Frenkie de Jong ha marcado 16 goles y ha dado 20 asistencias desde que en 2019 debutara con el Barça. Pero no. Frenkie de Jong costó 86 millones y su rabiosa juventud brillaba casi tanto como ese flequillo amarillo que el viento nunca ha conseguido desarreglar del todo. Pero no. Frenkie de Jong no se ponía nervioso cuando un estadio entero dejaba de animar para estudiarlo como se estudian esos trozos de meteorito que el día menos pensado caen del cielo en medio de ninguna parte. Pero no. Frenkie de Jong parecía destinado a poder triunfar en un único lugar. Pero no. Frenkie de Jong esconde la pelota como si fuera el arma de un crimen, llevara la camisa empapada de sangre y en la ventana ya se viera el reflejo de las luces de la policía. Pero no. Frenkie de Jong ha sido escogido centrocampista del año de la UEFA, ha sido incluido en el Mejor Once de la FIFA y ha estado nominado al Balón de Oro. Pero no. Frenkie de Jong ha sido titular con los cuatro entrenadores que ha tenido en España. Pero no. Frenkie de Jong hay noches que recibe el balón en su campo y, como una gacela asustada por el rugido de un tigre, se pone a correr con él fuera de sí hasta que se acaban las líneas, el césped y casi la Tierra. Pero no. Frenkie de Jong es una estampida de talento. Pero no. Frenkie de Jong cobra lo mismo que algunos de los futbolistas más admirados del mundo. Pero no. Frenkie de Jong esquiva rivales como si fueran cacas de perro y él estrenara zapatos nuevos. Pero no. Frenkie de Jong se ata el brazalete de capitán y se parece a uno de esos soldados ingleses de las películas de Sam Mendes que sobreviven a cien bombardeos para entregar un mensaje al siguiente batallón. Pero no. Frenkie de Jong podría haber hecho muchas cosas de azulgrana, todas felices y geniales y chulísimas y memorables. Pero no. Solo hizo algunas. La suya en el Barça no es una historia triste. O no del todo. Aunque pesan más los espacios en blanco, las tramas que quedan por resolver. Es como esas canciones que lo tienen todo para gustarte. El artista, la melodía, la opinión de tus amigos. Las escuchas con ganas, vuelves a ponértelas, te fijas en la letra del estribillo, por si se te ha escapado algo. Tiene sentido que suceda. Pero no.
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