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Enzo Ferrero, el águila rebelde

Toda una generación de aficionados del Real Sporting de Gijón creció al calor de sus galopadas, sus desbordes y su extraordinario golpeo de balón

Este artículo está extraído del interior del #Panenka25


 

Aquel día, algo cambió. Hasta entonces, cuentan que al Real Madrid se le recibía en (casi) todos los campos de España con una pleitesía poco menos que feudal. Hasta que aquel 25 de noviembre de 1979, El Molinón protestó la extraña expulsión de Ferrero al grito de ‘así, así, así gana el Madrid’, que nació a orillas del Cantábrico como grito insurgente de un equipo de provincias.

Aquel argentino efervescente acababa de protagonizar una de las jugadas de la historia de la Liga. Pero hubo muchas más, en sus diez años como futbolista en España, de 1975 a 1985, todos en aquel inolvidable Sporting que se empeñó en adornar la Transición con un fútbol auténtico y rebelde.

Enzo Ferrero Águila aterrizó en Gijón procedente de Boca Juniors, donde había dejado detalles para el recuerdo (como un gol de escorpión, en un amistoso ante Huracán, que algunos bosteros guardan en la memoria con el cariño con el que se conserva una reliquia) y acabó convertido en el mejor extranjero de la historia del Sporting: toda una generación de aficionados rojiblancos creció al calor de sus galopadas, sus desbordes y su extraordinario golpeo de balón con el empeine de la bota izquierda.

Siempre con el dorsal 11, cuando aquello aún significaba jugar pegado a la cal, regateaba moviendo la pelota de un pie a otro; tic, tac, tic, tac, para dejar al rival clavado en el césped. O recibía de espaldas, y medio segundo después ya encaraba al portero. O se sacaba de la manga un gol olímpico en el primer partido europeo de la historia del Sporting.

“Era un adelantado a su tiempo”, recuerda Maceda, otro pilar de aquel equipo imborrable en el que brilló la ‘delantera eléctrica’: Quini en el área; Morán y Ferrero por las bandas. Tras retirarse, acabó denunciando a ‘su’ Sporting por una deuda de 16 millones de pesetas, se quedó a vivir en Gijón, puso una tienda de deportes y entrenó a varios equipos de chavales de la ciudad, aunque luego la vida le reservó cornadas de diverso pelaje: cerró la tienda, tuvo problemas en los negocios y le acechó la sombra de la depresión. Después volvería a dejarse ver con los veteranos del club. Y no hay merma en la idolatría: en Gijón y alrededores se le venera con tanta pasión como nostalgia.

 


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