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Antony era un meme

Lo de Antony no ha sido una simple historia de redención. La suya es, con toda probabilidad, una de las cesiones de invierno más productivas que se han visto nunca en el fútbol español

Antony

Antony era un meme.

Como la niña que ríe durante el incendio.

Como el chico que se gira paseando con su pareja.

Como el cambio de opinión de Drake en Hotline Bling.

Como el vacío existencial del entrañable Harold.

Su doble vuelta sobre sí mismo ante el desconcierto de Old Trafford es un documento tan hiriente, tan definitorio, que nos prometimos no perdonárselo jamás.

Hay un mantra que dice que disfrutamos viendo a los jugadores torcerse. Que los juguetes rotos nos igualan y nos tranquilizan. Validan nuestras profecías (“se veía venir”) y sacian esa envidia tóxica y odio visceral que masticamos a diario en cualquier red social (pero sobre todo en una). Antony era un chico prometedor que cambió Ámsterdam por Mánchester a cambio de una millonada. Pero en el Teatro de los Sueños le dieron un papel equivocado: ni proyecto ni feeling ni rendimiento. El clímax llegó con esa acción inocua, plana, vacía y desesperada que entre todos decidimos convertir en una condena digital irreversible. Antony abría el móvil y le recordábamos que no había salida en aquel errático movimiento circular.

Es curioso porque no hace mucho los jugadores que habían perdido la brújula solían encontrarla en el Sánchez-Pizjuán; hoy es en el Benito Villamarin donde se cocinan las segundas oportunidades. Eso lo decimos ahora, claro, porque cuando se oficializó la llegada del brasileño al Betis volvimos a buscar el meme para tirárselo a la cara, como si fuera un apestado.

 

Antony juega para despegarse de su pasado, como si un enjambre de abejas lo persiguiera en cada momento

 

Hoy podemos afirmar que la suya no ha sido una simple historia de redención. La suya es, con toda probabilidad, una de las cesiones de invierno más productivas que se han visto nunca en el fútbol español. Un relato conmovedor, una tragedia a la inversa. A nivel personal, se ha ganado el cariño de jugadores y aficionados, algo que probablemente necesitaba más que volver a celebrar un gol. Pero es que en lo futbolístico, sobran las palabras: ha llevado al club verdiblanco a su primera final europea y con sus acciones mantiene viva la lucha liguera por jugar la próxima Champions.

Quienes por encima de los resultados celebran la belleza, la conexión con Isco vale mucho más que todo esto. Verlos correr por el césped es recordar que tú también tuviste un mejor amigo. Se buscan, se entienden, se conocen. Frenan, aceleran y vuelven a frenar. Como dos enamorados picoteándose los labios en un banco.

El partido de ayer fue otra exhibición del extremo brasileño. Ha conseguido que sus actuaciones dejen de medirse únicamente por los regates, los goles o las asistencias. Antony juega para despegarse de su pasado, como si un enjambre de abejas lo persiguiera en cada momento. Lo sabe él y lo sabemos todos. Hasta los rivales. El capitán de la Fiorentina, Luca Ranieri, trató de provocarlo con aspavientos, palabras y carcajadas exageradas. Pero no es tan fácil sacar de sus casillas a quien ha perdido el tablero y las fichas, a quien le robaron el fútbol y la alegría.

Cuando el árbitro pitó el final, el brasileño rompió a llorar.

Sus lágrimas no se harán tan virales como las jugadas que no hace tanto buscaban ridiculizarlo.

 


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Fotografía de Getty Images.