La fría tarde del seis de diciembre de 2018, al finalizar las clases universitarias, me dirigí con un amigo al bar que solemos frecuentar para tomar algo y charlar. Cerveza en mano, nos pusimos a hablar con nuestro camarero de confianza; su nombre es Cristian, y es argentino. Sólo faltaban tres días para la esperadísima final de la Libertadores, por tanto, la pregunta era obligada: ¿River o Boca? “Yo soy más de Boca, aunque mi papá jugó en River…”, me contestó Cristian. Mi amigo y yo nos quedamos con la boca abierta. Pedimos otra ronda y dejamos que el entusiasta camarero nos explicase la historia de su padre. La historia de Héctor Oscar Ártico (Córdoba, 1942), el jugador más polivalente de aquel mágico River Plate campeón del Metropolitano en 1975 -después de una gran sequía de títulos- que también salió campeón nacional el mismo año y que sellaba el paso a la Libertadores de la siguiente edición, en la que sería finalista. Una vez acabó, le afirmé que un día de estos lo entrevistaríamos. Un año después, y bajo el paraguas de Panenka, heme aquí, dispuesto a cumplir mi promesa. Y qué mejor contexto para hacerlo que la vuelta de River a una final de la Libertadores.
¿De donde proviene su apodo “El Gringo”?
De una colonia italiana. Soy un gringo mestizo de padre con descendencia italiana. [En Argentina no se designa la palabra ‘gringo’ hacia los norteamericanos como en otros países de Latinoamérica. Según me explica Cristian, es un apodo puesto a las personas con origines italianos o venidas del campo. Se dice que, originalmente, fueron los mexicanos en la Batalla del Álamo de 1836, los que hacían referencia al color verde de los uniformes estadounidenses gritándoles: “Green Go!” (¡Fuera los verdes!)].
Empezó como profesional en Talleres de Córdoba, donde cosechó un gran éxito en 1974 siendo clave en el eje defensivo. ¿Qué recuerda de aquella época?
Aquello fue el comienzo de mi carrera. Fue la etapa más importante. Es donde uno empieza a dar los primeros pasos para tener la posibilidad de jugar en un equipo de Buenos Aires; River, Boca, Independiente, Racing, San Lorenzo… Uno se va dando cuenta que va aprendiendo y que puede llegar a jugar a ese nivel.
Aunque empezó como atacante, ¿no?
Sí, jugaba de ‘volante’ y después me hice defensor. Jugué de ‘seis’.
¿A qué se debe ese cambio?
Yo siempre jugué de ‘seis’, pero había técnicos que me ponían de ‘cinco’, otros de ‘ocho’. Siempre fui un jugador polifacético y no todo el mundo puede jugar en dos o tres puestos. Incluso en River jugué de ‘diez’, haciendo goles, porque Labruna no tenía a quien poner en ese lugar. Y hablamos de un equipo grande: como en España el Madrid o el Barcelona. Dependía de lo que me decía el técnico, así que me adaptaba a las situaciones del equipo. Y siempre me fue bien.
Se le cita en varios medios como un jugador noble, con garra, llegador, enérgico… ¿Se reconoce en esas valoraciones?
Bueno, me decían ‘tractor’ o ‘camión’ por la potencia que tenía. Ese era mi mejor punto. Era mucho más fuerte que los demás y garra no me faltaba nunca. Entonces uno aprovechaba y entendía futbolísticamente lo que era mejor de cada jugador. Aprendía lo mejor de ellos y lo aplicaba a cómo era yo; fuerza y garra.
En 1975 ficha por River. ¿Qué se siente la primera vez que se pisa el Monumental?
Yo estaba acostumbrado a jugar en Córdoba con Talleres, y juntábamos a 5.000 personas. Pero jugar en River, con 50.000 o 60.000 aficionados, era algo que a uno le hacía temblar los pies. El coraje y la garra me ayudaban a superar esas cosas.
¿Se ponía muy nervioso antes de un partido?
No, no. Tuvimos un año muy bueno con Talleres y nos enfrentamos a equipos muy grandes de Buenos Aires. Algunos les ganábamos acá, otros allá. Entonces, ya teníamos confianza para decir: “Bueno, podemos jugar en el fútbol grande”. La esperanza era esa.
¿Cómo eran los enfrentamientos contra Boca?
Es el ‘Súper Clásico’. Yo estaba acostumbrado a jugar los derbis de la ciudad de Córdoba, pero era como en España el derbi gallego. En cambio, ante Boca, todo cambiaba. No podías arrugarte, había que meter como fuera y había que sacarlo siempre hacia delante. Y más ese año [1975] que teníamos que salir campeones sí o sí. También teníamos la suerte de que Boca estaba jugando la Copa Libertadores y, por tanto, aquel equipo jugaba con muchos suplentes y nosotros no.
