Miradas

Villoro: “El VAR es una ideología de pureza generada por un organismo impuro”

El escritor y periodista mexicano Juan Villoro (Ciudad de México, 1956), novelista de éxito (El testigo, Arrecife) y autor de múltiples ensayos y crónicas relacionadas con el fútbol y sus derivados (fundamentalmente, los sentimientos que despierta), sorprendió a todos a finales del año pasado con la publicación de No fue penalti, de la editorial Almadía, una novela corta, de menos de 100 páginas, donde dos protagonistas (Tanque y Valeriano) reconstruyen una misma jugada en dos tiempos. Un formato original y altamente adictivo con el que el autor del imprescindible Dios es redondo, por el que se llevó el Premio Internacional Manolo Vázquez Montalbán en 2007, nos habla de amistad, rivalidad y videoarbitraje. Su tono desenfadado y facilidad para aproximarse al balompié desde distintos ángulos (la tragedia, la sátira, la épica) lo han convertido en un auténtico referente de las letras vinculadas a este deporte. Nos atiende por teléfono desde México y antes de empezar nos acribilla a preguntas sobre el estado de salud del Barcelona, su equipo de adopción. Media hora después, arrancamos.

En No fue penalti. Una jugada en dos tiempos explica una misma acción desde ángulos emocionales distintos. ¿Cómo se le encendió la bombilla?

Hay una cosa de los aficionados al fútbol que siempre me llamó la atención. Contar de distintos modos una misma jugada. Yo crecí en los tiempos del gol fantasma de Wembley, fue el primer Mundial que vi por televisión, en 1966. Estudiaba en el Colegio Alemán y quería que Alemania se llevara ese campeonato con el muy joven y elegante Franz Beckenbauer. Y bueno, no sabíamos si acabó entrando o no ese balón a la portería, por lo que durante un tiempo se discutió muchísimo al respecto. De manera similar, hay numerosas jugadas con versiones encontradas. Pero me apasionan sobre todo las versiones de los propios protagonistas del juego. Por ejemplo: seguro que existe una versión de Gary Lineker sobre la ‘mano de Dios’ de Maradona en 1986. Y por supuesto existió una muy distinta, que es la que siempre defendió el propio Diego. En No fue penalti quise enfrentar a dos personajes unidos por una jugada dramática y, a través del tiempo, conducirlos a otra jugada todavía más dramática, que va a tener dos versiones y, por lo tanto, dos explicaciones distintas de lo mismo.

He leído que se inspiró en una historia real.

Mi generación padeció una jugada particularmente terrible, en 1970, en las vísperas del Mundial de México, donde éramos anfitriones por primera vez. En la última jugada del último entrenamiento previo a la Copa del Mundo, el gran jugador del ‘Tri’, Alberto Onofre, campeón con las Chivas de Guadalajara se fracturó la tibia y el peroné. Era nuestra gran esperanza. Yo tenia 14 años y con mis amigos nos enteramos que existían esos huesos, por el hecho de que se los había fracturado el héroe de nuestra selección. Fue llevado al hospital, insistió en ser operado con la camiseta de México, porque sintió que nunca más volvería a vestirla. Y ahí se eclipsó el sueño de que hiciéramos algo definitivo en el Mundial y se eclipsó la carrera de este fabuloso jugador, un medio enganche tipo Messi, que iniciaba las jugadas y las concluía él mismo como si fuera un delantero centro. Esa lesión arruinó la trayectoria de Onofre, pero yo en un libro leí que no sólo él había quedado dañado por la jugada, también el defensa con el que chocó, que fue Juan Manuel Alejándrez, un jugador del Cruz Azul. Lo más sorprendente de todo es que también él decidió abandonar el fútbol, quizá agobiado por la culpa. Los futbolistas suelen ser personas, salvo contadas excepciones como Guardiola o Valdano, que no verbalizan mucho lo que sienten. Alejándrez no explicó su decisión ni dijo nada al respecto. Y a mí esa jugada se me quedó grabada como un gran enigma a resolver. Y pensé en la posibilidad de hacer una narración en dos versiones, en donde los protagonistas de ese hecho volvieran a encontrarse mucho tiempo después en una situación que también los pusiera frente a frente. Uno como entrenador que trata de salvar al equipo al borde del descenso y el otro como un ayudante en el VAR que tiene la posibilidad de sancionarlo. Los dos tienen motivos para sospechar el uno del otro. Me pareció atractivo reunir a estos jugadores en una acción tan trascendental como es un penalti.

