“Robert Frost dijo: Dos caminos divergían en un bosque y yo tomé el menos transitado de los dos, y aquello fue lo que lo cambió todo. Quiero que encuentren su propio camino ahora mismo. Su propio modo de caminar. En cualquier dirección. Hacia donde quieran. Señores, el patio es suyo”, les espetó John Keating (Robin Williams) a sus jóvenes pupilos en la hermosa El club de los poetas muertos.
Y, cual alumno de la Welton Academy, Pol Llonch (Barcelona, 1992) se puso a caminar hasta convertirse, de la mano del Willem II neerlandés, en el dueño del patio, en uno de los mejores futbolistas del curso en la ya finalizada Eredivisie. Un frío día de enero del año 2016 dejó atrás el fútbol español para aceptar una oferta del Wisla Kraków polaco de Kiko Ramírez, y aquello, volviendo a Frost, fue lo que lo cambió absolutamente todo. “He construido mi sueño. He tenido que ir por otro camino, quizás más largo, más difícil, pero he construido mi sueño. Y estoy dando el rendimiento que yo ya sabía que podía dar. Porque siempre he confiado muchísimo en mí mismo. Siempre he creído muchísimo en mí mismo. Sabía que podía lograrlo. Cuando comencé a jugar en Segunda B sabía que podía lograrlo. Sabía que podía lograrlo hace hace tres años, cuando jugaba con el Granada B ante una grada supletoria con 100 personas. Y aquí estoy ahora; ganando en el estadio del Ajax ante casi 60.000. Es increíble. Confiar y creer en mí mismo me ha llevado hasta aquí. Y estoy súper contento de todo lo que he vivido, y de todo lo que estoy viviendo. Y de todo el camino que estoy escribiendo. No ha sido fácil. Ha sido un camino largo. Y complicado. Y muy duro. Ha habido muchísimos momentos difíciles, como cuando tomamos la decisión de irnos a Polonia, a un país que no conocíamos de nada, con una niña casi recién nacida. Y ha habido muchos obstáculos. Pero hemos sabido superarlos todos. Los momentos malos siguen ahí, pero van quedando tapados por los buenos. Está siendo un camino muy bonito, y estamos disfrutando mucho. Muchísimo”, arranca, siempre sonriente, siempre optimista, el mediocentro catalán, una pieza clave, insustituible, en los esquemas del Willem II de Adrie Koster.
Su película favorita, con todo, y aunque bien podría encarnar alguno de los soñadores protagonistas de El club de los poetas muertos, es Gladiator. “Me siento muy identificado con él; un hombre de una familia humilde que las pasa muy putas al principio, pero va superando los obstáculos y sobreponiéndose a todos ellos por imposible que parezca, luchando siempre con esfuerzo y trabajo”, insiste en afirmar un Pol Llonch que, “pasito a pasito, pero mirando siempre hacia adelante, levantándome tras cada caída y convirtiendo en un aprendizaje, en una lección, cada decepción, cada desilusión, incluidos los dos ascensos frustrados a Segunda con L’Hospitalet y el ascenso frustrado a Primera con el Girona”, ha ido creciendo hasta materializar, hace apenas unas semanas, el que “hasta ahora”, según apostilla, es su máximo triunfo como futbolista: clasificarse para la Europa League con el Willem II.
La decisión de las instituciones neerlandesas de dar por finalizada la temporada ha evitado que el conjunto y la hinchada del Willem II Stadion pudieran celebrar juntos y sobre el césped el que es uno de los mejores resultados de la historia reciente del club. Pero no ensombrece un curso brillante. “Brutal”, asiente el ‘8’ de un Willem II que volverá a viajar por Europa 15 años después tras acabar en el quinto puesto de la liga con 44 puntos, a 12 del Ajax y el AZ Alkmaar. “El mundo recordará el 2020 por el coronavirus. Pero la gente de Tilburg lo recordará, también, por lo que ha hecho este equipo. Desde el primer partido y hasta el último. Ha sido una alegría brutal para todos. Para la ciudad. Para los aficionados. Para el club. Para el equipo. Para los jugadores. Es lo más grande, lo más bestia, que he conseguido nunca”, reconoce el centrocampista barcelonés de 27 años. Y, desde Tilburg, donde, a finales de febrero, se registró el primer caso de coronavirus en los Países Bajos, el corazón, y los pulmones, del Willem II añade, convencido: “Nos hubiera gustado lograrlo jugando los ocho partidos de liga que quedaban, y celebrarlo con nuestra gente, en el estadio, y no tener que hacerlo a través de un grupo de WhatsApp. Pero tenemos que aceptar esta decisión. Ahora lo más importante es la salud de la gente, y salvar el máximo de vidas posible. Ahora lo más importante es que todo vuelva a la normalidad lo antes posible. Que no haya rebrotes. Que todo esto afecte lo menos posible a la economía. Porque vendrán años muy duros. El fútbol es una cosa secundaria, como dice Valdano. Está muriendo mucha, muchísima, gente, y hay mucha, muchísima, gente que lo está pasando fatal, y que lo pasará fatal, y que tiene y que sabe que tendrá problemas para llegar a final de mes, y no nos vamos a quejar por no poder celebrar algo. No podemos quejarnos nosotros”.
