Los niños nacidos en Vigo a partir de la segunda mitad de los 90 nunca han escuchado batallitas relacionadas con la guerra. Lo único que les han contado sus abuelos, mientras ellos restaban atónitos sobre sus rodillas, son las gestas del ‘EuroCelta’, aquel equipo que, de la noche a la mañana, se convirtió en un auténtico matagigantes que se paseaba por los estadios de España y de Europa impresionando con su juego atractivo, alegre y arrollador.
Y es que, entre el 1996 y el 2004, el Celta de Vigo consiguió un sinfín de excelentes resultados en la liga (seis cursos seguidos terminando entre el cuarto y el séptimo lugar), en la Copa del Rey (subcampeones en 2001 y semifinalistas en 1997), en la Liga de Campeones (eliminados por el Arsenal en octavos de final en 2003), en la Copa de la UEFA (tres años consecutivos alcanzando los cuartos de final), e incluso en la extinta Copa Intertoto, una competición en la que el cuadro celeste se proclamó campeón en 2001 tras derrotar al Zenit de San Petersburgo.
Sin duda, durante esta época dorada, el Celta le regaló a su afición una gran cantidad de noches históricas. ¿Golear al Real Madrid por 5-1 y a la Juventus por 4-0? ¿Ganar por 3-1 al Liverpool en Balaídos y volver a vencerle por 0-1 en Anfield Road? ¿Derrotar al Milan de Kaká en el mismísimo Estadio de San Siro? Sí, todo era posible para aquel célebre conjunto.
En la inacabable lista de proezas del ‘EuroCelta’, una brilla con luz propia
Pero en la inacabable lista de proezas del ‘EuroCelta’, una brilla con luz propia. En la temporada 99-00, los vigueses se plantaron en los dieciseisavos de final de la Copa de la UEFA después de eliminar al Lausanne Sports suizo y al Aris griego. Allí les esperaba el líder del fútbol portugués, el Benfica de Jupp Heynckes, que había superado al Dinamo Bucarest y al PAOK en las dos rondas previas y que tenía al luso João Pinto y al checo Karel Poborsky como dos máximas figuras. Junto a ellos, también empezaban a destacar tres jóvenes futbolistas: Maniche, Nuno Gomes y Robert Enke. Ciertamente, la categoría del Benfica hacía presagiar una eliminatoria muy complicada para el Celta. Más aun teniendo en cuenta que dos de sus mejores jugadores (Juan Sánchez y Michel Salgado) habían dejado el proyecto en el verano anterior, aunque los grandes fichajes de aquel curso (Everton Giovanella, Gustavo López, Juanfran García y Benni McCarthy) encajaron rápidamente en los esquemas de Víctor Fernández.
Con todo, el jueves 25 de noviembre de 1999, el ‘EuroCelta’ se dispuso a disputar unos dieciseisavos de la Copa de la UEFA por segundo curso consecutivo. Y, como no podía ser de otra manera, Balaídos se vistió con sus mejores galas para presenciar el espectáculo. A las 9:30 de la noche, 21.000 hinchas del Celta y 9.000 del Benfica esperaban, nerviosos, el inicio de un emocionante encuentro entre dos de los equipos más potentes de la época en la península. Pero la verdad es que lo que presenciaron aquella noche fue muy diferente de lo que esperaban.
Aquella noche, algún valiente recorrió todos los bares de Vigo mientras sus amigos le iban invitando a copas por haber acertado aquel increíble marcador
Una de las costumbres más divertidas que nos regala este precioso deporte es la de juntarse con un grupo de amigos e intentar adivinar el resultado de un partido antes de que arranque. Unos aficionados son más timoratos, otros son más optimistas. Pero siempre hay un rebelde que se desmarca del resto proponiendo un marcador improbable, imposible. Aquella noche, después del encuentro entre el Celta y el Benfica, seguro que hubo algún valiente que recorrió todos los bares de Vigo mientras sus colegas le iban invitando a copas por haber acertado el increíble 7-0 con el que el conjunto gallego se impuso a uno de los históricos del fútbol continental.
Así, sin más. El intenso equipo de Víctor Fernández aprovechó la debilidad del Benfica para doblegarlo con una contundencia inaudita y para maltratarlo “sin piedad”, según explicaba El País el día siguiente. Fue “un abuso, un escándalo”, añadía la crónica, justo después de señalar que la “indigna” defensa del cuadro lisboeta “fue un guiñapo en manos del equipo vigués”.
