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Fútbol, quiero echarte de menos

El negocio del fútbol es insaciable. Cada vez hay más partidos, más torneos, más eliminatorias, más finales. Cada vez hay menos opciones de ser felices extrañando aquello que nos importa

fútbol

Hubo un tiempo en el que el verano era un error del sistema. Otros propósitos, otra temperatura, otra cadencia, otros paisajes. Otros colores, como el dorado de la arena, el rosa del Frigopie o el verde de las mesas de ping-pong. De la productividad enfermiza desembocábamos en un desierto anestesiante, un mundo irreal, un entreacto necesario para recobrar el aliento antes de volver a meternos en el volcán. También el fútbol cobraba nuevas formas, a veces con míticos torneos de selecciones (debidamente racionados) y en otras volviéndose invisible, con varias semanas sin partidos de nuestro equipo apilándose en el borde de la piscina. Un parón en el banquete. Una pausa para salir a fumar. No era exactamente feliz, esa tregua, pero sí oportuna. De repente, una pasión se retiraba de la rutina, y eso permitía que otras aparecieran para ocupar su sitio, en ocasiones de la manera más imprevista. Por supuesto, la pasión ausente seguía ahí, agazapada, esperando el momento para desmadrarse de nuevo, y mientras este no llegaba, iba aumentando su tamaño, porque a menudo el modo más efectivo de descubrir lo mucho que quieres a alguien es apartándolo de tu vida de un manotazo. No es que los días sin fútbol fueran mejores: es que nos prometían que, cuando volvieran los días con fútbol, serían insuperables. Ahora, esa ilusión por el porvenir ya no procede. El capitalismo basa su ofensiva en multiplicar las opciones de consumo, y el calendario deportivo es otro reflejo de esa ambición, con nuevos campeonatos creándose casi a cada segundo. La FIFA, la UEFA y el resto de organismos pretenden que el juego sea una película en la que nunca se deja de rodar, con encuentros decisivos todos los meses, y eso, que tendría que ser el paraíso para los espectadores, puede acabar siendo su tumba. Nos han quitado un derecho que teníamos como aficionados: echar de menos el fútbol. Porque nos merecemos ese anhelo. Porque no hay emoción más sincera, plena y, por lo tanto, exigible, que la que sentimos mientras esperamos a que regrese aquello que tanto nos gusta.

 


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Fotografía de Getty Images.