¿Era muy supersticioso antes de un partido? ¿Tenía algún ritual especial o algo?
La verdad es que no. Más allá de que si trabajaba bien durante la semana, me sentía bien, entrenaba bien, me cuidaba bien, descansaba y demás, me salía a cuenta. Si llegaba bien descansado a un domingo, sabía que lo iba a hacer bien. Aunque había jugadores con los que te tenias que remangar y marcarlos de cerca porque eran tipos que hacían muchos goles y no era fácil. Pero bueno, había empeño para seguir luchando.
“River llevaba 18 años sin alzar un título. Esa temporada, teníamos claro que saldríamos vencedores”
Volvamos a aquel River que se conoció como “el equipo de Labruna”. ¿Cómo era aquel conjunto?
Labruna era un técnico muy especial. Un día nos preguntó: “¿Aquí uno cuando sale campeón?”, a lo que le respondimos que nos faltaban dos fechas, así que lo seríamos sacando dos o tres puntos de seis. “No, muchachos”, nos dijo. “¿Saben cuando se sale campeón? Cuando se eligen los jugadores. Y yo ya elegí a los míos y seremos campeones”. Antes del torneo ya nos dijo que ese año lo seríamos. Creo que tenía una postura muy firme y un muy buen ojo para elegir a los futbolistas; escogió lo necesario para salir victoriosos de dos campeonatos.
De hecho, aquella escuadra contaba con muchos jugadores de renombre como Alejandro Sabella, Daniel Pasarella o Roberto Perfumo.
Y Ubaldo Fillol, Pedro González, Oscar Mas, Luqué… Fijáte si miraba bien el viejo [Labruna] que Luqué fue figura de la selección; un tipo que tenía 27 o 28 años y todo el mundo se negaba a ficharlo. Finalmente, terminó jugando en la selección y siendo un jugador importantísimo.
De todos aquellos compañeros, ¿con quien tenía más afinidad?
Bueno, con Pablo Comelles llegamos juntos de Talleres, pero realmente me llevaba bien con todos. Éramos un grupo de muchachos que íbamos a por el mismo objetivo y había que darle para adelante. Si alguno se salía del camino había que decirle que regresara. Siempre los más veteranos tienen la posibilidad de corregir a los más jóvenes.
¿Hay alguna anécdota que recuerde con especial cariño?
La primera vez que Labruna me llamó para jugar de ‘ocho’. Yo le dije que no estábamos en Talleres, que en un equipo grande no podía jugar en esa posición. Él me replicó: “¡Ah, ya estás arrugándote! ¿No era usted el que iba a ir al frente? Si yo lo elegí, sería por algo. Así que hoy usted va a jugar de ‘ocho’”. Y ese día [contra Rosario Central] jugué donde me dijo y tuve que marcar a Mario Kempes. Lo tuve que perseguir por toda la cancha y no dejar que tocara la pelota. Y así fue. ¿Sabe cómo hizo gol ese día el Mario? Olímpico, en un córner. [risas] No había agarrado ninguna pelota. El muy canalla le pegó tan bien que pegó en el poste y entró. Al final, pudimos ganar el partido porque le robé la bola a Kempes y le pegué desde la frontal. El balón entró por un rebote y el viejo Labruna me gritó: “¡Vio, vio como tenía que jugar de ‘ocho’! ¡Ese gol nos hizo ganar!” [más risas]
“Hablar de Labruna era como hacerlo de Menotti, Lorenzo o Bilardo. Fue un técnico reconocido”
¿Qué significó Labruna para usted?
Nosotros éramos muy jóvenes. Él ya venia de Buenos Aires, de jugar muchos partidos con el River de la “Máquina”. Era un hombre con mucha inteligencia. Era como hablar del ‘Toto’ Lorenzo, de Menotti, de Bilardo; un técnico reconocido. Para mí, en esa época, era el mejor escogiendo jugadores. Decía: “Si usted elige mal, no será campeón” Y él eligió a los que ese año seríamos campeones antes de empezar la competición. Hay que tener coraje para decir eso después de tantos años sin ganar nada.
Aquel mismo año, salen campeones nacionales, y también ganan el Metropolitano después de 18 años sin alzar un título. Histórico.
Sí. Y en 1977 volvimos a salir campeones del Metropolitano, con casi los mismos jugadores.
Eso les dio acceso a disputar la Libertadores al año siguiente, en la que llegáis a la final. Y perdéis contra Cruzeiro. ¿Qué es lo que más recuerdas de aquella competición?
Recuerdo un partido que volví a jugar de ‘ocho’. Yo estaba preocupado porque no era mi posición. A lo que el técnico me dijo: “Usted juegue y hágase cargo de lo suyo, que yo cargaré con lo mío. Ahora bien, si usted no quiere la camiseta me avisa y me la devuelve”. [risas] Y yo no iba a devolverle mi camisa. El tipo te pinchaba en el estómago de una. Te motivaba y te hacía salir a la cancha como un león.