Y es que, durante los 90 minutos del partido, el conjunto de Jupp Heynckes no pudo hacer más que perseguir las sombras de los cuatro hombres de ataque del Celta: los extremos Valeri Karpin y Gustavo López, el delantero centro Mario Turdó y el mediapunta Aleksandr Mostovoi, ‘El Zar de Balaídos’, el catalizador del juego celeste y el inventor de pases imposibles. Por detrás de ellos, Everton Giovanella y Claude Makélélé actuaron como basureros, limpiando el centro del campo y resguardando a la defensa infranqueable que conformaron el portero Richard Dutruel y los defensas Juan Velasco, Fernando Cáceres, Goran Djorovic y Juanfran Gacía. De hecho, basta con decir que en aquel partido no participaron futbolistas de la categoría de José Manuel Pinto, Mazinho, Albert Celades, Haim Revivo o Sergio Fernández para hacerse una idea de la excelente plantilla que Víctor Fernández tuvo a sus órdenes en la campaña 99-00.
El duelo contra el Benfica empezó bien para el Celta, que en el minuto 19 ya se encontraba por delante en el marcador gracias a un gol de penalti de Karpin. De hecho, en la previa, el futbolista ruso ya había avisado sobre cómo iba a afrontar aquel encuentro conjunto celeste: “Estos partidos son siempre inolvidables. Aquí tienes que vencer y, si puedes, machacar”. Con estas palabras resonando en la mente de los once jugadores del Celta, el equipo sentenció el enfrentamiento antes de llegar al descanso con los goles de Makélélé, Turdó y Juanfran.
Mientras el electrónico marcaba un incontestable 7-0 a favor del Celta, los hinchas vigueses, maravillados, no paraban de frotarse los ojos
Lejos de pensar que el 4-0 era suficiente, el equipo salió con el mismo ímpetu en el segundo tiempo. En un cuarto de hora frenético, Turdó, Karpin y Mostovoi aprovecharon tres asistencias de Gustavo López para marcar los últimos tres tantos locales, para cerrar el marcador. Corría el minuto 61, el electrónico señalaba un inapelable 7-0 a favor del Celta y los hinchas vigueses, maravillados, no paraban de frotarse los ojos, mientras se pellizcaban los unos a los otros para comprobar que estaban despiertos, que aquello que estaban viviendo no era un sueño.
Lo primero que dijo Víctor Fernández cuando pisó la sala mixta de Balaídos fue una prueba más que evidente dela magnitud de la hazaña. “Esto ha sido una pasada”, remarcó el técnico maño. Después, en tono jocoso, espetó: “Creo que podemos ir a Lisboa a jugar el partido de vuelta con cierta tranquilidad”. Al mismo tiempo que él atendía a la prensa, al mismo tiempo que los jugadores del Benfica abandonaban Balaídos escoltados por la policía, los aficionados del Celta, eufóricos y exultantes, encumbraban a sus futbolistas a la categoría de héroes eternos.
Tras eliminar a la temible Juventus de Carlo Ancelotti en los octavos de final, en otra eliminatoria para la historia, el sueño del conjunto celeste se esfumó de repente al caer derrotado ante un rival de menor entidad, el Lens francés. “Cuando el viento parecía más favorable, el Celta se desvaneció sin motivo aparente”, sentenciaba la crónica de El País, relatando una derrota “especialmente dolorosa por el modo y el momento en que sobrevino”. De hecho, después del partido, Víctor Fernández reconoció que el vestuario vigués estaba destrozado. “Perder así duele muchísimo”, suspiró Juanfran.
Pero lo bueno del tiempo es que cura las heridas. Con el paso de los años, lo que ha quedado en el recuerdo de aquel magnífico ‘EuroCelta’ son las noches como la del 25 de noviembre de 1999, las noches en las que “Balaídos era una fiesta permanente”, tal y como rememoraba Víctor Fernández en Marca hace unos años. Porque, parafraseando a uno de los grandes sabios de este deporte, aquel extraordinario equipo no pudo ganar nada más que una Copa Intertoto, pero protagonizó algunas pequeñas victorias con las que se ganó la admiración del mundo entero.