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Una ilusión que no puede amputarse

Actúan como selección nacional, pero no reciben apoyo económico de ningún organismo público. Por ello, no se pueden permitir disputar el Campeonato Europeo

Este artículo, firmado por Roger Requena, fue publicado originalmente en la web de Highbury, socio digital de Panenka.


Ninguno de ellos pudo elegir su destino. Ninguno de ellos, sin embargo, quiere que el mismo les impida realizar sus sueños. Son la selección de fútbol española de amputados, un grupo de una veintena de chicos a los que la vida les arrebató una pierna, pero no sus ilusiones. Sus vidas han ido ligadas al fútbol, un deporte al que todos ellos siguieron desde muy pequeños, del que ni una amputación ha conseguido alejar. Formados desde 2014 bajo el amparo de una asociación (Asociación Española de Fútbol para Amputados), estos hombres llevan meses esforzándose para que su lucha no sea en vano. Una lucha durante años que está siendo dura pero silenciosa, y que a duras penas está siendo escuchada por las altas esferas que dirigen el fútbol español.

Sin apoyo público

Su reivindicación pasa porque la Real Federación Española de Fútbol o el Comité Paralímpico Español los acojan y, así, pueda haber deportistas españoles amputados jugando al fútbol como los hay en otros deportes. A diferencia de otros países, no disponen de apoyo público, un hándicap que está dificultando su participación en el Campeonato Europeo que se disputará en Estambul el próximo octubre: necesitan 10.000 euros para pagar la inscripción y los gastos derivados (alojamiento, desplazamientos y comida), y en el último mes, su proyecto de crowdfunding lleva recolectados cerca de 5.000, suficientes para pagar el coste justo exigido por la organización. Antes del 14 de abril tuvieron que pagar cerca de 2.000 euros, y con ello se aseguraron poder participar en la competición.

Pero vayamos al principio. La AEFA nació gracias a dos reportajes de TV3 y Canal+ que dieron a conocer las historias de Zacaries Oualid y Maikel Balmaseda, un catalán y un vasco que sembraron la semilla que es hoy un equipo que actúa como selección nacional. “Mi sueño siempre fue ser futbolista. Aparte de las condiciones en las que me encontraba, nunca dejé de jugar al fútbol, hasta que un día me planteé crear un equipo de jugadores con las mismas condiciones que yo”, relata para Highbury el propio Zacaries. Natural de la Garrocha, al norte de Cataluña, Oualid puso la casa rural de sus padres a disposición del equipo para celebrar ahí su primera concentración. Vinieron jugadores de todos los rincones de España, para entrenar, conocerse y empezar a trazar las líneas maestras de un proyecto lleno de ilusión, pero también de dificultades.

“Primero montamos algunos partidos contra cadetes, y luego decidimos montar la Asociación”, recuerda Balmaseda, que empezó a jugar a los 7 años, pero al que un accidente laboral con 30 obligó a retirarse. Pensó que ya había vivido sus últimos partidos, que su retirada ya era definitiva, pero encontró otro camino para volver a las canchas. La AEFA empezó disputando algunos amistosos contra rivales ya constituidos como Francia (a quien derrotaron en Gallarta, Vizcaya, ante 2.000 espectadores), Inglaterra, Italia o Polonia, y siguió su camino participando en torneos como un triangular disputado en Olot o el MIC Integra (torneo que ganaron en 2014). La dispersión de los jugadores por todo el territorio español y el hecho de ser una Asociación no subvencionada, les exigía tener que costearse ellos mismos sus propios desplazamientos y concentraciones para poder disputar los respectivos partidos y torneos. Avanzaban a nivel futbolístico, pero no a nivel burocrático.

“No pedimos un millón de euros, solo que nos ayuden”, reclama

“Reunirnos una semana para entrenar nos cuesta unos 4.000 o 5.000 euros. Yo soy profesor de educación física y veces puedo poner de mi bolsillo, pero hay otros jugadores que tienen situaciones económicas complicadas, no tienen trabajo y no podemos estar en esta situación”, se suma Marcos González, capitán de la selección que perdió una pierna hace 25 años en el colegio. Hoy, solo se quita su prótesis para jugar al fútbol. “En tres años habremos reunido unos 10.000 euros que hemos gastado en concentraciones”, aporta Balmaseda, quien, como sus compañeros, ha tenido que mover cielo y tierra para encontrar apoyo económico que les permitiese seguir con este proyecto. “Al principio tocamos varias puertas, la de la Federación Española de Deportes para Discapacitados, el CSD, la RFEF, mandamos mails, les llamamos, pero siempre se nos daban largas”, lamenta Marcos, poniendo en relieve la falta de atención por parte de todos los organismos públicos, que se limpian las manos y se van pasando la pelota de unos a otros.