Desde Holanda, donde la situación cada día está más calmada, Llonch afirma que “debemos aprovechar estos momentos para crecer”. “Para mejorar en todos los sentidos. Para aprender. Para valorar todo aquello que tenemos cerca. Aquellas cosas, aquellos pequeños detalles que la vida nos regala cada día, a las que antes quizás no les dábamos valor”, añade el exjugador de las categorías inferiores del Europa, de L’Hospitalet (11-12, 12-13 y 13-14), del Espanyol B (14-15), del Girona (15-16) y del filial del Granada (16-17); que durante estos días ha aprovechado para ponerse al día con el inglés y con un curso de coaching “para conocerme mejor a mí mismo y para intentar mejorar aspectos mentales a la hora de competir, aunque siempre he sido fuerte mentalmente”, y también para ver más fútbol. “El pequeño todavía no camina, pero ya le gusta mucho ver fútbol, y algunos días nos sentamos en el sofá a ver partidos, o resúmenes o vídeos con goles de esta temporada y pienso: ‘Hostia, es que hemos hecho grandes partidos. Hemos hecho un año espectacular. Joder, nos lo merecemos'”, apunta un Llonch que hace unos días recibió una visita súper especial delante del jardín en el que tiene un sinfín de pelotas para hacer toques, y superar así el síndrome de abstinencia de estas grises semanas, cuando sale a tirar la basura: “De repente me pidieron que saliéramos. Los alrededores de la casa estaban llenos de gente que vinieron a darme las gracias por todo lo conseguido con petardos, bengalas y cánticos. Fue muy bonito. El pequeño no se enteró de nada. A la mayor no le gustaron los petardos, pero ella ya sí que entendió por qué estaba aquí toda esta gente”.
Los gritos de Lucía, de tres años y medio, y de Kai, de seis meses, que se escuchan de fondo enternecen y embellecen la conversación; haciendo todavía más cercano, más humano, el testimonio del ‘8’, del que es uno de los principales ídolos de los padres de los compañeros de clase de su hija. “Cuando voy a llevarla al colegio por las mañanas, antes de ir a entrenar, algunas veces me paran para felicitarme”, asiente justo antes de ir a bañar al pequeño un Llonch que fue galardonado como mejor jugador de la Eredivisie de los meses de enero y de febrero. “Fue una gran alegría para todos. Porque es un premio para todo el equipo. Porque es una gran recompensa a todo el trabajo que empecé hace muchos años. Y porque normalmente estos premios suelen ser siempre para los delanteros. Para los que hacen goles. Es bonito que a veces se valore el trabajo oscuro e invisible”, enfatiza el centrocampista de Barcelona; un jornalero del fútbol, un trabajador, un currante, incansable, que siempre acaba con los pantalones blancos del Willem II teñidos de barro. Un pitbull, tal y como le bautizaron en el Stadion Miejski de Cracovia, del que se despidió en verano del 2018 para enrolarse en las filas del modesto conjunto holandés.
“Tengo cicatrices, marcas, hostias, por todo el cuerpo. Me encanta jugar cuando llueve. Y tirarme al barro. Me encanta robar un balón. Me encanta esta sensación. Está claro que la de marcar un gol es indescriptible, y que no la cambiarías por nada en el mundo, pero cuando robo una pelota y le doy continuidad a la jugada con un buen pase, o cuando me tiro al suelo y me quedo con el balón en los pies, también siento placer. Un placer brutal”, admite Llonch, que empezó entregándose a la magia de Zinédine Zidane y al insaciable olfato de Raúl Tamudo, sus dos principales ídolos de la infancia, y que, más tarde, con el paso de los años, ya comenzó a fijarse en los Sergio Busquets, Gennaro Gattuso, José María Movilla, Moisés Hurtado o Antonio Álvarez, ‘Ito’, por su amor por el Espanyol.
En Tilburg, hoy los niños sueñan con ser Pol Llonch. Y Pol Llonch sonríe, feliz. Y disfruta “muchísimo. Las cosas me están saliendo muy bien, y disfruto mucho. Muchísimo. Estoy muy contento por el año que hemos hecho tanto a nivel colectivo como a nivel individual. Me siento muy querido en el club, en la ciudad, es importante. Confían mucho en mí. Me quieren mucho. Me hacen sentir como en casa. Y me siento tranquilo, también. Y cómodo con el rol que tengo en el vestuario. Y completamente adaptado a la ciudad y al país. He encontrado la estabilidad que tanto buscaba. Ya llevo tres años jugando en primera, y casi dos años aquí, en Tilburg. Y he encontrado, también, una tranquilidad, una seguridad y una confianza que antes no tenía. Y he madurado mucho como futbolista. Pienso mucho más que antes en el césped. Y acabo de llegar a Europa, que para mí es lo máximo. Y, además, con un equipo que no es de los que suelen estar ahí. Estoy muy contento, y deseando jugar un partido de la Europa League. Estoy muy ilusionado con todo lo que nos viene. Porque tenemos por delante una campaña preciosa. Es cierto que deseo seguir creciendo, y seguir mejorando, y seguir caminando, y que tengo el sueño de regresar a España algún día, que me haría mucha ilusión, y de jugar en Inglaterra o en Alemania, pero siempre me ha gustado vivir el presente, y hoy estoy bien aquí. Tengo un año más de contrato con el Willem II, y aquí estoy muy bien”.
En Tilburg, hoy los niños sueñan con ser Pol Llonch. Y Pol Llonch sonríe, pero no se contenta. Jamás lo ha hecho. “Creo que no hay límites y si te propones algo puedes conseguirlo, y por suerte todavía tengo tiempo de cumplir mi sueño”, subrayaba en estas mismas líneas a principios del 2019. “Uno nunca debe dejar de soñar. Nunca. Jamás. Los sueños se tienen que perseguir. Y quiero seguir así, como hasta ahora: corriendo detrás de mis sueños. Cada año estoy más cerca de adonde quiero llegar. Todavía me queda mucho trabajo por delante. Pero lo daré todo para lograrlo. Con trabajo, corazón, pasión y sentimiento no existen los imposibles”, concluye. El Opus, humilitate et sacrificium (trabajo, humildad y sacrificio) que lleva tatuado encima del codo derecho le marca el camino. Su propio camino.
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