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Gigi Riva y la venganza de los pastores y los bandidos

Este reportaje está extraído del #Panenka76, un monográfico sobre los 70 que sigue disponible aquí


 

”Joder, esto es África”.

Pero no, era Cerdeña. El pequeño avión de Alitalia había salido de Milán, realizando paradas en Génova, primero, y en el puerto del Alguer, después. La última estación: Cagliari, la capital sarda. “Estaba deprimido. Nada más llegar, me llevaron al campo de fútbol, el viejo Amsicora, y casi no había césped. Todo seco, pelado. Así que le dije a Lupi que me sacara de allí. Él me dijo que aguantara unos días. Y bueno, los compañeros de equipo eran buena gente… Y me quedé”. Luigi Riva tenía 19 años cuando llegó por primera vez a Cagliari. Lo hizo en 1963, acompañado por Luciano Lupi, su entrenador en el Legnano. Lo habían vendido sin su permiso y él confiaba en poder evitar ese destino. “Cerdeña tenía entonces muy mala fama. Y sí, en el avión le dije a Lupi que aquello era África, que no me quedaría allí ni loco. Cosas de la vida, ahora soy un sardo más”, aseguraba a Panenka a los 73 años.

Siete años después, en 1970 y con Gigi Riva como máximo goleador, el Cagliari ganó la liga. En pocos años, el club sardo pasó de los campos de tierra de tercera a disputar la Copa de Europa. De los derbis con la Sassari Torres a derrotar a la Juve. “En marzo de 1963, después de derrotar a España en Roma en un partido de juveniles con la selección, mi entrenador en el Legnano me dijo que me habían vendido. Yo pensé que al Bolonia, pues había visto en La Gazzetta que me seguían. O al Inter, que era el equipo del que era hincha. Pero no: me traspasaron al Cagliari. Fue como si me pegaran un tiro, no me parecía un buen destino”, admitió Gigi Riva, que acabaría defendiendo la camiseta de este club desde 1963 hasta 1976, descartando ofertas millonarias. Vivió hasta el final en Cagliari, donde fue designado ‘hijo predilecto’ de la ciudad. “No fue solo el primer Scudetto del Cagliari. Fue el primer Scudetto de un equipo del sur en una época en la que los inmigrantes sureños sufrían racismo en el norte, donde en las puertas de sus ciudades se colgaba el cartel ‘No se alquila a meridionales’. Un período en el que decir ‘te mando a Cerdeña’ era una forma de mandar a la gente a un sitio terrible”, explica el escritor Marcello Fois. Cuando el Cagliari ganó la liga, el periodista Gianni Brera escribió que “finalmente, Cerdeña se ha integrado en el Estado italiano”. Antes, era como si fuera otro mundo, una colonia invadida y sin encajar.

 

Cuando el Cagliari ganó la liga, el periodista Gianni Brera escribió que “finalmente, Cerdeña se ha integrado en el Estado italiano”. Antes, era como si fuera otro mundo, una colonia invadida y sin encajar

 

UN TÍTULO INSPIRADOR

El 30% de la población de Cerdeña era analfabeta en los 60. “En algunos sitios parecía un estado feudal”, defiende el historiador Gian Giacomo Ortu. La isla, que aún registraba casos de malaria, era noticia sobre todo por sus bandidos, que secuestraron a más de 100 personas, algunas tan famosas como el cantante Fabrizio de André. “En los 70 era normal que mucha gente siguiera el codice barbaricino, un código de honor que fomentaba la venganza y que estuvo arraigado durante siglos a la isla”, explica Ortu. “Nos llamaban campesinos y bandoleros, nos insultaban mucho cuando jugábamos fuera de Cerdeña”, recuerdaba Riva, quien, poco a poco, se acabó identificando con esa tierra. “En los 70 aún había pueblos sin luz. Se trabajó muy duro para poder avanzar, en parte gracias al turismo, en parte gracias a la industria. Por eso fue importante ese Scudetto. Este equipo nos inspiró a todos”. Efisio Corrias anotó estas palabras en sus memorias. Corrias era el presidente del Cagliari en 1970. Y aún más importante, el presidente de la región, de Cerdeña. “Detrás de los grandes equipos del norte hay grandes empresas. Si quieres un buen equipo, necesitas dinero, empresarios e industria”, razonaba en una entrevista en 1971.

