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El extraño verano de Rinus Michels

Una modesta cafetería de Unterhaching, al sur de Múnich, sirvió como decorado de una reveladora escena en plena víspera de la final de la Euro'88


Una modesta cafetería de Unterhaching, al sur de Múnich, sirvió como decorado de una reveladora escena en plena víspera de la final de la Euro’88. Rinus Michels, el hombre que lideraba a aquella Holanda, parecía transformado. El mismo que, unos cuantos años después de su desaparición, sigue mereciendo rango de figura fundacional del fútbol moderno en los Países Bajos.


 

Los jugadores se ajustan las chaquetillas y emprenden el sendero a través de los jardines del Hotel Huber. Una fresca noche veraniega se abalanza sobre Baviera, ajena a la intensidad del momento. Europa, todavía rasgada por el Telón de Acero, vela armas ante el duelo que, en menos de 24 horas, electrizará al Viejo Continente: la artística Holanda, algo más rocosa que de costumbre, contra la rocosa Unión Soviética, tal vez más artística de lo esperado. Una de las dos selecciones, habituales perdedoras en el concierto balompédico internacional, quebrará su mala racha en el Olympiastadion. El 24 de junio de 1988 apura sus últimas horas.

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“La Segunda Guerra Mundial truncó vidas, separó países y dividió familias. En algún caso, también estancó carreras futbolísticas como la del joven delantero que era Rinus Michels. Sufrió, como toda la población de los Países Bajos, la severa hambruna del invierno de 1944. Luego llegó a jugar en el Ajax e incluso fue cinco veces internacional. Pero la ocupación nazi no le dejó un poso anti-alemán. A pesar de todo el ruido mediático en torno al tortuoso pasado de ambas naciones, ni siquiera tras eliminar a la RFA en las semifinales de la Euro’88 expresó Michels resentimientos contra los germanos. En cambio, después de ganar el trofeo sí que mencionó aliviado el recuerdo del Mundial’74”.

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Un pelotón de chándals de táctel avanza por las aceras. Algunos jugadores departen amistosamente, otros prefieren entregarse a sus pensamientos. La columna de jóvenes avanza bajo la mirada escrutadora de un hombre de elegancia severa y al que quizá se le otorga algún año más de los 60 que acaba de cumplir. 14 veranos atrás, esa venerable figura se encontraba exactamente en el mismo punto geográfico y futbolístico: en Múnich, antes de una final. La sensación de deja-vu resulta inevitable. Los nervios, la presión, el ansia, la responsabilidad. El vértigo de una nueva final, otra moneda al aire. La víspera, siempre la víspera.

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“Las relaciones con Cruyff fueron buenas mientras ‘El Flaco’ se mantuvo en activo. Después Michels recelaba de sus logros como técnico y vetó su candidatura al banquillo ‘oranje’. El discípulo era más ofensivo que el maestro”

 

“Muchas voces se refieren a Rinus Michels como el inventor del totaalvoetbal pero no es cierto. Él perfecciona una idea enraizada en Holanda gracias a influencias húngaras, austríacas y al mister inglés del Ajax, Jack Reynolds. Michels jugó a sus órdenes y cuando se convirtió en técnico se distinguió por usarlo frente al catenaccio imperante a mediados de los 60. Tuvo tanto éxito que incluso la selección alemana que ganó la Euro’72 practicaba una variante del fútbol total, con Günter Netzer en el papel de Johan Cruyff”.

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Finalmente, el convoy parece alcanzar su destino, una apartada cafetería en Unterhaching, en los suburbios muniqueses. Reina el buen humor. Algunos piden café, otros cerveza, y casi todos aprovechan para picotear alguna de las delicias de la repostería bávara. Entre los jugadores reina cierta tensión. No tanto por el partido de mañana, sino más bien por la sorpresa que están a punto de darle a su entrenador: ¿cómo reaccionará ‘El General’?

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“Las relaciones con Cruyff fueron buenas mientras ‘El Flaco’ se mantuvo en activo. Después Michels recelaba de sus logros como técnico y vetó su candidatura al banquillo oranje. El discípulo era más ofensivo que el maestro: tras perder el primer partido de la Euro’88 ante la URSS, Michels no dudó en abandonar la clásica apuesta por los tres delanteros (durante el resto del torneo sólo alinearía a Van Basten). Por su parte, Cruyff siempre se reconoció deudor de Michels”.

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El técnico, que a su paso por el Barça arrastró el mote de ‘Míster Mármol’, no puede controlarse y explota: con lágrimas en los ojos, acierta a balbucear: “Os prometo que si mañana no ganamos os devolveré el reloj”

 

El seleccionador apura su bebida con parsimonia mientras contempla la panorámica general: su equipo convive en armonía unas horas antes de disputar el cetro continental y unos días después de derrotar a su eterno enemigo alemán. Europa elogia a estos nuevos holandeses, recupera viejos apodos y actualiza su fascinación por un fútbol que apellidan total. Quizá sea ese el momento más feliz de Michels: ese fugaz instante en el que cree que todo está en orden, que no hay detalle que escape a su control. Pero no, ni siquiera Michels lo tiene todo absolutamente controlado.

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“En realidad, deudores de Michels se reconocen casi todos los técnicos de los Países Bajos. En la actualidad, el premio al mejor entrenador holandés de la temporada lleva su nombre y es casi el único elemento en común entre figuras tan dispares como Johan Cruyff y Louis Van Gaal, Leo Beenhakker y Frank de Boer, Dick Advocaat y Marco Van Basten”.

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Entre sorbo y sorbo, un futbolista se pone de pie. No se trata de un cualquiera, sino de Ruud Gullit: capitán Oranje, estrella mundial, icono del jugador global que exige la filosofía holandesa, 191 centímetros de músculo y rastas, puro elogio del mestizaje. “Esto es para usted, entrenador”, le espeta a Michels. De su interminable brazo cuelga una pequeña cajita, como las que los enamorados ofrendan a sus novias prometiéndoles amor eterno.

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“Tenía una personalidad áspera, difícil, muy estricta. Pero aquel verano se mostró extrañamente
cálido, cercano, tierno”.

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Michels abre la caja. Un impresionante reloj reluce en su interior. Impresionante y caro. El técnico, que a su paso por el Barça arrastró el mote de ‘Míster Mármol’, amaga como de costumbre con reprimir sus reacciones. Sin embargo esta vez no puede controlarse y explota: con lágrimas en los ojos, acierta a balbucear: “Os prometo que si mañana no ganamos os devolveré el reloj”. El grupo prorrumpe en una sonora carcajada. Michels se excusa: está tan emocionado que cruza la calle para, desde una cabina, telefonear a su esposa Wilhelmina y contarle orgulloso que una panda de chavales magníficos le aprecian. Definitivamente, este verano de 1988 está siendo de lo más extraño. Tanto que igual mañana a Holanda por fin le da por ganar un título.

 


Este reportaje está extraído del interior del #Panenka20, dedicado a la ‘Oranje Total’. Si quieres leer más historias relacionadas con el tema, hazte con el número aquí.