Camiseta color púrpura, patrocinio de Toyota y el dorsal diez en la espalda. Estamos en Florencia, ciudad renacentista por antonomasia, donde el arte se descubrió como arte y donde Adrian Mutu renació de sus cenizas cuando el fútbol ya lo daba por muerto. Cual lírica de Maquiavelo o el pincel de Miguel Ángel. Una estrella estrellada, símbolo de una Rumanía naciente, que encontró en la capital toscana un lugar donde brillar. El Artemio Franchi era su lienzo. El balón hacía de brocha. Los goles, obras de arte. Fueron tres temporadas efímeras, echadas por la borda por un error de principiante, pero también tres temporadas en las que regresó la mejor versión de Mutu: 69 goles y 29 asistencias. Un delantero superado por su frenética vida fuera de los terrenos de juego, que se marchó por la puerta de atrás, pero que dejó un imborrable recuerdo que aún perdura en las galerías florentinas.
Una historia más propia de una película de Tarantino define la carrera de Adrian Mutu. En Rumanía parece que le han perdonado todos sus pecados. Quizá por ser ahijado de Gheorghe Hagi o porque ha sido uno de los jugadores rumanos más ilusionantes en las últimas décadas. Pero, desde luego, desde los bosques de Transilvania hasta el gigantesco parlamento de Bucarest, el nombre de Adrian Mutu sigue evocando a un futbolista único que pudo marcar época. Nacido en Călinești, una pequeña localidad al pie de los Cárpatos meridionales, la carrera futbolística del apodado Il Briliantul se inició en las categorías inferiores del Argeș Pitești. Tenía 17 años cuando debutó con el primer equipo en la máxima categoría. Por aquel entonces, propiedad de la empresa automovilística Dacia, Mutu era uno de esos jóvenes destinados a salir pronto del nido y volar rumbo a alguno de los grandes clubes rumanos. Así fue como, en 1998, llegó al Dinamo de Bucarest con una oferta equivalente a 600.000 euros para convertirlo en su gran estrella. En solo una temporada y media, marcó 22 goles en 32 partidos.
Empieza entonces el idilio de Adrian Mutu con Italia. Llega la oferta irrechazable del Inter de Milán, que ofrece más de un millón de euros. Pero, con 20 años, a Mutu se le hace grande un equipo que cuenta con Laurent Blanc, Seedorf, Ronaldo, Roberto Baggio y un joven Andrea Pirlo, todavía sin hueco en el equipo. Será un inicio duro, pero aparece Hellas Verona, que le brinda el contexto idóneo donde irrumpir a base de goles. Y, aunque insuficientes para evitar el descenso, su talento ya no deja a nadie indiferente. Así es como el Parma desembolsa 10 millones de euros para hacerse con él, seguramente en la temporada más prolífica de su carrera: 18 goles, 14 asistencias y un ataque temible junto a Adriano. El equipo se clasifica para la Copa de la UEFA, y en Europa se frotan las manos con ese caramelo.
A golpe de talonario, el Chelsea se adelantará a todos. Y es que, con la llegada de Roman Abramovich al club, Stamford Bridge iniciaba una reconstrucción. Hasta 111 millones de libras para incorporar a Adrian Mutu, Claude Makélélé, Hernán Crespo, Juan Sebastián Verón y Damien Duff, entre los dieciséis fichajes del equipo durante el mercado de 2003. Once días después de ser presentado, Mutu debuta bajo las órdenes de Claudio Ranieri -por cierto, italiano- y marca el gol de la victoria frente al Leicester. Pero su inicio fue fulgurante: en seis partidos ya había dejado cinco goles, especialmente recordado el doblete ante el Tottenham que dio la victoria por 4-2. Muchos ya lo comparaban con Ruud van Nistelrooy. Pero, de repente… empieza la mala vida.
Una estrella estrellada, símbolo de una Rumanía naciente, que encontró en la capital toscana un lugar donde brillar. El Artemio Franchi era su lienzo. El balón hacía de brocha. Los goles, obras de arte
Su modélica vida -casado y estudiante de abogacía- comienza a desmoronarse con las constantes incursiones en la noche londinense. A pesar de que en su primera temporada juega 36 partidos, los excesos de Mutu con la fiesta, las infidelidades y las sustancias empiezan a ser preocupantes. Especialmente en su segunda temporada en Londres, ya con José Mourinho en el banquillo. Su relación con el técnico portugués se ve condicionada desde el primer momento y Mutu, que por entonces ya había pintado varios lienzos con su irreverencia sobre el césped, desaparece. Enfrentado con Mourinho, aquella temporada solo disputa dos partidos. Una de sus discusiones llega tras viajar a Rumanía para jugar con la selección a pesar de encontrarse con molestias físicas. La respuesta de Mourinho será sancionarlo con dos semanas de sueldo.
Mutu llegaba tarde a los entrenamientos y era el foco mediático de los tabloides londinenses, como cuando se filtraron videos manteniendo relaciones sexuales con la actriz porno Laura Andersen. Los tabloides no tardaron en hacerse eco de la “tentadora de Transilvania”, que llegó a declarar públicamente que el delantero le había chupado la sangre. Pero la gota que colmó el vaso fue provocada tras ser descubierto en un club de striptease en Rumanía en septiembre de 2004. Desde el Chelsea se hicieron eco de la noticia, y preocupados por su situación, decidieron tomarle una muestra de orina. Para sorpresa de nadie, dio positivo en cocaína. Sin excusa posible, la FA le suspenderá durante siete meses y el Chelsea rescinde su contrato. Pero no acaba aquí: el Chelsea le demanda por incumplimiento de contrato, y un juez le ordena pagar el precio de su traspaso, de unos 15 millones de libras, además del salario de una temporada. Empezaba otra carrera para Mutu: la de los tribunales. Años de apelaciones y fallos en contra de Mutu, que todavía hoy tiene la obligación de abonar tal cantidad de dinero, algo inasumible.