“Yo venía del norte. Mi padre había vivido tres guerras. Y falleció cuando yo era un niño en un accidente laboral. Luego falleció de enfermedad mi madre. Y el fútbol me sacó de un destino en una fábrica de ascensores. Tenía que ganar dinero para la familia, así que no pude negarme cuando me vendieron al Cagliari”, rememoraba Riva, quien jugaba en tercera en el Legnano, cerca de Milán, cuando lo descubrió Andrea Arrica, el ‘arquitecto’ de ese Cagliari de los milagros. Arrica lo firmó sin pedir permiso a la directiva sarda, pues sabía que el Bolonia también andaba interesado. Fue un acierto. Después fichó a los Nené, Albertosi, Domenghini o Brugnera. Y poco a poco, el equipo se convirtió en una potencia. “En esos años, los jóvenes sardos iban al norte a buscar trabajo. Y él fichaba a jugadores del norte para que jugaran en Cerdeña. En el mismo vuelo de vuelta”, bromea Marcello Fois. Algo se estaba moviendo en la isla.

 

Cagliari y Cerdeña no tenían buena fama en la Italia de finales de los 60. Hasta que llegó Luigi Riva y cambió su destino

 

En 1962, el Cagliari ascendió a la Serie B. Ese mismo año, un grupo de empresarios italianos y extranjeros, uno de ellos Karim Aga Khan, sucesor de una saga de millonarios de origen iraní, compraron tierras cerca de Olbia para crear el primer complejo turístico de la Costa Esmeralda. Un año más tarde, el del fichaje de Riva, el gobierno autonómico aprobó un plan de crédito para nuevas industrias. Y en 1964, el Cagliari ascendió a la Serie A por primera vez en su historia. “La primera vez que me percaté de lo que significaba vivir en una isla fue cuando, de niño, me llamaron mis primos de Milán y me dijeron que tenían el álbum Panini con los cromos del Cagliari. En mi casa tardaron semanas en llegar”, recuerda Fois.

El ascenso sorprendió a muchos, pues el Cagliari era un club muy modesto. “Me colgaba de la parte posterior del tranvía para no pagar, pues no tenía carnet”, recuerdó Gigi Riva. “Compramos un Fiat 600 con Cera y Capellaro, y para practicar, daba vueltas al campo de fútbol, que tenía una pista de atletismo. Hasta que el instructor me dijo que si metía un gol el domingo, me daría el carnet sin examen. Y en Verona metí dos. Así que me puse a conducir”.

 

“Cuando me traspasaron al Cagliari fue como si me pegaran un tiro”, reconoce Gigi Riva, que acabaría defendiendo la camiseta de este club desde 1963 hasta 1976

 

El Cagliari sufrió en la élite pese a los goles de Riva, bautizado por Gianni Brera como “rombo di tuono” (caja de truenos) por su fortaleza física. Para mejorar el proyecto deportivo, en 1967 llegó el entrenador Manlio Scopigno. Aunque el problema real era la falta de dinero, pues había que pagar vuelos cada dos semanas y concentraciones de muchos días. Ese mismo año, el club decidió vender a Riva. “Yo no me quería ir, pero las deudas no dejaban al club otra opción”, recuerda el exjugador. Más de 10.000 personas se manifestaron en contra de esa operación y el club se asustó. El presidente de la época, Enrico Rocca, no tenía muy claro cómo salir del embrollo y se reunió con Efisio Corrias, que entendió el poder del fútbol. Corrias garantizó el apoyo del gobierno regional para transformar el club en una Sociedad Anónima, convenciendo a empresarios de la isla para entrar en el accionariado. En 1968, el mismo Corrias asumió la presidencia. Y uno de los empresarios que puso dinero fue, curiosamente, el presidente del Inter, Angelo Moratti, que quería invertir en las refinerías de Marroch. Moratti puso dinero y negoció una operación con Corrias: Boninsegna ficharía por el Inter y a cambio llegarían tres jugadores al Cagliari: Domenghini, Poli y Gori. Los tres serían claves para que el equipo del sur ganara la liga…por delante del Inter. “Aquel era un equipo lleno de descartes de equipos grandes… Y Riva arriba”, lo define Fois.

Pero Gigi admitía que aquel título no fue nada fácil: “Los arbitrajes fuera de casa siempre fueron malos. Y nos insultaban todo el partido. La imagen que tenía la gente de Cerdeña era la de los bandidos. ¿Pero qué sabían ellos? El bandido robaba porque era pobre y tenía hambre. Aquel menosprecio constante nos dio fuerza”, confiesa. “Cada vez que jugábamos en Milán, Turín o Brescia, llegaban decenas de autobuses con hinchas sardos que venían de Suiza o Alemania. Trabajaban allí, buscando una nueva vida. Y pasaban horas en la carretera para ver a su Cagliari. Y si ganábamos, esa gente volvía a casa con la cabeza alta. Y les decían a sus vecinos que, por primera vez, su equipo era líder”, admitió el portero Albertosi en los actos de celebración de los 50 años de ese scudetto. El buen rendimiento del Cagliari permitió que seis de sus jugadores disputaran el Mundial de 1970: Albertosi, Niccolai, Cera, Domenghini, Gori y, cómo no, Riva. Italia fue subcampeona contra la Brasil de Pelé, jugador que en 1972 visitaría Cagliari con el Santos.