El libro insinúa que la polémica, en el fondo, no va a acabarse nunca, porque nunca habrá una versión genuinamente objetiva.

El fútbol sería mucho más aburrido si se entendiera siempre. Y uno de sus principales atractivos es que en ocasiones es incomprensible. Aquel gol fantasma de Wembley se convirtió en el protagonista de numerosas tertulias precisamente porque no podíamos descifrarlo. Creo que el VAR ha traído un principio de cientificismo bastante absurdo al fútbol. Todo el mundo sabe, por ejemplo, que un jugador que tiene un centímetro de piel adelantado al otro no saca ninguna ventaja y sin embargo eso lo condena por el VAR a estar fuera de juego. La máquina dice que saca ventaja. Ventaja es un cuerpo, no esa minucia. El fútbol tiene esta pretensión de cientificismo pero muchas jugadas dependen del criterio arbitral. Y cuando vemos el fútbol en compañía, y una imagen de cierta cámara muestra una perspectiva de la jugada y otra muestra otra, los amigos solemos tener opiniones distintas. Y lo mismo sucede con el VAR, que finalmente es un ser humano. Por otra parte, ya se ha visto en casos, uno famoso en Chile, de ‘videoárbitros’ que han recibido llamadas sospechosas y presiones para ejecutar la justicia de manera mañosa. El VAR no ha solucionado la incertidumbre, simplemente la ha diferido.

 

“El fútbol sería mucho más aburrido si se entendiera siempre. Y uno de sus principales atractivos es que en ocasiones es incomprensible”

 

Y eso hace que todo se viva con prudencia, en especial las celebraciones de los goles.

Para mí todo esto ha enrarecido el fútbol y la prueba está, como dices, en los goles. Algunos tienen que esperar hasta dos minutos para confirmar que han anotado un gol. Con lo cual, la comida que era sabrosa te sabe a guiso recalentado trabajosamente y la pasión se esfuma un poco. Quería reflexionar sobre eso en este libro. Y de cosas que yo como periodista he podido dialogar con ciertos entrenadores o jugadores que han vivido la pasión de forma distinta. He querido contrastar en el libro a un virtuoso de las canchas muy dotado para el juego pero que no es aficionado ni apasionado del mismo; y por otra parte a un loco del fútbol que nunca pudo destacar y que está siempre como un bombero apagando incendios en equipos de segunda fila.

Me pregunto si interesa realmente que acabe la polémica. Siempre habrá alguien a quien culpar de un error. En España ahora hay arquitectos en los programas de televisión trazando líneas.

Creo que, de una manera muy franca y honesta, el fútbol era una actividad en la que 22 protagonistas trataban de ser vistos como dioses o semidioses pero sólo uno en la cancha aceptaba la condición de ser humano, que era el árbitro. Él era el factor humano que podía equivocarse y asumía la responsabilidad de silbar justicia cuando tenía apenas una milésima de segundo para tomar una decisión, corría detrás de la pelota, procurando ver las cosas a través del sudor que le nublaba la vista… Él mismo sabía que su justicia era precaria pero la posibilidad de que el árbitro se equivocara en nuestra contra o a favor le daba un valor añadido al juego y el fútbol siempre funcionó bien. Esa capacidad de fallar humanamente lo engrandecía.

Pero la idea, con la llegada de la tecnología, ya era esa: reducir el fallo humano. El objetivo fue claro desde un principio.

