica. Con una jugada sin ningún tipo de peligro, el depredador controlaba un bote pegadito en la banda izquierda de la zona de tres cuartos. Y entonces, en vez de seguir una acción en la que se encontraba solo y que no iba a ningún lugar, sacó un potentísimo zapatazo de 30 metros que, después de hacer una parábola perfecta, se coló por la escuadra de Anthony Lopes. Imprevisible, automático, violento, seco y perfecto. Un acto de fe transformado en una obra de arte.
El Lyon supo reaccionar y, a la desesperada, pudo imponer algo de dominio en el tramo final del choque. Pero todo esfuerzo fue en vano. Parecían como el montaje rígido y pobre de las primeras películas de los Lumière. La revolución francesa fue aplacada por uno ejercito de lujo. Pitido final. 0-2, y medio pie en la Liga de Campeones. Se cerraba un círculo vital. Porque fueron precisamente los franceses los que echaron a los vascos en la última participación europea de la Real diez años atrás. El presentador de la gala, Jagoba Arrasate, premió al aficionado con un espectáculo digno de ver. La alfombra roja se postraba para el desfile de una ‘Erreala’ impoluta y justiciera. Los tambores repicaban con orgullo al equipo que recogió el legado de los Xabi Alonso, Nihat, Kovacevic y compañía. La Real Sociedad, aunque pendiente del partido de vuelta, ganaba un pulso al cruel destino para volver, después de una década entera, a la élite del fútbol europeo.
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