Y es que todo el apoyo económico que han recibido ha venido desde el ámbito privado. Primero, con empresas locales que les ayudaban a organizar los partidos amistosos en las ciudades donde cada uno trabajaba o vivía. Luego, con otras empresas que se han unido al proyecto sobre la marcha. Las últimas en apoyarles, Orliman, Transportes Tresserras y Soccerball, entidades que acogieron con los brazos abiertos el sueño de estos futbolistas amputados y les dieron un pequeño empujón económico. “Nuestro gran problema es que, institucionalmente, no nos ayuda nadie. No somos una máquina de hacer dinero como el Barça o el Madrid, y no interesamos”, añade Zacarías, que lamenta que la Federación Española tenga dinero para algunas cosas y no quiera destinar una mínima partida para ellos. “No pedimos un millón de euros, solo que nos ayuden”, reclama. “Cuando hacemos concentraciones, vamos a albergues y nos cocinamos nosotros, no pedimos hoteles ni viajes en primera”, suma Marcos, para quien el problema va más allá de lo meramente económico: “Hasta que no se valore igual un esfuerzo mío o de una persona con discapacidad con otro deportista, nunca seremos iguales”.

“Hay regates, disparos, jugadas bonitas y valores como el sacrificio, el esfuerzo o la competición. Nos sentimos jugadores de fútbol igual que cualquier otro”

El agravio comparativo con otros países es más que significativo. “Los polacos tienen una ayuda de 90.000 euros anuales, y los turcos de 600.000. Lo que no se gastan en un año, lo mantienen para el siguiente”, aporta Balmaseda, quien se daría por satisfecho con una ayuda de entre 15.000 y 30.000 euros anuales. “Para la Federación Española de Fútbol me parece incluso poco”, retoma el jugador vasco. “Quizás nadie con la importancia o peso necesario se ha enterado de nuestro caso”, anota Marcos. No les falta razón. La misma RFEF repartió 300.000 euros en 2012 a cada uno de los jugadores de la selección de fútbol que ganó la Eurocopa de Ucrania y Polonia. Dos años más tarde, prometió primas de hasta 780.000 euros por cabeza, las más altas de todo el campeonato. “Es una pena porque cuando hemos ido a competiciones, como una que organizó Polonia, quedamos terceros. Cuando hemos jugado contra Turquía, la campeona de Europa, o Rusia, la campeona del mundo, la diferencia no ha sido tan grande”, aporta Zacarías. El gerundense también lamenta el cansancio que siente el equipo después de tantas promesas incumplidas que les impiden progresar: “Si no podemos competir, no podremos mejorar más”. “Estamos representando a un país gratuitamente”, reflexiona Balmaseda.

Un fútbol intenso y exigente

La diferencia principal entre estos equipos no radica tanto en la técnica como en la propia preparación. “Hay diferencia porque ellos tienen una liga interna y compiten con regularidad. Nosotros entrenamos cada uno por nuestra cuenta, y solo competimos cuando nos juntamos. Aún así, les plantamos cara a selecciones potentes”, añade el jugador catalán, quien lamenta que, si tuvieran más regularidad a la hora de poder entrenarse, podrían hacer “algo bonito e importante”. La falta de recursos, que les ha privado en los últimos meses de verse con una mayor asiduidad, ha puesto en peligro su preparación, y en determinados momentos también su ilusión. “Para la mayoría de nosotros el fútbol lo representa todo. En algún momento esas ilusiones de nuestras vidas se han visto un poco truncadas, pero cuando nos enteramos de la posibilidad de competir con personas con las mismas capacidades que nosotros, para mí eso supuso todo”, se sincera Marcos, cuyo sentir es idéntico al del resto de compañeros del equipo.

“Cuando no juego contra mis amigos, juego con la sensación de que das lástima, de que no te quieren entrar, y no se trata de eso. Cuando juegas un partidos contra discapacitados, esa sensación no la tienes, todos van al 100%”, añade el capitán, sorprendido con el nivel que encontró en el equipo en sus primera concentración. Juegan a fútbol 7, con seis jugadores con muletas y un portero con un sólo brazo hábil. No existe el fuera de juego, y la intensidad y nivel competitivo de sus partidos sorprenden a los espectadores que acuden a verles en acción. “Hay regates, disparos, jugadas bonitas y valores como el sacrificio, el esfuerzo o la competición. Nos sentimos jugadores de fútbol igual que cualquier otro”, cuenta Balmaseda. En su fútbol hay contacto, entradas y disputas, y aunque ellos ya estén acostumbrados, sufren un esfuerzo añadido al tener que hacer recorridos con muletas que obligan a los brazos y al único tobillo disponible a sostener el peso de todo el cuerpo. La espalda y los gemelos también terminan muy cargados.

El cansancio físico, sin embargo, es el menor de sus problemas. Les preocupa la desmotivación generada por la falta de ayudas, y su voz es unánime cuando se trata de resaltar los valores que transmiten a la sociedad. Lo constata Marcos: “A los niños a los que imparto educación física les cuento mi historia, saben los valores implícitos: que no tengan prejuicios, que las apariencias engañan. Las cosas se consiguen con mucho esfuerzo y constancia, que nadie los diga lo que tiene que hacer, y si tienen un sueño, que luchen por él”. El Europeo de Estambul es solo la punta del iceberg de su objetivo, que no es otro que dejar tras ellos un legado que permita a los amputados del futuro tener un equipo que los acoja. “Desgraciadamente, en la vida siempre hay amputados, gente que por un motivo u otro va a quedar amputada de una mano o un pie, por accidentes o enfermedades. Es una idea que nosotros queremos empezar para que los que vienen por detrás puedan seguir realizando. Sería una pena que no pudiesen tener esa oportunidad”, sentencia Balmaseda. Ellos, más que nadie, saben que rendirse no es una opción. Turquía les espera.