Tengo una teoría incomprobable y un tanto paranoica respecto al FIFA Gate, el caso que descubrió y confirmó las redes de soborno del organismo futbolístico. ¿El FBI investigando en Suiza? Obviamente esto tiene resultados importantes para Estados Unidos; el más significativo, la obtención del próximo Mundial, que se jugará básicamente en Estados Unidos y México y Canadá serán comparsas del torneo. Pero más allá de eso, el FIFA Gate trajo medidas con las que la FIFA buscó sanearse a sí misma. Y un lavado de imagen importante fue tratar de impartir una justicia más objetiva y científica. Ya no busquen tantos ilícitos en nuestras cuentas, vamos a sanear lo que ocurre en la cancha. El VAR es una ideología de pureza generado por un organismo totalmente impuro. Y ahí se adopta una medida que para muchos no es popular pero también favorecida por la televisión. Y es que el VAR es un subproducto de la televisión. Obviamente en la pantalla se pone la imagen que está viendo el VAR y entonces la TV es ese inmenso tribunal donde se imparte sentencia. También las TV favorecieron la implantación del VAR.

¿El árbitro es peor árbitro desde que está el VAR?

Esto es como hacer una acrobacia con o sin red de seguridad. Si tienes la red, te caes y no hay problema. El VAR saca las castañas del fuego. Y hay cosas que el árbitro no sanciona, faltas reiteradas, esas faltas que no amenazan la integridad del jugador, pero de pronto tú tienes una reiteración y deberías dar una amarilla. El colegiado no se encarga de esa justicia.

Tanque y Valeriano son dos excompañeros y amigos que vuelven a encontrarse en una jugada determinante. Su relación se basa en la envidia, los celos, la ambición… ¿Cree que el futbolista a veces necesita ser egoísta para sobrevivir?

El deporte en general, y sobre todo los deportes colectivos, tienen defectos que se vuelven eficientes. Por ejemplo, el jugador que no suelta la pelota y a fuerza de no soltarla se convierte en un protagonista. A veces un defecto moral hace que un jugador triunfe. Piensa en Hugo Sánchez, en cómo enervaba a los defensas, los volvía locos, a fuerza de increparlos. La personalidad marca muchas carreras.

¿Qué personaje le costó más trabajo desarrollar?

El Tanque, porque está en tiempo real tratando de salvar a su equipo del descenso. No tiene muchas palabras floridas, no es un Guardiola. No tiene el talento disparatado para explicar la realidad que tenía Cruyff, fue un jugador duro y ahora es un entrenador desesperado y pragmático. Las cosas que dice, con sus palabras, provienen de frases que le he escuchado a Bielsa, a Valdano, a Javier Aguirre y que yo trato de poner de otra manera… Hay palabras de Ángel Cappa, al que conocí en México. Obviamente todo transfigurado, ese mundo más directo que exige estar en la área técnica me costaba trabajo, porque yo no dejo de ser un aficionado que nunca ha sido jugador profesional y entonces traté de documentarme sobre esas miserias de los clubes pobres. Pero ese es el Tanque, un tipo que se pasa el partido gritando y depende tóxicamente de los jarabes de la tos. Con Valeriano, en cambio, podía fabular más, porque es un tipo más desentendido del juego. No le gustaba el fútbol, pero era un genio. Hay un fragmento donde lo pongo compartiendo plató con Batistuta, y eso sí es un pasaje real, porque yo compartí retransmisiones con Batistuta en el Mundial de 2006. Y yo le escuché a Batistuta decir cosas muy lindas sobre el juego, pero también expresar con toda naturalidad que él nunca había pensado en ser futbolista y que no era demasiado aficionado al fútbol. Me pareció una perspectiva muy elegante.

Mencionaba a Javier Aguirre y yo el capítulo de El Tanque lo leí, justamente, con la voz del actual técnico del Mallorca.

Cada año, cuando la liga española llega a su fin, a mí me parece apasionante la lucha por la permanencia, porque hay veces en las que hasta cinco equipos pueden irse a Segunda División y luchan por salvarse. Y es verdaderamente apasionante la forma en la que tratan de permanecer en la élite, mientras en la cúpula, apenas dos equipos, a veces tres, se disputan el liderato. Entonces, la pasión más desaforada se sitúa en la parte baja. Y hay un talento muy especial que tienen muchos entrenadores, y Javier Aguirre es un muy buen ejemplo, para tomar equipos pobres y convertirlos en equipos de media tabla. Que ya es mucho mérito para el material futbolístico del que disponen. Creo que no se valoran lo suficiente estos perfiles. Lograr que clubes humildes vivan cómodos es muchas veces más difícil que ganar títulos con equipos grandes. Aguirre tiene esa virtud, que es la que busca el Tanque. Aunque le va peor, claro. Quería en esa figura del Tanque rendir tributo a esos entrenadores que se desgañitan y se especializan en salvar a clubes del descenso.

