“¡Pedrooooo!”. Un sobre sellado, un radiante vestido azul y un impoluto esmoquin. Antonio Banderas observa atentamente cómo Penélope Cruz desliza la tarjeta y juntos descubren la ganadora a mejor película extranjera de habla no inglesa. Se miran y la actriz no puede contener un grito que pasa a la posteridad de la Academia. Pero no. No es el Shrine Auditorium de Los Ángeles el escenario en el que se suceden los hechos que se contarán a continuación. Se trata del Stade Louis II de Mónaco y lo que está en juego no son unas estatuillas doradas, sino un deslumbrante trofeo de 52 centímetros de altura y una docena de kilos de peso. Asimismo, el protagonista de esta historia no lleva una arremolinada pelambrera, aunque es capaz también de reescribir el guion para así regalar al espectador un final de película. No es el año 2000 sino el 2009, y es Joan Maria Pou quien hace retumbar las ondas de RAC1 con un tribal y jubiloso bramido que no desprende otra cosa que alivio: “¡Pedrooooo! ¡Pedrooooo!”. Una tras otra. Pedrito Rodríguez seguía creciendo a pasos agigantados para convertirse en Don Pedro. Tantos títulos sumaba el Barça como competiciones en las que el canario anotaba. El Shakhtar, que aguantó casi toda la prórroga, era la nueva víctima del rodillo culé, que en el país del juego firmó el repóquer de entorchados en un solo año. Después de la Supercopa de Europa, restaba un último esfuerzo para lograr un sextete eterno.
El conjunto de Donetsk quitó el sueño a aquel Barça de ensueño. A los pupilos de Pep Guardiola les costó sangre, sudor y lágrimas deshilar la efectiva telaraña tejida por Mircea Lucescu la noche del 28 de agosto de 2009. A punto estuvieron los ucranianos de lograr la gesta en el Principado teniendo en cuenta el triunfal contexto culé. Pero allí donde no llegó el fútbol, lo hizo la fe. “La sensación es que a los azulgrana todo les cuesta más este año que el pasado. La impresión, sin embargo, es que al igual que entonces, jamás se rendirán”, contaba Ramón Besa el día siguiente en El País. Y es que pocos esperaban la batalla que plantaron los ucranianos, que con una plantilla que brillaba con unos jovenzuelos Luiz Adriano, Willian o Fernandinho, renunciaron a su estilo y entregaron el cuero a los catalanes. Los de naranja, eso sí, tenían motivos para creer. El Shakhtar se había llevado su primera Copa de la UEFA -la última antes de mutar a Europa League– un mes antes en Estambul, ante el Werder Bremen. Venía repescado de la Champions League, tercer clasificado de un grupo en el que coincidió, precisamente, con el Barcelona, que acabó alzando aquella ‘Orejona’ en Roma para cincelar una hazaña pocas veces vista: el triplete. El cuarto trofeo llegó unos días antes a las vitrinas, la Supercopa de España ante el Athletic Club.
El Shakhtar quitó el sueño a aquel Barça de ensueño. A los de Guardiola les costó sangre, sudor y lágrimas deshilar la telaraña tejida por Lucescu
La epopeya azulgrana del curso 2008-09 avalaba su candidatura. Sin embargo, el Shakhtar le tenía, en cierto modo, la medida tomada a su adversario, ya que habían conseguido llevarse el triunfo en el Camp Nou la temporada anterior (2-3). La intención de Guardiola era que el resbalón no se reprodujese bajo ningún concepto y alineó prácticamente a su once de gala: Valdés; Alves, Puyol, Piqué, Abidal; Xavi, Touré, Keita; Messi, Ibrahimovic y Henry. Por su parte, poca cosa tocó Lucescu respecto a los peloteros que conquistaron la UEFA, y apostó por Pyatov; Srna, Kucher, Chigrinskiy, Rat; Ilsinho, Fernandiho, Hübschman, Gay, Willian; y Luis Adriano. Aún así, desde el pitido inicial los ucranianos se replegaron y acumularon hasta nueve hombres por detrás del balón. Ya dicen que cuando llega un huracán, lo mejor es refugiarse y esperar a que amaine. Y más si lo único que te separa del título son tan solo 120 minutos y unos penaltis, como mucho. Los de Donetsk también se valieron de las características del terreno de juego monegasco, un auténtico patatal y, para más inri, estrecho: “Los barcelonistas detestan el futbolín porque para ser profundos necesitan ensanchar el campo. A falta de terreno, no les quedó más remedio que perseverar en el juego, poner interés, llevar la iniciativa, ser solidarios y darle a la imaginación”, relataba El País. Los primeros compases de la final de la Supercopa de Europa fueron muy incómodos para los culés, hasta el punto que no consiguieron ni siquiera chutar a puerta hasta la media hora, cuando Messi se hartó del simulacro de balonmano en los tres cuartos naranjas al sacar rápido una falta en el vértice del área, dibujar una pared con Xavi y probar un disparo escorado que atrapó mansamente Pyatov. Después, el propio Xavi no llegó por centímetros a un balón colgado al corazón del área. Poca cosa más. Antes de señalar el camino a vestuarios, el colegiado De Bleeckere no vio manos de un Hübschman que bloqueó desde la barrera una falta del ‘10’ azulgrana.
