Los primeros rayos de sol se reflejan sobre la iglesia de San Juan Bautista mientras uno de los últimos barcos pesqueros sale a faenar. Comienza el día más importante de la historia de Bastia. Mucho más importante que las jornadas del siglo XVIII en las que la villa pasaba de ser genovesa a corsa o francesa. Es 26 de abril de 1978 y el SC Bastia, el orgullo de la ciudad, el símbolo del independentismo corso, juega el partido de ida de la final de la Copa de la UEFA contra el PSV Eindhoven. Y la importancia de la fecha se entiende porque el Bastia es el primer club francés en la historia que jugará la final de dicha competición. Un club en una ciudad de solo 43.000 habitantes y presidido por Gilbert Trigano, el propietario de la empresa vacacional Club Med, que pretende construir uno de sus complejos hoteleros en las costas de la ecologista Córcega.
La ciudad se ha echado a la calle armada con todo tipo de objetos azules y blancos, los colores del equipo, y Trigano quiere que el acontecimiento pase a la posteridad. Llama a su amigo Jacques Tati y le encarga que haga un documental sobre el partido. Tati lleva cuatro años sin dirigir ninguna película (desde Zafarrancho en el circo, un trabajo para televisión) y acepta el encargo, aunque él sea más de rugby que de fútbol. En sus años mozos, jugó en el Racing Club de París, el actual Racing 92.
Con tres operadores y dos ingenieros de sonido, Tati graba todo lo que ve ese día. Cientos de personas paseando por las calles de Bastia con la camiseta de su equipo, los comercios engalanados de blanquiazul, los coches haciendo sonar sus bocinas mientras ondean las banderas. Y, en su peregrinar por las calles de Bastia, encuentra anécdotas divertidísimas, como ese par de jornaleros que intentan colocar, con poco éxito, la bandera del club en la cruz de una iglesia, o esas señoras mayores que probablemente no han asistido nunca en su vida a un partido de fútbol pero que se han vestido con todos los gadgets posibles para la ocasión. Tati los filma con un naturalismo que recuerda a sus películas de Monsieur Hulot, el personaje creado por él mismo y que viene a ser un Buster Keaton del cine sonoro y en color. La mirada de Tati es la de Hulot, una mirada cómica sobre lo que ocurre en ese día de fiesta. Una hora antes del inicio del partido, por ejemplo, observamos las calles desiertas de la ciudad y a las 15.000 personas que llenarán el Stade de Furiani, un coqueto campo con gradas de madera y aspecto de oler a puro barato y coñac a granel que no sospecha que, 14 años más tarde, albergará una de las más tristes tragedias de la historia del fútbol, cuando 18 personas morirán al derrumbarse uno de sus graderíos.
Tati lleva cuatro años sin dirigir ninguna película (desde Zafarrancho en el circo, un trabajo para televisión) y acepta el encargo, aunque él sea más de rugby que de fútbol
Es entonces cuando se desata una enorme tormenta y un grupo de operarios se dedica a achicar agua por un método que también parece sacado de una de las secuencias de Mi tío o Las vacaciones de Mr. Hulot: con unos enormes sacos de arena para que absorban toda la lluvia acumulada. Llega la hora del fútbol pero a Tati no le interesa el partido. Le interesa la gente. En Forza Bastia! (L’île en fête), que es el título de la película, solo hay cuatro o cinco planos de lo que ocurre en el barrizal en el que se ha convertido Furiani. Vemos los rostros duros de los hinchas, las caras de resignación de los espectadores de los bares, las reacciones del público. Poco a poco, la alegría que ha transmitido el documental se transforma en decepción. Bastia y PSV empatan sin goles en un partido trabado y con más fango que fútbol. De nada vale que los locales hayan hecho un torneo impecable, eliminando a conjuntos superiores como el Sporting de Portugal, el Newcastle o el Torino.
El documental acaba con el partido. La tristeza impide grabar más y Tati deja las bobinas en las oficinas del SC Bastia con la promesa de montar el film más adelante. Pero, entre los problemas de salud que arrastra y que el Bastia pierde en Eindhoven dos semanas después por 3-0 y no conquista el trofeo con el que toda la isla sueña, ya no lo hace nunca.
El bruto de la filmación permanece en las oficinas del club durante 24 años, hasta que Sofia Tatischeff, la hija del realizador, rescata el material para su edición definitiva. Lo hace respetando las ideas de su padre para construir el primer documental cómico de la historia del cine, como lo definió la crítica, una deliciosa joya silente que, aunque no sirva para analizar aquella final, la ha convertido en objeto de culto.
Este reportaje está extraído del interior del #Panenka69, un monográfico sobre fútbol y cine que puedes conseguir aquí.