 

“A veces un defecto moral hace que un jugador triunfe. Piensa en Hugo Sánchez, en cómo enervaba a los defensas, los volvía locos, a fuerza de increparlos. La personalidad marca muchas carreras”

 

Lo que pasa con estos entrenadores es que tienen la etiqueta de ‘apaga-fuegos’ y a veces no logran quitársela para aspirar a banquillos mayores.

Hay entrenadores que son indiscutiblemente buenos pero que difícilmente puedes saber dónde radica su talento. Eso a mí me inquieta. Ancelotti es un caso ejemplar, un hombre de gran sentido común, con un aplomo extraordinario, sobre todo cuando el equipo está en medio de la tormenta. Parece que no tome decisiones de gran estratega, pero sin embargo sí lo hace. Posee una fuerza tranquila, poco espectacular aparentemente, que logra que un vestuario esté unido. Hay estrategas realmente curiosos en el fútbol actual.

Hay muchas maneras de ganarse un vestuario. A veces ayuda ser un exfutbolista, otras veces no…

Ganarse el respeto de un equipo como entrenador no debe ser nada fácil. Pero el respeto se gana de maneras muy distintas. Hay entrenadores que, a través de la sospecha y la paranoia, como Mourinho, logran crear un aura importante en el vestuario y otros que a través de la solidaridad, o entrega total, como Simeone, logran ese respeto y apoyo y autoridad. Uno de los grandes temas del entrenador es la generación de su propia autoridad y la manera en la que la sostiene. No es fácil. A mí Angel Cappa me dijo en una ocasión: ‘Di el mayor discurso en el medio tiempo a mis jugadores y ninguno supo entenderme’. Entonces las palabras cayeron en el vacío. Esa comunicación era muy rica, porque si alguien habla bien ese es Ángel Cappa, pero no conectó con nadie. Guardiola también me lo confirmó una vez, pero de otra manera. Él dijo: ‘Hablé con los muchachos, les dije lo que yo pensaba y lo que me gustó es que oí a Mascherano diciéndole a otro: ’Tiene razón en esto y lo otro’’’. Si ‘Masche’ entendió, el mensaje había calado. A veces las palabras pueden ser un medio y a veces no.

Hay códigos que desde fuera directamente no entendemos.

Es que a veces basta decir: ‘Vamos a jugar con huevos’ y eso ya significa mucho para los jugadores. El caso de Valeriano es el de un jugador que no necesita ni motivación ni estrategia. Hay jugadores que tienen su propio código de excelencia. La relación entre el jugador y el entrenador, eso siempre me inquietó. A Messi, por ejemplo, no hizo falta que nadie lo descubriera. Los videos de cuando era pequeño en Rosario ya enseñan a un jugador espectacular. Nadie pudo decir que ese chico no era un genio. En cambio, por ejemplo, Busquets lo tiene que descubrir Guardiola. No es un talento tan evidente, siendo como era tan joven. Antes de demostrar, alguien tiene que ver esa posibilidad para que se desarrolle. Valeriano es un jugador evidente, es buenísimo y se hace famoso. Y a él no le importa ser tan bueno. El enigma interior que posee es todo lo que él despierta.

Este libro también habla de las pasiones abrumadoras que desatan los grandes jugadores.

Así es. Valeriano es el primer extrañado. Hay un libro maravilloso de fotos de Pelé donde el brasileño aparece muchas veces totalmente azorado ante la multitud que lo está rodeando, como diciendo: ‘Estoy perdido en un laberinto de ojos que me observan’. Ese misterio de suscitar tanta expectativa ajena es tremendo para un jugador. Lo puede destruir o lo puede potenciar. Siempre me atrajo esto y es lo que empieza a ver Valeriano en el relato, con esta especie de secta que sigue al equipo, que desata todo un culto verdaderamente irracional, que sustenta la pasión de los jugadores. No sabe cómo interpretar la dimensión de su propia figura. Es algo que siempre me fascinó.

 


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Fotografía de Sofía Grivas.

Roger Xuriach

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