LEGADO EMOCIONAL

Una de las claves del éxito de aquel equipo fue su técnico. Scopigno era un tipo diferente. Licenciado en filosofía, no brilló por introducir novedades tácticas, pero sí logró gestionar a sus jugadores de una forma un tanto extraña. Sus métodos incluían plantar un cartel detrás de la línea de fondo donde ponía ‘Aquí acaba el campo’; entrenar solamente por la tarde sin preguntar qué hacían de noche los jugadores o bromear sobre su gran pasión: dormir. En más de una ocasión, se había quedado frito en el banquillo. Cuando el Cagliari derrotó al Bari y se convirtió en el primer club del sur en ser campeón de Italia, a Scopigno le preguntaron en directo por cómo se definiría a sí mismo. “Como uno que tiene sueño”, respondió. Su Cagliari dejó para siempre la duda de si pudo llegar a ganar más títulos, pero en 1971 Riva sufrió una lesión muy dura en un partido con la selección en Austria. Sin sus goles, el club no pudo defender el título y fue apeado de la Copa de Europa por el Atlético de Madrid. “En 1969 la Fiorentina nos ganó la liga por poco. Seguramente no creíamos que podíamos ganar. En 1971, la lesión de Riva nos dejó directamente sin opciones”, explicó Albertosi.

Pero ese equipo, pese a que ni un solo miembro de la plantilla era nacido en Cerdeña, dejó un legado. “La gente ahora no puede imaginar lo que significó aquello. Una vez me llevaron a un pueblo cerca de Nuoro. Y visitamos a una anciana que debía tener más de 90 años. Pues bien, tenía un altar repleto de santos y, en medio, mi foto. Le preguntaron por eso y ella, en sardo, pues no hablaba italiano, dijo que la tenía porque sabía que aquella persona era buena. ¿Cómo podía dejar ese equipo? Cada año pude fichar por la Juve. Pero prefería seguir en Cagliari”, se emociona Luigi Riva.

 

Gracias a ese Scudetto, para muchos italianos, los sardos dejaron de ser bandidos. Aunque estos siguieron existiendo

 

Gracias a ese Scudetto, para muchos italianos, los sardos dejaron de ser bandidos. Aunque estos siguieron existiendo. Con el paso de los años, circuló la leyenda de que en las gradas del viejo estadio de Amsicora, el famoso bandido Graziano Mesina, conocido como ‘Grazianeddu’, presenciaba los partidos de su Cagliari. Y era cierto. “Me empezaron a llegar cartas en casa firmadas por él en las que me decía cosas como que vendría a ver el partido, deseándome suerte”, contaba Riva. “Lo comenté con el capitán, Cera, y me dijo que quemara las cartas. Y así lo hacía. Nadie más lo supo, aunque siempre que volvía a los vestuarios en los partidos de casa miraba en la grada por si lo veía. Años más tarde, lo dejaron ir de la cárcel y nos conocimos. Me dijo que sí, que en ocasiones venía disfrazado. Aunque el año del scudetto no pudo, estaba preso”. Otro jugador, Corrado Nastasio, contó cómo centenares de personas se reunían en los bares para escuchar por la radio el juicio a Mesina. “Para el pueblo era una héroe”, recordaba Nastasio, quien contó otra anécdota de ese Cagliari. “El día que ganamos la liga detuvieron a dos fugitivos en las puertas del estadio. Querían asistir al encuentro. Riva se enteró y negoció con los carabineros para que pudieran ver el partido. Lo hicieron, pero esposados. Al final del choque, los carabineros les acompañaron a los vestuarios para que los conociéramos. Nos saludaron contentos y luego se los llevaron a la cárcel”.

Graziano Mesina, que se intentó escapar en 22 ocasiones de la cárcel y cometió centenares de crímenes, acabó trabajando de guía turístico y dando entrevistas. En una de ellas contó que en la cárcel, cuando se reían de los sardos, estos respondían recordando que habían ganado la liga. Y si seguían las burlas, entonces él les decía que estaban hablando con el famoso Grazianeddu. Y se acababan las bromas.

 


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Fotografía de Cordon Press.

Toni Padilla

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