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Nápoles vuelve a ser libre

Marcó Osimhen y los napolitanos se sintieron libres de volver a mirar abajo. Y ahí los vieron a todos, también a la Juve, también al Milan. El sur marcaba el norte. Así empieza el #Panenka129

nápoles

Este es el editorial del nuevo #Panenka129, sobre Nápoles, ya a la venta aquí


 

A veces los principios y los finales se parecen demasiado. San Paolo había enmudecido, un eco insoportable, imposible, de hecho, en una ciudad como Nápoles, donde la vida borbotea por mil arterias. El Vesubio todavía reposaba, pero otro volcán, este financiero, había arrasado para llevarse lo más querido de la ciudad. De la vieja società sólo quedaba un recuerdo, animado por ese algo intangible que te permite respirar entre el humo y el azufre. Unos lo llaman fe; otros, esperanza. A Nápoles sólo le quedaba mirar al frente, hacia el horizonte sobre el mar, o arriba, hasta el cielo. Nunca abajo, porque ahí sólo quedaba el suelo: bajar la cabeza no tenía sentido. En Nápoles sabían que fueron los muertos quienes se perdieron las fiestas de 1987 y 1990, alguien lo había dejado escrito en el cementerio. Así que el primer éxito fue sobrevivir.

A más de 5.000 kilómetros de allí, en el sur del sur, el pequeño Victor se movía entre el tráfico de Lagos en busca de dinero para comer. Iba a por agua, cortaba el césped, hacía recados… Cualquier cosa con tal de sobrevivir. La muerte de su madre, las dificultades de su padre, una infancia dura junto a sus hermanos. Si esa había sido su vida desde que nació, ¿cómo no iba a ser también su destino? Al mínimo respiro, soñaba con ser Drogba. Miraba arriba e imaginaba que el fútbol le abría una puerta, lejos de un lugar sin esperanza.

 

Unos lo llaman fe; otros, esperanza. A Nápoles sólo le quedaba mirar al frente, hacia el horizonte sobre el mar, o arriba, hasta el cielo. Nunca abajo, porque ahí sólo quedaba el suelo: bajar la cabeza no tenía sentido

 

“Aquel sufrimiento me permitió ser quien soy hoy”. No lo dice Nápoles, aunque podría, sino Osimhen, de nombre Victor, el autor del gol que obró el milagro. El suyo, y el de toda una ciudad. Dos décadas después de prometerse que no los volverían a tumbar, aunque para ello tuvieran que partir de la Serie C, y cuando habían pasado 33 años del último Scudetto, los napolitanos se sintieron libres de volver a mirar abajo. Y ahí los vieron a todos, también a la Juve, también al Milan. El sur marcaba el norte. Y si hoy miran arriba es únicamente para comprobar que, en efecto, y como siempre, el cielo sigue siendo del mismo color que su camiseta.

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Fotografía de Getty Images.