No habían pasado tres meses, e Italia apareció de nuevo, esta vez como redención. La Juventus. Una operación abrupta, eso sí, porque al no tener un cupo disponible para fichar a otro futbolista extranjero, hicieron participar al Livorno, que firmó al jugador y luego lo vendió a la ‘Vecchia Signora‘. Todo eso durante el mercado invernal de 2005, cinco meses antes de que venciera la sanción. Tal movimiento acabó salpicando a ambos equipos italianos, que durante el proceso judicial de Mutu con el Chelsea, la Cámara de Resolución de Disputas de la FIFA decidió que tanto Juventus como Livorno se vieran obligados a pagar parte de la compensación que los ingleses demandaban por el simple hecho de haber realizado aquella operación antes de acabarse la sanción. Finalmente, y tras apelación al Tribunal del Arbitraje para el Deporte años después, se vieron exentos a realizar dicho desembolso.
En cuanto al fútbol, Adrian dejó destellos en la Juventus. En la temporada 2005-06, tras haber debutado en el último partido del curso anterior, jugó 32 partidos marcando siete goles. Pero no corrían buenos tiempos para la entidad de Turín, que a pesar de ganar los dos Scudettos, acabó siendo descendida administrativamente a Serie B tras destaparse el escándalo del Calciopoli. Madre la que lío Luciano Moggi. Y con la Juventus relegada, a Adrian Mutu le tocará buscar otro destino. No se marcha muy lejos, pero se aleja del cielo gris piamontés para llegar a un lugar idílico, la Toscana. Quien fuera su entrenador en el Parma, Cesare Prandelli, le elige como sustituto de Luca Toni en la Fiorentina, que acaba de firmar por el Bayern.
Y bien que hace Cesare, porque Adrian Mutu recupera la sonrisa. Quizá fueran los atardeceres florentinos, la Galería de los Uffizi, el Ponte Vecchio o la Piazza del Duomo. Nunca lo sabremos, pero lo cierto es que el Artemio Franchi disfrutó de su talento y celebró cada uno de sus goles. 17, 23 y 15. Esas fueron sus cifras. Como si del Renacimiento se tratará. Después de su particular Peste Negra, Adrian Mutu se convierte en el hombre de Vitruvio. Es el epicentro de la Fiorentina. Quien le da armonía al equipo. Quien, a pesar de no ser perfecto, imparte la belleza en su particular jardín de las delicias. El David de Miguel Ángel. El diez del equipo ‘viola‘. Tres años idílicos, donde los problemas desaparecieron e incluso en los que rechazó una oferta de la Roma de 18 millones de euros solo por amor a la Fiorentina. Adrian era el mejor delantero de Italia. Pero el éxito es efímero.
La gota que colmó el vaso llegó tras ser descubierto en un club de striptease en Rumanía. Desde el Chelsea se hicieron eco de la noticia, y preocupados por su situación, decidieron tomarle una muestra de orina. Mutu dio positivo en cocaína
En enero de 2010 dará positivo en sibutramina, y de nuevo, se derrumbará el castillo de naipes. Aquello le acarreará una sanción de nueve meses de suspensión. Es más, el club le suspende por incumplimiento de contrato, y aunque se incorporará para la temporada siguiente tras pedir perdón públicamente, ya es demasiado tarde. Seis días antes de que termine la sanción, Adrian Mutu agrede a un camarero en un bar de la ciudad y la noticia se expande rápidamente. Eso no es todo. Según fuentes policiales, el Servicio Rumano de Información le relaciona con una mafia rumana que pagaba sus deudas a cambio de sus servicios de imagen. Pero qué mas dan las noticias que corretean por las calles de Florencia. Adrian Mutu ya ha vivido su última cena.
Y a partir de ese momento todo pasa muy rápido. Eso sí, se queda en Italia. Su alto salario le obliga a abandonar la Fiorentina en 2011, y aparece el Cesena. ¿Otra redención? No, no estamos en la cuna del Renacimiento. Y aunque no lo hace mal, marca ocho goles en 28 partidos, Mutu partirá hacia Córcega. Allí donde Napoleón Bonaparte dio, literalmente, sus primeros pasos. Ajaccio le acoge con los brazos abiertos, pero Mutu ya es incapaz de asentarse en un equipo. Incluso en su propia selección, donde será suspendido, primero tras pillarle bebiendo en un bar a altas horas de la madrugada y después por mofarse en redes sociales del seleccionador Victor Piturca por su parecido a Mr. Bean. No estuvo mal aquí, la verdad.
Sus últimas balas sobre el césped las disparó en el Petrolul Ploiești (Rumanía), el Pune City (India) y el Târgu Mureș (Rumanía), antes de retirarse en 2016 con 37 años. Un final triste. Un final oscuro. Podríamos decir de él muchas cosas. Que si fue un juguete roto, que si hubiese tenido la cabeza amoblada, otro gallo cantaría, o todavía mejor, la típica frase de lo que pudo ser y no fue. Pero seguro que en Florencia no están de acuerdo con nosotros. Porque allí sí que fue. Aunque solo fueran tres años. Pero ya lo dicen en Carolina Durante: “Rara vez las cosas son para siempre. Y cuando dices que te vas, es que ya te has ido. Se avecina un gran cambio, yo lo entiendo. Seguiré celebrando tus goles en otro equipo. Yo no te olvidaré. Yo no te olvidaré jamás. Yo no te olvidaré. Yo no te olvidaré jamás“.
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Fotografía de Getty Images.