Este texto está extraído del #Panenka44, publicado en septiembre de 2015. Todavía puedes conseguirlo aquí.
“Lo siento, pero sin permiso no puedo”. Para hablar con el seleccionador de Nagorno Karabaj, entrevistador y entrevistado deben obtener dos permisos. Uno, del Ministerio de Asuntos Exteriores; el otro, de la Federación Nacional. Para conseguir este último hay que esperar, pues su presidente es un hombre de verde olivo con la agenda muy apretada: también es viceministro de Defensa.
A 30 kilómetros del frente, tan solo este párrafo y cierta precaución en las respuestas parecen concluir que Nagorno Karabaj no es un país cualquiera, sino un enclave surgido de una guerra que aún mantiene vivo su espectro. Desde que en 1994 Armenia y Azerbaiyán firmaran el alto al fuego, ningún estado ha reconocido su independencia de facto, pero pese a ello y al goteo de muertos en la frontera, las autoridades locales se esfuerzan por vender normalidad. Por eso, al ser preguntado por el rol político de la selección, el ministro de Exteriores, Karen Mirzoyan, responde como responderían la mayoría de sus homólogos europeos: “El fútbol es una herramienta de paz que nos permite conectarnos con el mundo, pero no debe mezclarse con la política”. Otra cosa es la realidad: a 500 metros de su despacho, una impoluta escalinata de piedra conecta el Parlamento local con el viejo Estadio Republicano.
Competir sin reconocimiento
Dar cuenta del recorrido de la selección de Nagorno Karabaj no lleva más de dos minutos. Desde su debut en septiembre de 2012 ante Abjasia (empate a uno en Sujumi y cómoda victoria en Stepanakert), el combinado armenio solo ha podido disputar seis encuentros internacionales, todos contra selecciones no oficiales. El no reconocimiento de la independencia y el consecuente bloqueo de UEFA y FIFA hacen que la selección solo pueda disputar dos o tres partidos amistosos al año ante equipos de Armenia, el único país que secunda sus demandas. No es de extrañar, entonces, que los torneos organizados por la Confederación de Asociaciones de Fútbol Independientes (CONIFA) sean tan bienvenidos. Su primera participación se produjo en el Mundial disputado el año pasado en Ostersund, Suecia, donde cayó derrotada en su grupo por los finalistas del torneo, Isla de Man (2-3) y Condado de Niza (0-1). Según el seleccionador nacional, Mher Avanesyan, el equipo habría llegado más lejos de no ser por el mal arbitraje: “A diferencia del resto de selecciones, nosotros fuimos de menos a más”. De ahí las posteriores goleadas a Darfur (12-0) y Laponia (5-1).
A pesar de que la selección no ha podido acudir al Europeo celebrado el pasado mes de junio en Budapest, la voluntad de la Federación es seguir estrechando lazos con la CONIFA. Prueba de ello es el tratamiento dispensado al secretario general de esta organización durante la visita que realizó a Stepanakert poco antes del Mundial. Sascha Düerkop fue recibido por el presidente de la Federación Nacional, Samuel Karapetyan, enfundado en su uniforme militar (“obtuvimos victorias en el campo de batalla; ahora queremos hacer lo mismo en el terreno de juego”); el ministro de Exteriores, Karen Mirzoyan (“Para mí la CONIFA es una misión de paz”); y hasta por el presidente del país, Bako Sahakyan, quien le obsequió con libros de historia y un feliz repertorio de frases hechas (“Queremos conectarnos con el mundo y demostrar que somos un país próspero y estable”). “El fútbol es el centro de atención del gobierno y el presidente de la Federación apoya esta causa. En los próximos meses vamos a replantar el césped para optar a la organización del próximo Mundial”, dice ahora Mher en el viejo Estadio Republicano. Avanesyan tiene aspecto de boxeador olímpico, su discurso trota monótono por el ring: “Cuando seamos reconocidos estaremos muy pronto a un nivel óptimo. Nagorno Karabaj tiene más historia futbolística que muchos países europeos”.
