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David Silva, un disparo con silenciador

La sonrisa comedida. El flequillo normativo. La estatura justa. La voz decaída, casi un suspiro. Pero un talento abismal. Se retira David Silva

david silva
MANCHESTER, ENGLAND - OCTOBER 03: during the UEFA Champions League Group D match between Manchester City and Borussia Dortmund at the Etihad Stadium on October 3, 2012 in Manchester, England. (Photo by Alex Livesey/Getty Images)

En un Valencia que vivía a toda pastilla, rompió el cerrojo del establo para que Juan Mata y David Villa cabalgaran libres. En el primer Manchester City que levantó la Premier, enfrió el champán para que Sergio Agüero y Touré Yaya tuvieran algo con lo que brindar. En la mejor selección española que se ha visto, puso las comas en los monólogos de Xavi Hernández y Andrés Iniesta. Y así siempre. A un margen del plano. La sonrisa comedida. El flequillo normativo. La estatura justa. La voz suave y decaída, casi un suspiro. Pero un talento abismal. Si el fútbol fuera una fiesta que acabara de madrugada, David Silva sería el amigo que pondría el coche y solo pediría Coca-Colas en la barra. El primero en levantarse de la mesa para recoger los platos. El único niño de la clase que pide permiso para abrir la boca. La brisa fina que presagia la tormenta. Un disparo con silenciador, que aunque parezca que duela menos, mata igual. Manejaba el balón con la destreza con la que un mago baraja las cartas. Parece sencillo, pero inténtalo en tu casa, chacho. No daba pases: envolvía regalos. No le pegaba a la pelota, la soplaba, como si tuvieran que salir burbujas. A veces la cogía, se la llevaba a una banda y empezaba a hacerles el lío al extremo y al lateral del rival, en plan Charles Chaplin escapándose de los guardias de la fábrica. En sus eslalons no había música de fondo. Jugaba a capela. Tratar de robársela era como querer tocar un pez con la mano. Ni en tus mejores sueños. Su carrera pasó por delante de nuestros ojos como un coche de policía con las luces apagadas. Podíamos reconocer que no era un futbolista normal, pero tampoco es que nos fuera a salir el corazón por la boca. Nunca hubo un equipo, sin embargo, que no compitiera mejor con él en el campo. Hay días en los que te levantas espeso, con un montón de nubes en la cabeza, te tomas una pastilla y se te pasa. Eso era Silva para sus entrenadores y compañeros: un antídoto contra el abatimiento. De Raymond Carver se dice que suyos son algunos de los mejores cuentos de la historia de la literatura contemporánea. Su estilo crudo, palpitante, ni una palabra de más en la frase, coge a los lectores por el brazo y ya no los suelta hasta el final. Se dice, también, que parte del mérito radicaba en la persona que editaba sus textos, porque conseguía podarlos lo suficiente para que alcanzaran esa exactitud que solo poseen los cuentos perfectos. Silva, durante dos décadas, ha hecho lo mismo con el fútbol: pasar el trapo hasta que la jugada quedase brillante. Es fácil, solo que imposible. 

 


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Fotografía de Getty Images