Hay títulos y títulos.
Y hay miles de caminos hacia los títulos. Todos son válidos, mientras se cumpla el reglamento.
Lo que pasa es que no todos se quedan grabados en la memoria.
Porque el camino importa. La manera de hacer las cosas importa. La estética importa.
La belleza importa. Porque es lo que nos mantiene atados a la vida.
En contra de todos los pronósticos, la selección española ganó la Eurocopa. Lo hizo dignificando el fútbol: mientras casi todos los equipos se dedicaron a pensar, España prefirió sentir. Entre tanta selección racional, cartesiana, metódica y temerosa, emergió un equipo fresco, dinámico y vitalista.
España fue el equipo más valiente. El que más apeteció ver. El más disfrutón. Ganó la Eurocopa el equipo que más quiso ganarla. A veces es así de simple.
España jugó con mayúsculas porque realmente se dedicó a eso, a jugar. Jugó como juegan los niños en el patio del colegio o en la calle, con ganas de divertirse. Sin miedo. Sin mirar el retrovisor. Sin reloj. Sin complejos.
Jugaron los veteranos y jugaron los jóvenes. Solo el balón dictó jerarquías, como lo hace en el fútbol de barrio, el que se juega hasta las tantas por puro placer mientras tu madre te grita por la ventana. Hay que volver a casa. La cena ya está en el plato, pero tú quieres seguir jugando.
Entre subir a cenar o seguir jugando, los muchachos de Luis de la Fuente eligieron seguir jugando. Porque el fútbol, al fin y al cabo, es eso; un juego. Se nos olvida demasiado a menudo
Entre subir a cenar o seguir jugando, los muchachos de Luis de la Fuente eligieron seguir jugando. Porque el fútbol, al fin y al cabo, es eso; un juego. Se nos olvida demasiado a menudo.
Se le olvidó también a la mayoría de las selecciones que jugaron el torneo: frente a la agonía, el sufrimiento (o simplemente el tedio) del resto, España fue un equipo lúdico, divertido, infantil en el mejor sentido de la palabra. También un poco inconsciente: hay que serlo para destacar y escapar de tanta mediocridad.
Campeonó desde el banquillo un tal Luis de la Fuente: pocos creían que fuese él, precisamente él, quien devolvería a la selección a lo más alto. Un entrenador sin marketing, sin redes sociales y sin ínfulas. Demasiado normal para los tiempos que corren. Demasiado sensato entre tanto inventor del fútbol. Sencillo, discreto y natural. La única medalla que se colgó fue la que le entregó el presidente de la UEFA cuando España ya era campeona de Europa.
El camino de España hacia el título fue tan duro como gratificante: nunca nadie había ganado todos los partidos de una Eurocopa. Nunca nadie había tenido que dejar en la cuneta a todas las selecciones europeas que alguna vez han sido campeonas del mundo: Italia en la fase de grupos, Alemania en los cuartos, Francia en la semifinal y para redondearlo, Inglaterra en la final.
Imposible imaginar una ruta tan ardua y a la postre, tan placentera.
El camino. El camino ya es inolvidable.
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Fotografía de Getty Images.