Fue en setiembre de 2014 cuando un numeroso grupo de futbolistas profesionales formalizaron una demanda contra la FIFA. El motivo de ésta no era otro que la decisión del organismo internacional que obligaba a que el Mundial de Fútbol Femenino de Canadá 2015 se jugara en césped sintético. Lo cierto es que la acusación que hicieron las afectadas causó el revuelo mediático que se esperaba pero no consiguió despeinar siquiera a ningún miembro de la FIFA, que siempre dio la espalda al Mundial ‘en condiciones normales’ que se les pedía. En total, resultaron seis meses de protestas en vano, ya que las chicas acabaron retirando la demanda, cansadas de esperar una reacción que nunca llegó. Ahora bien, si el caso sirvió para algo, fue para conocer de cerca el carácter de Abby Wambach, la que fuera la cara más visible de esa protesta, quien capitaneó y dirigió cada movimiento a favor de un trato justo y equitativo.
Así, quien se ponía en la primera línea de batalla sin ningún miedo a las repercusiones que podía tener para su carrera profesional, no era otra que ella, la estadounidense de 34 años que en 2013 se había convertido en la máxima goleadora de selecciones (hombre o mujer) de la historia. Alguien que preparaba ese Mundial de Canadá con especial ilusión porque, en realidad, solo ella sabía que ese evento tenía que ser una despedida por todo lo alto. Su despedida. El caso es que Abby nunca tuvo pelos en la lengua, lo dejó claro en ese ‘rifi-rafe’ legal con la FIFA y lo había hecho otras tantas veces a lo largo de su carrera. Porque, al fin y al cabo, cuando tuvo lugar la protesta femenina contra el desordenado y dudoso organismo internacional, Abby ya era una heroína en Estados Unidos. No solo por su manera de ser sobre en el campo (una killer incontestable y una líder de los pies a la cabeza) sino también por su presencia fuera de él.
Abby logró ser mucho más que futbolista. Se transformó en un icono. “Ese icono al que nunca quisiéramos que nuestros hijos se le parecieran, pero que tanto necesitamos”, así fue como le describió en una ocasión una periodista de SBnation, una publicación norteamericana. Como estandarte del fútbol femenino en Estados Unidos –que tiene su máxima expresión en la selección nacional– no solo ganó el premio a la mejor futbolista de 2012 (lo que equivale al Balón de Oro masculino), sino que sembró con los años una reputación en la vida pública de Estados Unidos. Con ella, se vio capaz de plantar cara a la FIFA cuando ésta tomó una decisión que a su parecer menospreciaba al colectivo femenino, no dudó en cargar abiertamente contra Jurgen Klinsmann por su política de captación de talentos para la selección masculina y se erigió delante de las cámaras de los ESPY Awards para lanzar un discurso a favor de la aceptación de los transexuales para hacer la sociedad norteamericana un sitio mejor en el que vivir. El discurso que lanzó esa noche, sin duda, es algo que nos cuesta imaginar haciendo a cualquier deportista español, sea hombre o mujer.
El discurso que lanzó esa noche, sin duda, es algo que nos cuesta imaginar haciendo a cualquier deportista español, sea hombre o mujer.
Más allá de todas las veces en las que Wambach huyó de la faceta modélica de quien se dedica exclusivamente a jugar a fútbol, no hay que olvidar que la delantera, con un físico envidiable de 1metro y 80 centímetros de altura sigue siendo hoy en día la jugadora que más goles ha anotado para su selección, femenina o masculina. En total han sido 184 en 252 apariciones, aumentando su repercusión por los momentos clave en los que la de Nueva York marcó la diferencia en fases finales de Juegos Olímpicos y Copas del Mundo. Precisamente, en el último Mundial, que pilló a la estrella con 35 años y “mucho más lenta de lo normal”, tal y como ella misma asumió, fue cuando Wambach demostró haberse convertido en un ejemplo mucho más allá del terreno de juego. El rol secundario que asumió de buen grado la goleadora ponía de manifiesto su claro objetivo de levantar esa Copa del Mundo en Canadá, la única que faltaba en su palmarés. Así, y cuando Estados Unidos apabulló a Japón en la final del pasado mes de julio, Wambach supo que era el momento de retirarse. Para culminar la celebración del título, o más bien empezarla, Abby corrió hacia la grada para darle un beso a su mujer, capítulo que fue comentado hasta la saciedad por la prensa amarilla norteamericana. Pese a ello, la respuesta de Wambach no dio pie a mucha réplica: “Yo nunca estuve en un armario, así que nunca tuve que salir de él”, sentenció.
Después de anunciar su retirada, la cual ha marcado un antes y un después en la historia de la selección femenina de Estados Unidos, Wambach, que siempre fue más que futbolista, se ha fijado un nuevo objetivo: formar parte de la FIFA. Sí, de la FIFA, la misma que demandó hace apenas un año, la misma que vive la peor crisis en cuanto a corrupción que se le recuerda al organismo. Según la americana, nada va a cambiar si en el propio organigrama internacional no hay más mujeres luchando y hablando en términos de igualdad y justicia en el deporte rey (actualmente menos del 1% de los votantes son mujeres). “Dudo que ellos me quieran allí, no pienso ser una mujer fácil en el comité”, declaró hace dos semanas. “Imagino que mi fama de no saber callar lo que pienso no gustará demasiado a la federación, que tanto necesita arreglar su situación actual”, añadió. A sus 35 años y siendo la futbolista más determinante de la historia de la selección de los Estados Unidos, Wambach abandona para siempre el terreno de juego pero sigue hablando con la misma determinación con la que enviaba balones al fondo de la red.