Hay días en el calendario que son ‘azúcar’, donde todo vale. Como si fueran un oasis en el desierto del año, sin preocuparnos lo más mínimo qué pasará mañana ni lo que pensábamos ayer. Nos volvemos más flexibles, juzgamos menos, perdonamos y entendemos más. El de Nochebuena es uno de esos días. Mamá va un poco piripi. Pero no tanto, eh. Papá revienta a polvorones. La excusa de que el lunes empieza la dieta le libra de cualquier pecado. La abuela se toma un vinito. Que estamos en Navidad, va. Lo hacemos porque es Nochebuena; una vez al año, dicen, no hará tanto daño.
Y allá por 1931, algo así debieron pensar los futbolistas del Clapton Orient -actual Leyton Orient-. Era Nochebuena y al día siguiente, en Navidad, jugaban un encuentro de la Third Division South frente al Bournemouth -al que antes le acompañaba el apellido ‘and Boscombe Athletic’-. Lo suyo hubiera sido reunirse en familia para celebrar las fiestas, tomar a lo sumo una copa de vino y a la cama pronto, que mañana hay partido. Pero no. A los del Clapton les importó un carajo el Bournemouth, el partido y el fútbol. Aquel día tocaba celebrar la Navidad. Y lo hicieron bebiendo. Vaya si bebieron. Se pillaron todos una turca memorable. De esas en las que no sabes muy bien si eres tú el que aguanta el vaso o es el vaso el que te aguanta a ti, aunque probablemente sea la segunda de las opciones, no nos engañemos.
El entrenador podría haberles metido una bronca descomunal por su falta de profesionalidad pero se sumó al carro festivo navideño: trajo barriles de cerveza para todo el equipo. Y bebieron. Y bebieron. Y volvieron a beber
Al despertarse a la mañana siguiente, todos convocados para el partido. De uno en uno, iban llegando los futbolistas y sus caras, cuenta la historia, eran un auténtico poema. Una resaca de esas en las que ni una ducha de agua congelada ni un par de gelocatiles arreglan la situación. Para rematarlo, apareció el entrenador. Podría haberles metido una bronca descomunal por su falta de profesionalidad pero se sumó al carro festivo navideño: trajo barriles de cerveza para todo el equipo. Y bebieron. Y bebieron. Y volvieron a beber. Como los peces en el río, aunque antes de un partido de fútbol; algo diferente a cómo nos cantaban la canción de pequeños. Y, claro, la borrachera que llevarían en el vestuario debió ser antológica.
Pese a que ninguno de ellos estaba en condiciones de saltar al césped, se calzaron las botas y pisaron el terreno de juego para disputar el partido. Todo un acto de fe -y de sufrimiento, de paso- aguantar 90 minutos en pie tal y como iban. Aquello podría haber sido bochornoso, una tunda de escándalo, once sobrios contra once ebrios. No fue así, el Bournemouth solo fue capaz de anotar dos tantos y el Clapton, a saber cómo, metió otro. Así que de tunda nada. Sorprendente, después de que el delantero Ted Crawdford reconociera años más tarde que cada salto de cabeza se convertía en un martirio. No sabía cuál de las dos pelotas que veía era la que tenía que rematar, la real, y cuando volvía al suelo tras el brinco su estado de embriaguez le hacía caer desplomado sobre el pasto, incapaz él de mantener el equilibrio.
Al día siguiente, ya recuperados todos ellos de la borrachera navideña, el Clapton Orient y el Bournemouth se volvían a ver las caras. Esta vez la historia fue diferente: de igual a igual, sin cenas de Nochebuena ni entrenadores que llegan a la convocatoria cargados de birras para compartir en familia. Y el partido, también acabó diferente: victoria por 0-1 del Clapton Orient. Una revancha sobria después de una memorable turca navideña.
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