Ismail, Fernando, Mooto, Mukhtaar, Qadir, Nicki, Manuel, Driton, Denis, Ntaous y Farzad no son turistas. A pesar de que su rostro rebosa de felicidad esta no se debe a la contemplación tumultuosa de monumentos repletos de gentío por culpa de las recomendaciones que aparecen en las guías de Barcelona. No han venido a conocer el legado de Gaudí, ni el modernismo, ni tan siquiera el museo Picasso o la abarrotada Boqueria. Tan sólo comparten con los miles de visitantes que inundan la capital catalana un único destino: el Camp Nou.
Emulando a los británicos que visitan la ciudad, poco interesados en todo aquello que no sea un estadio (y sus bares), los jugadores del FC Lampedusa St. Pauli esperan con ansia el momento de fotografiarse en cualquier rincón del Camp Nou. Para ellos el fútbol no es un mero entretenimiento. Estar en Barcelona tampoco. No es extraño si tenemos en cuenta su situación de refugiados en Alemania, donde llegaron tras cruzar el Mediterráneo, pasar por la isla de Lampedusa y luego saltar a la Península Itálica.
Agolpados en los cristales del autocar, no paraban de mirar de un lado a otro con la esperanza de ver el escudo del Barça por algún lado. Todos con el móvil en la mano, esperando poder realizar la deseada fotografía
El conflicto que estalló en Libia a raíz del contagio de la Primavera árabe, obligó a huir del país a miles de trabajadores subsaharianos. Muchos de ellos lograron escapar y, tras hacer escala en dicha isla, poner rumbo a Hamburgo. Su presencia en la ciudad hanseática generó una oleada de solidaridad. Algunos de ellos acabaron encontrando cobijo en la iglesia de St. Pauli. ¡Cómo no! Una vez más el barrio portuario y más canalla de Hamburgo dio la cara por los más desfavorecidos. También lo hizo el FC Sankt Pauli y sus aficionados que se volcaron a ayudar a los recién llegados. Recogieron fondos, materiales de primera necesidad y todo tipo de enseres que pudieran suplir las carencias de los migrantes. En medio de esta vorágine de apoyo y asistencia tres ex futbolistas del St. Pauli femenino decidieron crear, junto al Grupo de Refugiados de Lampedusa, un equipo de fútbol. Así fue como vio la luz el FC Lampedusa Hamburg, un conjunto integrado únicamente por refugiados.
El pasado mes de julio, tras las trabas que el Ayuntamiento les impuso para poder entrenar en un terreno de juego en condiciones, el St. Pauli dio un paso al frente y les cedió sus instalaciones. De esta manera el equipo de refugiados pasó a constituirse como una sección oficial del club pirata bajo el nombre FC Lampedusa St. Pauli. Un reconocimiento que se ganaron a pulso y que comportó que sus cerca de 40 jugadores puedan entrenar una hora a la semana en uno de los campos del club de la 2. Bundesliga.
Ahora once de estos chicos se encuentran en Barcelona para recoger una de las menciones de honor del City to City Barcelona FAD Award 2016, un premio que les han otorgado por su contribución en la mejora de la vida en Hamburgo. Las dificultades con que se topan a diario, que pueden degenerar en tragedia si son deportados, han quedado en el olvido por unos instantes. Poder viajar, desplazarse sin impedimentos, como lo haría cualquier ser humano, a pesar de ser considerados oficialmente unos “indocumentados”, ha devuelto la sonrisa a estos jóvenes futbolistas amateurs. Todos estaban impacientes por llegar a la Ciutat Esportiva Joan Gamper y poder pisar el césped del campo 5 para enfrentarse a un equipo de peñistas azulgranas. Un sueño hecho realidad gracias a la Fundación del FC Barcelona, que organizó el partido y pagó los pasajes a los jugadores del Lampedusa.
Agolpados en los cristales del autocar, no paraban de mirar de un lado a otro con la esperanza de ver el escudo del Barça por algún lado. Todos con el móvil en la mano, esperando poder realizar la deseada fotografía. Sus caras reflejaban su estado de felicidad. Poco importaba el partido y los galardones. Para ellos viajar hasta Barcelona era el mejor de los premios. Cuando expusimos a sus entrenadoras la campaña contra la homofobia que promovíamos desde la revista no dudaron ni un instante en tomar el brazalete. Les pareció una idea excelente. Aunque nos confiaron que tendrían que hacer una excepción en sus normas. “Aquí todos somos iguales, no importa de donde vengas, que religión profeses o donde hayas nacido. Nadie está por encima del resto. Por eso no tenemos capitán”. Al ver nuestro asombro, no dudaron en tranquilizarnos. “Hoy haremos una excepción, todo sea por una buena causa”.