¿Y de la final?
Hay dos equipos y uno va a ganar y el otro no. Nos tocó perder a nosotros porque tenían un equipo muy bueno de media cancha hacia arriba. Estilo brasileño. Igual que ahora, siempre sufren más atrás, pero de medio campo hacia delante son unas máquinas.
¿El River contemporáneo es mejor que el de aquel tiempo?
[Piensa mucho la respuesta]. No, yo creo que son épocas distintas.Sin tener en cuenta la amistad, quien le parece mejor entrenador: ¿Ángel Labruna o Marcelo Gallardo?
Bueno, también Gallardo elige muy bien a los jugadores. Por algo viene cuatro o cinco años jugando finales. En el historial, está sacando ventaja a Labruna porque él no estuvo tanto tiempo en River. Gallardo es muy buen entrenador. Es muy ágil, pone bien a los jugadores y estos responden. Ahora jugarán una final; depende de cómo se levante River ese día, le jugará de igual a igual a Flamengo.
¿Cree que dará el salto a Europa?
Se decía que iba a ir a Europa, pero Gallardo es como Labruna; tiene el corazón de River. Él está bien allá y la gente lo quiere. Puede que venga algún equipo y si le llega una oferta muy grande cambie la historia, pero creo que este año todavía no se va a ir.
¿Cuál cree que sería el equipo ideal para el ‘Muñeco’ en el Viejo Continente?
El Barcelona, por el estilo de juego. Son equipos muy similares con River. Les gusta el buen fútbol. Ha ido cambiando muchos jugadores, pero ha mantenido la esencia.
“El fútbol es un deporte en el que se gana, se pierde y se empata; pero no por eso hay que ir matando gente”
El River-Boca de la pasada edición de la Libertadores se conoció como la final de “la vergüenza”. ¿Qué sintió ese famoso día?
A mi como ex jugador me dolió mucho. Es una final que se tendría que haber jugado acá, en Argentina. Cueste lo que cueste. Y si hay que darles palos a unos cuantos, a esos que no entienden que las cosas tienen que hacerse de manera correcta y no tirando piedras, se les da. Es un deporte en el que se gana, se pierde y se empata, pero no por eso hay que ir matando gente.
¿River alzará su quinta Libertadores ante Flamengo?
Es muy difícil vaticinar un triunfo tanto de uno como del otro. Si los brasileños se levantan bien, de mitad de cancha para arriba son temibles. Y si River se levanta bien igual. Puede ser un gran partido: con fuerza, áspero, nadie va a querer regalar nada. Si yo fuera técnico le diría al vestuario: “Muchachos, acá tenemos que dejar todo”. Si perdemos dejando todo en la cancha, yo los felicito. Hay que correr los 90 minutos.
Volvemos atrás en el tiempo. Pese a su buen rendimiento, Menotti no le convocó para el Mundial de Argentina‘78 que finalmente ganaron. ¿Qué sentió?
Menotti tenía sus jugadores y es totalmente respetable. Cada técnico tiene su idea futbolística. Convocó a Passarella [compañero suyo en River] y jugábamos los dos en la misma posición, así que no nos iba a llevar a los dos. Passarella siempre fue jugador de la selección y de Menotti, así que por ahí no me iba a llegar.
¿Algún día tenía la esperanza de jugar para el combinado nacional?
Si algo me quedó en el tintero, como decimos los argentinos, fue ponerme la camiseta de Argentina y jugar por la selección. Es lo único que me faltó. Pero bueno, no podía recriminar nada a Menotti porque ganó ese Mundial y Passarella fue el gran capitán. Él creyó en ese jugador, y este le rindió. Y eso es lo importante.
¿Ve a Argentina como una de las favoritas para llevarse la Copa América de este verano?
Argentina está pasando por un cambio generacional. El otro día le ganamos a Brasil en un amistoso con gol de Messi, pero el recambio es muy ambicioso. Ya el ‘Kun’ está jugando los últimos partiditos, Messi está al borde del filo… Se está apostando por ‘pibes’ nuevos y jóvenes, y eso costará. No se puede hacer de un día para el otro.
Finalizamos la entrevista. Le agradezco su atención y le pregunto si quiere añadir algún comentario más. ‘El Gringo’, lejos de pensar en el deporte, me pide que le transmita un mensaje a una persona en concreto. A su hijo: “Mándale saludos a Cristian. Dile que, si puede venir para este lado del mundo, que lo haga, que le extrañamos. Uno no deja de quererlo y de pensar por su bien”. Le prometo hacerlo con el corazón en un puño. Pero, esta vez, no me demoraré un año para cumplirlo.