Si el fútbol fuese sólo ese territorio soñado de infancia y barrio, Arnaldo Ariel Ortega hubiera sido Balón de Oro. Pero los profesionales viven sometidos al negocio y la disciplina. A veces tienen que irse de su país. Ahí se complican las cosas. “Cuando me fui, se me hizo un quiebre. Me entristecí”. Son palabras de un poeta maldito; genio en su ecosistema pero jibarizado lejos de sus fronteras emocionales. Ortega, apodado ‘Burrito’ porque a su padre lo llamaban ‘Burro’, fue el rey de la gambeta, uno de esos regateadores que sólo necesitan un movimiento de cadera para cautivar a la grada. Fue un ‘jugón’ criado en la remota provincia de Jujuy, donde Argentina se funde con Bolivia. Allí, en su pueblo -Libertador General San Martín- ya demostró que vivía en otro mundo: debutó en las filas de Atlético Ledesma, en un derbi ante Deportivo Alberdi que los capitanes de ambos equipos habían amañado. A sus 14 años, salió y marcó. “Me extrañó porque nadie me vino a abrazar”, contó después.
Aún de adolescente lo fichó River, el club de su vida. Salió campeón recién aterrizado en el primer equipo y gracias a los capitanes cobró la prima de campeón en un sobre. “Me metí el sobre en los calzoncillos. ¡24 horas de autobús y no me atreví ni a mear!”.
A los 20 años, Alfio Basile se lo llevó al Mundial de Estados Unidos, donde compartió habitación con Maradona. “No veía ni la tele, sólo miraba a Diego”
A los 20 años, Alfio Basile se lo llevó al Mundial de Estados Unidos, donde compartió habitación con Maradona. “No veía ni la tele, sólo miraba a Diego”. Acabaría heredando la ’10’, con la que vivió uno de sus tragos más amargos, cuando en Francia’98 fue expulsado en cuartos ante Países Bajos por un cabezazo a Van der Sar. Cuatro años después, fue el primero en consolar a su seleccionador tras la prematura eliminación argentina en Corea-Japón’02. “Entré al vestuario y oí a alguien llorar. Era Bielsa. Nos abrazamos sin decir nada”.
Agridulce fue su paso por el Valencia, en 1997: empezó bien, pero cuando Ranieri sustituyó a Valdano en el banquillo, su magia se apagó. Se fue a Italia (Sampdoria y Parma) y luego firmó con el Fenerbahçe un contrato que no respetó: huyó de Turquía y la FIFA lo castigó cuatro meses sin jugar.
Lo rescató Newell’s, y Ortega también salió campeón. Volvió a River para firmar el epílogo de su carrera subido en una montaña rusa: ganó el Clausura, pero se peleó con su entrenador, Diego Pablo Simeone, que no toleró su vida nocturna.
Este texto está extraído del #Panenka129, que sigue disponible aquí
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