La historia empezaba como tantas otras. Un joven brasileño, mucho dinero de por medio y los mejores clubes del mundo atentos a la puja para llevárselo a su estadio. Toda Europa esperaba al que pintaba como nuevo crack del fútbol mundial. Se quedaban atontados con sus regates, cada una de las bicicletas con las que retaba al defensor hacían subir un ‘kilo’ la operación y sus diabluras cerca de la línea de cal le situaban como el enésimo heredero de Garrincha. Pero esta historia, pese a que el guión cumpliera todos los requisitos para que el futbolista acabase vistiendo la camiseta de alguno de los más grandes clubes europeos, acabó de manera muy diferente. La joven perla hacía oídos sordos a los cantos de sirena que venían desde los Barcelona o Real Madrid de turno y se vestía de verdiblanco. El Betis daba un golpe sobre la mesa codeándose con los más grandes. Suyo era el fichaje más caro de la historia de este deporte. Denilson de Oliveira aterrizaba en Sevilla con la etiqueta de la promesa que aspiraba a convertirse en uno de los referentes del fútbol mundial en el nuevo siglo.
Era agosto de 1997. El conjunto verdiblanco había desembolsado más de 5.800 millones de las antiguas pesetas -lo que hoy serían unos 32 millones de euros-. Una auténtica barbaridad por aquel entonces. Más aún, cuando el Betis le cedió un curso más a su club de origen. Por lo que la afición bética tuvo que esperar un año entero para que ese diamante en bruto llamado Denilson empezara a plasmar sobre el césped del Manuel Ruíz de Lopera los regates de dibujos animados que ya le habían visto al debutar con la Canarinha y ganar una Copa América y una Copa Confederaciones, de la que salió como Balón de Oro del torneo.
Un año después de entrar en la historia del mercado de fichajes, y tras un curso cedido en el Sao Paulo, San Mamés esperaba al Betis para acoger el primer partido de la Liga. El conjunto local no sería el Athletic, si no el Alavés, que jugó de prestado en la Catedral a inicios de la temporada 1998-99 debido a las obras que se estaban haciendo en el estadio de Mendizorroza para adecuarlo a la normativa de Primera División, categoría en la que no habitaban desde hacía 42 años. Así, uno de los feudos con mayor tradición del fútbol español recibiría a Denilson en su llegada al Betis. El partido acabó 0-0 y poco se vio a Denilson sobre el césped de San Mamés.
“El fútbol brasileño es muy lento, yo podía regatear a cinco o seis jugadores. En España eso era imposible. Hacía falta soltar el balón antes. Tardé tiempo en comprenderlo”
El problema con el brasileño se acrecentaba a cada jornada que pasaba. Jugaba poco y, cuando lo hacía, esas arrancadas cerca de la banda, esas bicicletas para zafarse del rival y sus maniobras para enfilar portería se difuminaban por el camino. Años después, el propio Denilson le encontró la explicación. “El fútbol brasileño es muy lento, yo podía regatear a cinco o seis jugadores. En España eso era imposible. Hacía falta soltar el balón antes. Tardé tiempo en comprenderlo”, aseguraba el exfutbolista verdiblanco. El sueño de Ruiz de Lopera de competir con los grandes de la Liga tampoco estaba cerca de resultar. Había reunido en su delantera a Denilson con Alfonso y Finidi George. A priori parecía que se comerían el mundo los tres solos, pero la realidad fue que en el segundo año del brasileño en Sevilla acabó con el Betis en Segunda División y él haciendo las maletas de vuelta a Brasil.
Tras medio curso a préstamo en el Flamengo, eterno rival de su club de formación, Denilson regresaba al Betis para el inicio de la temporada 2001-02. Por aquel entonces, un jovencísimo Joaquín ya había comenzado a despuntar en la banda diestra del ataque verdiblanco; un hecho que se convirtió en una vía de escape para el fútbol de Denilson en su vuelta al club. La irrupción del canterano liberó de las excesivas responsabilidades que tomaba el brasileño antes de su llegada y se comenzó a ver a un Denilson más suelto, más atrevido y más consciente de lo que significaba jugar en una liga de la dificultad de la española. Pese a ello, nunca tuvo la regularidad suficiente como para demostrar que su valía se correspondía con la del que un día fuera el futbolista más caro de la historia -ya superado entonces por los ‘galácticos’ Luis Figo y Zinédine Zidane-. Y así fue pasando los años en el Betis, asentado como titular habitual pero sin ser, ni mucho menos, la estrella del equipo.
Con tan poco, le valió para ir al Mundial de Corea y Japón de 2002 y convertirse en campeón del Mundo, siendo pieza clave en los segundos tiempos de cada encuentro en el camino hacia la quinta estrella. Por su parte, en su última temporada en el Betis, también engrosó su palmarés al vencer a Osasuna en la final de la Copa del Rey de 2005, aunque no formara en ninguna alineación de Lorenzo Serra Ferrer a lo largo de todo el torneo y ya con una participación escasa en sus últimos días en la Liga.
Así se despedía del Betis el brasileño que siete años atrás había debutado en San Mamés con la idea de cambiar el guión del fútbol español. Era el arma letal que, según se suponía, iba a conseguir que el Betis se peleara con los grandes. Nada más lejos de la realidad, el brasileño partió hacia el Girondins de Burdeos con un descenso, una cesión de vuelta a su país y apenas 12 goles anotados en su historial como futbolista bético. Muy poco, poquísimo, para el chico que venía para comerse el mundo. Así pues, Denilson resultó ser uno entre tantos, una estrella fugaz como otra cualquiera.