Fulgor y ocaso
Para encontrar el primer mojón de esa historia hay que alejarse 15 kilómetros de la capital por la sinuosa carretera que se empina hasta Shushi. En esta localidad, conocida a principios de siglo XX como ‘la pequeña París armenia’ y hoy todavía diezmada por la guerra, los hermanos Parsadanov organizaron en 1913 el primer torneo de fútbol de la región. Pese a su precocidad, sin embargo, no fue hasta los 70 que los equipos de Nagorno Karabaj obtuvieron cierta relevancia. ‘Cierta’, entre comillas. En 1977, el FC Karabakh de Stepanakert (actual Lernayin Artskah) ganó la liga azerí, lo que le permitió jugar en la segunda división soviética, donde dos años más tarde lograría la tercera plaza. Es también la década dorada de los hermanos armenios del FC Ararat (en 1973 terremotea el fútbol soviético al conquistar liga y copa) y de los vecinos azerís del Neftchi Bakú (terceros en la Liga Soviética de 1966). Aunque por entonces se mantenía en pie la tradición del tercer tiempo, las tensiones soterradas durante décadas fueron permeando la superficie.
Muchos sitúan su origen en 1921, cuando Stalin cedió a la República Soviética de Azerbaiyán la administración de una región histórica y culturalmente ligada a Armenia. 60 años después, la película se acelera de forma irremediable. En 1987 el movimiento secesionista, apoyado por la gran mayoría armenia en la región, aprovecha las grietas de la Perestroika para tomar un impulso definitivo. Ese mismo año, las autoridades obligan al Karabakh a jugar lejos de la capital, tras los enfrentamientos producidos con jugadores y aficionados del Kirovabad azerí. Pogromos y masacres se suceden desde entonces. En 1991 estalla la guerra. Mher se va al frente con 18 años. “Perdimos a muchos jugadores que cambiaron sus camisetas por el uniforme y sacrificaron sus vidas. Todo nuestro fútbol quedó destruido”.
En el mustio despacho donde hablamos, Mher Avanesyan recupera el tono serio y precavido con el que iniciamos la conversación. ¿Qué progresión habría seguido su carrera de no estallar el conflicto? Nadie lo sabe. Lo cierto es que supo sobreponerse al horror para continuar lo iniciado dos años antes en la Academia de fútbol de Ereván. Mal no le fue. Pese a los persistentes problemas de rodillas, hasta su retirada en 2004 anotó un total de 114 goles jugando para equipos históricos de la Premier League armenia como el FC Ararat y el Shirak de Gyumri. Con este último llegó incluso a disputar una eliminatoria de Europa League frente al Malmö FF, aunque la cima de su trayectoria, asegura, fueron los dos encuentros que en 1998 jugó con la selección de Armenia. 17 años después, se le hace extraño afirmar que, de haber existido, hubiera preferido jugar con Nagorno Karabaj. De aquí, de allá, qué más da: todos son armenios.
Futuro en el aire
Hay pocas esperanzas de que Nagorno Karabaj sea reconocido pronto como país. Sus 240 kilómetros de frontera alambrada siguen siendo el principal foco de tensión entre Armenia y Azerbaiyán y no parece que el fútbol pueda colaborar al deshielo. Todo lo contrario. En 2007, la UEFA suspendió los dos encuentros que debían disputar entre sí al ser emparejados en el mismo grupo de clasificación para la Eurocopa organizada por Austria y Suiza; cuatro años después, el sorteo fue directamente teledirigido para esquivar la misma suerte. Poco va a cambiar. El gobierno de Ereván seguirá ayudando a sus hermanos armenios en lo que haga falta (hasta dos terceras partes de su presupuesto dependen de él); Bakú seguirá denunciando cualquier proyección internacional del enclave.
Tampoco el ministro Mirzoyan confía en el poder del fútbol para inclinar el tablero a su favor. “No creo que el deporte pueda ayudar al reconocimiento de ningún país. Tenemos razones históricas más fuertes para ser reconocidos, pero somos realistas: es un proceso largo que requiere mucha paciencia”. Tal vez por eso, el seleccionador Mher Avanesyan prefiere centrarse en el futuro. Huye del discurso cortoplacista y deposita sus esperanzas en las generaciones que vendrán. “Nuestros esfuerzos se invierten en la formación de más de 150 niños y jóvenes, porque esperamos obtener ese reconocimiento dentro de unos años”, asegura. Mientras tanto, el aislamiento y la falta de una competición local fuerte -la Copa Nagorno es un torneo que enfrenta a 12 equipos de toda la república durante cuatro meses- hacen mella en el combinado nacional. En la actualidad, únicamente tres de sus jugadores juegan en la Premier League armenia, aunque eso tampoco parece preocuparle mucho a Avanesyan. “Nuestro primer objetivo no es ganar, sino dar a conocer el país”, advierte.
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Fotografía de Xavi Herrero.