La historia se repitió a la vuelta. Dominó también estérilmente el Barça en el segundo tiempo. La maquinaria ofensiva del Shakhtar estuvo algo más activa, pero Valdés seguía sin caer en la cuenta que estaba disputando un partido de fútbol. Una final europea, sin ir más lejos. Atrás, el muro naranja no se resquebrajaba pese a la insistencia de los catalanes. “Había que mover el árbol ante tanto barroquismo. Messi no se cansaba de jugar de 10, de 7, de 9 y de 11; Touré templaba el balón estupendamente y siempre quedaba el revoloteo de Xavi. Aunque resultaba muy complicado, no había que desesperar ni perder el sentido de equipo. No se cansaba de atacar el Barça ni de defender del Shakthar”, señalaba Besa. Un trabajo estajanovista el del Barcelona aquella noche en Montecarlo. Con la quinta en el horizonte, lo mínimo era ser testarudo. Con el paso de los minutos, Pyatov se inventó un repertorio de paradas para frustrar al tridente barcelonista en varias ocasiones. Messi, Henry e Ibrahimovic no podían con el guardameta ucraniano, así que Guardiola decidió agitar el reparto y dio ingreso a su actor secundario favorito. Pedro recogió el relevo del sueco y apuró los últimos diez minutos reglamentarios, a sabiendas de que el plot twist estaba en sus manos. O en sus pies, mejor dicho.
El Shakhtar había logrado su objetivo: llegar vivo a la prórroga. Con un Barça desgastado, los de Lucescu incrementaron el ritmo a cargo de Luis Adriano, Ilsinho o Jádson. La final mutó a un correcalles y el espectáculo aumentó para gozo de los espectadores, medio adormecidos hasta entonces. Ocasiones a ambos bandos, aunque los azulgranas seguían mereciendo más. La clave, como cuenta El País, residió en la frescura del ataque: “Porfió Bojan, se agrandó Messi y Pedro no paró hasta poner la pelota en el número exacto de la ruleta del casino de Montecarlo, camino de la gloria”. Así fue. No pararon hasta el 115’. Pedro recibió pegado a la línea de cal izquierda, encaró a Srna con una torpe bicicleta, se paró en el vértice, levantó la mirada y encontró al mejor socio posible en estas situaciones. Messi captó la diagonal del canario y, con el retrovisor, dejó la pelota muerta en un solar vacío que jamás se podría edificar sin sus planos. Qué caramelo. El ‘17’, medio cayendo al suelo, casi agonizando, la colocó al palo largo, rasita, ajustada. Allí donde Pyatov no llegaría ni en sus mejores sueños. 1-0 y final. Pocos minutos después, Puyol, elevado divinamente sobre el resto, levantó la tercera Supercopa al cielo monegasco.
El ‘17’, medio cayendo al suelo, casi agonizando, la colocó al palo largo, rasita, ajustada. Allí donde Pyatov no llegaría ni en sus mejores sueños
Más cómoda fue la final de Copa del Rey. Incluso más cómoda fue la final de Champions League. Nada tuvo que ver la Supercopa de España. Lo que sufrió el Barça para conquistar la Supercopa de Europa no lo sufrió en ninguna otra final. Pesada, desagradecida, desquiciante. No por demérito suyo, sino por mérito del Shakhtar. No es fácil para un equipo con las ideas tan claras como lo era el de Donetsk salirse de su personaje para bordar el papel de antagonista. Ser supercampeón del continente costó lo suyo, pero valió su peso en oro. El Barça de Messi seguía reescribiendo la historia, consiguió igualar al de Kubala, el de las ‘Cinc copes’, y ponía la directa hacia un logro sin precedentes: ganar todos los títulos en juego en un mismo año. Dicho y hecho, a las puertas de las Navidades, los culés completaron el pleno con su primer Mundial de Clubes. Seis de seis. Los muchachos de Pep Guardiola se lo llevaron todo y Pedro, siempre discreto pero imprescindible, como un actor secundario modélico, celebró goles en todas las competiciones. Si es que, en el irrepetible 2009, a aquel Barça de película solo le faltó levantar un Oscar.
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Fotografía de Getty Images.