Pasaportes

Yo quiero ser Gonzalo Montiel

Dos penaltis para ganar dos títulos en cinco meses. Todos querríamos que la historia de Gonzalo Montiel fuera la nuestra. Pero es suya y de nadie más.

Lo que todos soñamos con hacer una sola vez en la vida, marcar el penalti decisivo que convierte a nuestro equipo en campeón, Gonzalo Montiel lo ha vivido por partida doble en cinco meses. Así, con el Modo Dios activado, como si el destino no pesara nada y cupiera en el bolsillo del pantalón. La temporada del lateral del Sevilla es tan brillante que al mirarla los médicos recomiendan ponerse gafas de sol. En diciembre permitió a los argentinos volver a levantar un Mundial y ayer acabó de convertir a José Luis Mendilibar en un mito del sevillismo. En ambos casos, con un último tiro dramático desde los once metros, como si supiera que la felicidad es una flor rara que solo crece en el borde de los precipicios. No se sabe quién ha estado escribiendo desde la sombra estas últimas páginas de la historia de Montiel, pero es bastante probable que vaya borracho y tenga ganas de dar abrazos a todo el mundo. “No hago nada sin alegría”, decía Montaigne. Necesitamos más cuentos que acaben bien. En Budapest, la fortuna del exjugador de River Plate dibujó otro tirabuzón en el aire. Falló su primer lanzamiento, solo que el VAR obligó a repetirlo al detectar que Rui Patricio se había adelantado para atajarlo. Montiel se habría podido tirar la noche entera comprando boletos, que todos hubiesen salido ganadores. A la segunda, ya no perdonó. Hay días así, en los que siempre sale cara. Bajas a la estación y justo llega el metro, entras al baño del bar y te encuentras cinco pavos, fallas un penalti y te hacen repetirlo. Es difícil dar con una explicación que justifique la buena suerte. Quizá no merece la pena ni buscarla. Cuando era pequeño, varios chavales del pueblo teníamos la costumbre de subir una montaña con las bicis y luego bajarla cagando leches. Era un modo como cualquier otro de pasar el verano. Un año, tomé una curva demasiado rápido y, literalmente, salí volando por encima del quitamiedos. Esa carretera tiene un total de 19 giros, de los que solo dos no limitan con un barranco. Como estoy escribiendo esto, ya sabéis en cuál me metí la hostia. Cuando llegué a casa, temblando y con las rodillas y los codos pelados, me hice a mí mismo una promesa: no volver a preguntarme por qué.

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Fotografías de Getty Images. 

Marcel Beltran
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Marcel Beltran

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