Las peores ilusiones de nuestra vida empiezan siempre con un y si. Y si me despiden. Y si no le gusto. Y si no puedo. Y si todo se va al carajo. Y si, en bucle. Y si, como miedo a todo. Como temor al fracaso, como pánico a la derrota. Como si tu mente solo fuera capaz de proyectar una película de terror en tu cabeza 24/7.
Por suerte, los y sis pueden alimentarse de otro tipo de ilusiones. Las positivas, las sanas, las que nos dan impulso para levantarnos cada mañana con ganas de comernos el mundo. Y si me dan un ascenso. Y si llego. Y si me ama. Y si soy un genio. Y si, como remedio al miedo, al temor, al pánico, a la incertidumbre. Y si, como salvación y dominio del demonio que todos llevamos dentro para encontrarnos con el ángel.
En 2008, en vísperas de una nueva Eurocopa, España se debatía entre dos y sis, entre dos mundos contrapuestos que chocaban a diario, en la tele, en la radio, en el bar, en el trabajo, en casa y en la grada. Por suerte, a medida que fueron superándose etapas del torneo, los primeros y sis se empezaron a esfumar. ¿Y si el ‘7’ de España debiera ser el de siempre? Tres goles del nuevo ‘7’ en el primer partido. ¿Y si con tipos tan bajitos somos incapaces de frenar al gigante Ibra? 2-1 en el siguiente encuentro. ¿Y si estamos faltos de nombres que infundan miedo en los rivales? Otro 2-1 con los suplentes en el último encuentro de la fase de grupos.
Llegaba Italia. Los cuartos. Y España entera era incapaz de sacarse de la cabeza la cantinela de la maldición de los cuartos. Todos cantaban el “ya estamos hartos, pasad de cuartos” de Pignoise. Y pasaron. Porque creyeron. Porque jugaron mejor. Porque lo merecían. Porque los futbolistas de aquella selección se empecinaron en no escuchar todos los y sis que el país al completo les repetía cada mañana, se aferraron al eslogan de aquel verano, podemos, copiándole la idea a un Barack Obama que hacía historia sentándose en la butaca del despacho oval. El primer negro en hacerlo. ¿Y por qué no aquellos chavales podían enviar al garete los pronósticos? ¿Por qué no podían cargarse a Rusia en semis? ¿Por qué no podían soñar con ganar a Alemania en la final?
Quizá en la noche del 28 de junio de 2008, cuando todo el país se puso a dormir, fuera difícil conciliar el sueño sabiendo lo que se venía 24 horas después. Y si su fuerza, su garra, su firmeza, son indestructibles. Y si no estamos preparados para esto. Y si Gary Lineker tenía razón. A la hora del partido todos estos y sis volvieron a esfumarse. Vinieron nuevos. Mejores. Convincentes. En el minuto 33 lo confirmaron. ¿Y si no había por entonces un centrocampista en el mundo que dominara el pase, el espacio y el tiempo como Xavi, para dibujar una asistencia milimétrica? ¿Y si en ese 2008 Fernando Torres era, si no el mejor, uno de los mejores delanteros del momento, para escabullirse del defensor y colarla con sutileza por encima del arquero? ¿Y si aquel balón solo tenía un destino para hacer justicia? ¿Y si aquellos jóvenes estaban a punto de inaugurar una de las mayores hegemonías de la historia de este deporte?
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Fotografía de Imago.